viernes, 1 de abril de 2016

DE PASEO




Mariana no supo bien si salían o entraban al templo. Titubeó al primer golpe de vista. Era muy complicado decir cuál era la cola y cuál el frente de estos gusanos. Pero, después de un ligero análisis dijo que salían. ¿Cómo lo supo? Dijo que me fijara en el muchacho de la mochila, ahí estaban tres tzucumos que habían salido y estaban esperando a los demás, los que aún salían del templo. Nada dije, pero pensé que tal vez Mariana estaba equivocada. Se sabe de algunos gusanos que crecen en la oscuridad del fondo de los pozos y tienen una visión disminuida, que la luz del sol les ofende. Pensé que, tal vez, esos gusanos que descansaban cerca de donde el muchacho caminaba eran un poco cegatones y se topaban una y otra vez contra la pared, creyendo que ahí estaba la puerta o pensando que eran como personajes de Harry Potter y en cualquier instante la pared se abriría como si fuese una puerta invisible.
Una vez que Mariana quedó convencida de que los gusanos, color agua estancada, aroma de juncia fresca, me preguntó si sabía qué hacían todos esos gusanos en misa. Le dije que tal vez no habían entrado a misa, porque no era hora para tal ritual. Se sabe que en Santo Domingo las misas se celebran a las seis de la mañana o en la noche. Jamás (a menos que haya un festejo especial o sea domingo) se celebra misa a la una de la tarde. Y ese miércoles, gracias a Dios, no había muerto que exigiera misa de cuerpo presente ni había celebración especial. Tal vez, dije, los gusanos entraron a conocer el interior del templo; tal vez son integrantes de un grupo de vacaciones que decidió, como lo hacen los turistas, entrar para conocer. Hay muchos paseantes que tienen la costumbre de entrar a los templos, porque los interiores albergan tesoros maravillosos. En Puebla existen retablos que son un prodigio hecho por manos indígenas; lo mismo sucede con el templo de Santo Domingo, en Oaxaca, o con el templo de Santo Domingo, en San Cristóbal. Y como acá en Comitán, también es un templo dedicado a Santo Domingo, tal vez los tzucumos turistas creyeron hallar un interior rico en sueños churriguerescos o barrocos tejidos con hoja de oro. Por lo tanto, le sugerí a Mariana que hiciéramos silencio, que aguzáramos el oído para escuchar los comentarios, porque estaba seguro que los tzucumos color esperanza habían salido un tanto decepcionados, porque el interior del templo de Comitán no tiene muchos tesoros para mostrar: las imágenes son comunes y corrientes; no existen pinturas del siglo XVI ni de siglos cercanos. Tal vez hubo un tiempo en que las imágenes fueron tallas en madera, traídas de Guatemala, pero ahora, la mayoría están hechas de yeso o talladas en madera, pero no las cubre la pátina gloriosa de la antigüedad. El propio Santo Domingo debe sentirse un tanto inferior al saber que en San Cristóbal su casa sí es de una gran magnificencia. Por esto, le dije a Mariana, los tzucumos no tardaron en el interior del templo, como entraron ¡salieron! Salieron porque afuera sí estaba el tesoro. Bastaba botarse en el piso (como lo hicieron), interrumpir el tráfico vehicular (porque, ah, cómo joden los automovilistas que están pase y pase por lo que debería ser el atrio del templo) y mirar hacia arriba. Así, como lo están haciendo estos gusanos, así, con las manos detrás de la nuca. Y aunque estudios recientes demuestran que el aire ya está enrarecido, que ya está contaminado por tanta partícula que expiden los tubos de escape de los autos feroces, aún es posible disfrutar el azul puro de su cielo.
Sí, este grupo de viajantes disfrutó el cielo de Comitán. Y no sólo eso, también aportó el aroma suave de su cuerpo, porque estos animales tienen la particularidad de que cuando sudan exhalan un aroma como de bosque, como de línea de aire fresco, como de novio de orquídea.