martes, 26 de abril de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE UN LECTOR VA EN UN BARCO




¿Cómo explicar la Teoría de la Relatividad, de Einstein? No es materia sencilla. Algunos científicos emplean el ejemplo de un hombre trepado en un tren que, a través de la ventanilla, mira a otro hombre que conduce un carro a la misma velocidad. El hombre del tren tiene la impresión de que el auto viaja a una velocidad cero; en cambio, si hubiese un espectador en el andén vería que el auto y el tren se alejan a una velocidad de cien kilómetros por hora, por ejemplo.
Bueno, parece que el muchacho que acá viaja en la góndola de esta camioneta está demostrando la relatividad del tiempo. Él (que Dios lo cuide siempre) viaja leyendo, pero cómo la lectura le permite viajar ¡realiza un doble viaje! Quienes están en los corredores de la Casa de la Cultura o quienes están sentados en las bancas del parque no están viajando: para éstos el tiempo es único, lineal, plano; en cambio, el lector está en otro tiempo, en otro lugar. Pero se comprende que no es la misma sensación la que tiene el lector que está sentado en una poltrona en el corredor de su casa, porque quien lee sentado sin más movimiento que un ligero cabeceo de la mecedora no cambia de lugar físico; en cambio, este muchacho sí realiza un acto maravilloso. Acto que se sublima con respecto a quien va sentado en el asiento trasero de un auto o en el asiento de un autobús con dirección a Tuxtla Gutiérrez o en el asiento de un Boeing 787 con rumbo a París. Estos últimos lectores viajan en el tiempo y en el espacio por doble partida (igual que este muchacho), pero no poseen la gloria de este lector: la gloria de sentirse libre, casi pájaro, porque el vuelo de su lectura no es interrumpido por un toldo, como sí lo es cuando se viaja en auto o en avión. La góndola de esta camioneta le permite al lector sentirse en un barco, como esos en que viajaba Barba negra.
El muchacho es un aventurero intrépido, porque (Dios lo cuide siempre) es osado y atrevido. ¿Cómo no tiene la mínima precaución a la hora de leer en la góndola de una camioneta en movimiento? ¿Acaso no sabe que si la camioneta frena de improviso él se irá al suelo con todo y libro? Pero, él se cree pájaro porque la lectura lo hace volar y entonces no piensa en los peligros; además, ¿qué puede ser más peligroso que las aventuras que lee? Ahí, en el libro está el pirata que se atrevió a navegar por todos los mares y desembarcar en islas donde llegaba, con la espada desenvainada, a las tabernas antiguas y exigía a los bebedores que entregaran los doblones de oro.
Esa tarde, en Comitán, algunos vieron ese barco enormísimo donde un lector era la prueba máxima de la relatividad del tiempo: él estaba viviendo otro tiempo y otro espacio. Los de a pie, los que estaban en el parque o en los corredores de la Casa de la Cultura, caminaban el presente, mientras él viajaba al pasado en un caballo del futuro y luego regresaba al presente que para él ya era un pasado, un remotísimo pasado.
Así pues no hubiese resultado extraño que él, en lugar de ver a las personas del siglo XXI, viera a los monjes dominicos del siglo XVI y que el campanario del templo de Santo Domingo le llevara los ecos de cantos gregorianos y aromas de incienso antiquísimo; no hubiese sido extraño que él creyera que no estaba viajando en la parte posterior de una camioneta sino en la proa de un navío con dirección a China. No hubiese sido extraño que, en cualquier esquina, se topara con Marco Polo sobre un caballo, en un camino polvoriento a las puertas de Pekín.
La teoría de la Relatividad no es sencilla, abre puertas que son incomprensibles a las mentes ignorantes. ¿Cómo alguien puede superar la velocidad de la luz y viajar en instantes lo que llevaría siglos? Bueno, parece que este muchacho es un aprendiz de vuelo y, tal vez, algún día su nave alcance una velocidad superior a la de la luz y, como sucede en la Guerra de las Galaxias, entre a otra dimensión.