lunes, 4 de abril de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ UNA ZAPATISTA





Joana y yo llegamos al parque. Ella quería unos esquites de la Casa de la Cultura. Le dije que diéramos una vuelta y contra esquina del Teatro de la Ciudad nos topamos con esta imagen. Joana, en voz baja, me preguntó: “¿Es un zapatista, tío?”. No dije. No sabía de qué se trataba. Luego ya me enteré que era un busto de Rosario Castellanos, factura de Luis Aguilar. Estaba cubierto porque lo iban a develar. No sé si en Europa maniatan un bronce con cinta canela, como si fuese un tamal de bola, pero acá en nuestro pueblo fue lo que al encargado se le ocurrió. Imagino la escena previa. ¿Cómo cubrimos la escultura para que la gente no la vea?, preguntó alguien en la oficina de protocolo y logística. Juan (es un nombre ficticio), rascándose la oreja, dijo: “Lo cubramos con una tela, con una tela negra”. Sí, dijo Romeo (es otro nombre ficticio), me parece bien. “¿Cómo lo develarán?”. Muy sencillo, dijo Juan, quien ya estaba convertido en el experto, jalarán la tela. Romeo, bajó los pies del escritorio, se sentó derecho y preguntó: ¿Pero cómo lo van a jalar si va a estar amarrado con cinta canela? Los tres restantes que estaban en la oficina quedaron viendo a su jefe con ojos de tigre a punto de ser cazado. “¿Con cinta canela?”, preguntó Juan. ¿Con qué pues?, preguntó Romeo, ya en tono molesto. Debemos recordar que Romeo era el jefe inmediato de los otros tres. Romeo se paró, dio vuelta al escritorio y puso sus sentaderas sobre la superficie lisa del escritorio. Dijo: “Recuerden los ventarrones que se dan acá en Comitán. Debemos asegurar la tela”. Pero, ¿entonces?, dijo Juan, ¿cómo lo van a develar? Romeo se paró como si un ejército de pulgas le hubiese picado sus nalgas: “Esto es para que esté seguro durante la noche. Dos horas antes de que se haga la develación, ustedes dos (y señaló a los otros dos, excluyendo a Juan) se suben y le quitan la cinta y se ponen en las esquinas jalando la tela para que el viento no se la lleve. A la hora que se acerque el presidente, tú (señaló a Mario) le das la puntita de la tela. A la hora que anuncien la develación, tú (señaló a Rodrigo) sueltas la punta y dejas que el presidente jale. Yo le diré que tiene que ser un tirón suave, para que la tela, que debe ser satín negro, se deslice de manera que la escultura aparezca como si fuese una flor en el viento (el jefe de protocolo usaba con frecuencia versos del poema Canto a Chiapas, que se sabía de memoria). El jefe rodeó de nuevo el escritorio, se sentó, subió las piernas a la superficie y preguntó: “¿Qué les parece el plan?”. Mario y Rodrigo (son nombres ficticios) dijeron que estaba bien. Juan preguntó si no sería más digno (así lo dijo) asegurar la tela con una banda negra a fin de que no resultara, como decirlo, un poco agresivo a la vista. Debería recordarse, dijo, que era el busto de Rosario Castellanos. La gente podría decir que la cinta canela no era lo más recomendable. Recordemos, agregó Juan, que nuestro pueblo es muy dado a criticar todo. Si algún periodista sale con que esta imagen remite a un encostalado no nos la vamos a acabar. Pues sí la vamos a acabar, dijo el jefe: esta reunión ya se acabó. Pidan mañana, en adquisiciones, tela suficiente para cubrir la escultura y un rollo de cinta canela. Tú (señaló a Mario) vas y mides para saber cuánta tela se necesita. ¿Algo más, señores? No, nada más, dijeron los tres subalternos.
Un día antes de la develación quedaron cumplidas las órdenes de Romeo. La gente pasaba, miraba la base y la figura cubierta con la tela. Todos se preguntaban qué era. Juan, Mario y Rodrigo se retiraron para ver, desde lejos, el trabajo realizado. Joana y yo pasamos. Joana, en voz baja, me preguntó: “¿Es un zapatista, tío?”, y yo, con poco tacto, alcé tantito la voz y dije: No, no es un zapatista. Juan se volvió para vernos y luego se dirigió a sus compañeros y dijo: “¿Ya ven? Lo dije”, y echó a caminar con rumbo al palacio municipal.
La tarde de la develación todo fue espectacular. Estuvieron el Presidente, el escultor, la directora de Coneculta, escritores amigos de Rosario Bonifaz y muchísimos comitecos. Las cintas canela ya habían desaparecido. Mario se hizo a un lado y el presidente deslizó la tela hacia abajo. Tal como Romeo lo había pronosticado, el busto de Rosario ¡brotó como una flor al viento! Los aplausos aparecieron y una parvada de pájaros voló de uno a otro árbol, como si fuese una salva en honor a Rosario.