viernes, 22 de abril de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL AIRE JUEGA




Porque, el lector estará de acuerdo, el aire es el protagonista de esta fotografía. Sus elementos son sencillos: una cortina de árboles, al fondo; una portería; algo como una pendiente con pasto seco y renuevos; un hombre que empuja una carretilla donde van dos niños; y el aire, el aire que envuelve todo. Si el lector aguza sus sentidos puede sentir cómo el aire, como si fuese un aro, rueda de acá para allá, de arriba había abajo. Es tan sutil el aire, que no despeina a los niños ni hace ruido. Los pasos del aire son tan cautelosos como los de este hombre que empuja la carretilla donde van sus nietos. Porque esa carretilla, cuando es día de trabajo, carga ladrillos, carga bultos de cemento, arena, piedra y, de vez en vez, escombro. Pero, ¡bendito Dios!, cuando es día de descanso, el abuelo les dice a sus nietos que suban al tren, porque así les dice: “’Ora, ‘ora, trépense al tren”, y los niños, con cara de sandía colorada, coloradísima, ponen sus manos en la orilla para sostenerse y suben una pierna y luego la otra y se impulsan y suben al vagón principal y ríen. Ya saben, porque sus asientos siempre están reservados, cómo se acomodarán, la niña, siempre se sienta en la ventanilla de la izquierda; el niño le corresponde el ventanal de la derecha. Los niños esperan que el abuelo, el maquinista, se ponga las manos como bocina y diga: “¡Vámonos!”. Entonces los niños, emocionados, esperan el instante en que el conductor, nuevamente, pone sus manos en la boca y comienza a hacer el ruido que la máquina hace cuando comienza a deslizarse por las vías; el mismo sonido que hacen los niños cuando juegan rondas en el kínder y juegan a que son trenecitos. Y ahí van los niños sobre el tren. Ah, cómo juega el aire sobre sus manos, sobre sus brazos, en su cara hace surcos de luz, de una luz tan suave como la que se posa en el campo de fútbol, que, más tarde, se llenará de jugadores que nunca imaginarán que dos horas antes pasó un tren por la orilla.
¡Ah, qué juguetón el aire! El aire ríe, porque siente cómo el tren avanza por en medio de su cuerpo y le hace cosquillas y también siente cómo los dedos de la voz del hombre acarician su cara llena de viento, de un viento dócil.
Y los niños miran a ambos lados. El maquinista, siempre cuidadoso, les pide que no saquen las manos ni las cabezas por las ventanas. Pero ellos, los niños, intuyen que la herrería de esas ventanas también está hecha de columnas de aire y no se asoman más allá del límite. Miran a ambos lados, miran, en la lejanía, las casitas que se esconden detrás de los troncos de los árboles; miran las ardillas que, desde las ramas, mueven sus colas como si fueran abanicos, como si les dijeran adiós, como si recordaran que no hay más en la vida que estos elementos que están presentes en esta foto: árboles, canchas para el juego, césped, sol, sombra, carretillas y un hombre que lleva a sus nietos a dar una vuelta por el Kilimanjaro y por el Tibet. Los niños ven esos paisajes desde las ventanillas del tren; como si fuesen personajes de García Márquez y vieran las plantaciones de plátano de Aracataca.
No hay necesidad de más. Sólo se precisan estos elementos y el aire, ¡el aire! El aire resbalando por un tobogán; trepándose sobre la rama donde el mirlo hace su nido; desparramándose ahí donde el sol también, como si estuviese en una tumbona, dora su piel con su propio calor. ¡El aire!, que es como decir el bosque, que es como decir la sábana con que la tierra se cubre cuando hace un poco de frío.
Después de una vuelta de quince o veinte minutos, que son como varios días, como varias alas de pájaro, el tren regresa a los niños al andén de su pueblo. Ahí los están esperando sus mamás y papás. Los niños, ahora no tienen que dar un salto para bajar del vagón. Ellos, los papás, los cargan y los dejan sobre el andén donde las mamás les ofrecen un agua de horchata. Los niños, antes de recibir los vasos con el agua, dicen que primero al abuelo, que primero al maquinista y éste acepta el vaso de horchata, espera que sus nietos reciban sus vasos, y bebe, bebe el agua que es como decir el aire que da vida al río, al mar, a la vida.