sábado, 18 de junio de 2016

CARTA A MARIANA, CON UN RESPLANDOR





Querida Mariana: nuevos vocablos se incorporan a nuestro lenguaje. Ahora todo mundo manda “WhatsApp” y, por lo mismo, medio mundo usa la palabra. ¿Quién pudo imaginar hace cinco años que los comitecos usaríamos este anglicismo? Claro, todos lo abrevian y dicen: “Wats”. El Pitirijas lo escribe bien comiteco: “Guatz”, voz que, según el libro “Glosario”, de Pepe González Córdova, es “una voz onomatopéyica que significa jalón o golpe. Ejemplo: ‘Ya no me aguanté y guatz le jalé el pelo’”. Esto debe crear confusión en los mayores, porque el otro día escuché que Elena le dijo a su abuelo que le mandaría un “Wats” y el viejo le contestó: “Y yo te doy un coscorrón, muchachita malcriada”. Pensó que la nieta había dicho guatz.
Los comportamientos novedosos nos imponen modificaciones del lenguaje. La rotundez de los nuevos vocablos provocan un desplazamiento, no se agregan a nuestro español, ¡no!, estimulan la pérdida de vocablos que creímos árboles enormísimos.
Ahora todo mundo tiene celular con cámara, por eso la “selfie” se ha puesto de moda. Como ya comentamos en otra ocasión, pocos emplean el término ordenador para referirse a la computadora (del inglés computer); de igual manera pocos dicen “Nos tomemos una autofoto”, cuando es más chic decir: “Nos tomemos una selfy”.
En los años sesenta, mi tío Samuel tenía un proyector de diapositivas, que eran fotografías positivas enmarcadas dentro de marcos plásticos. A veces nos invitaba a ver las recientes de su último viaje, que podía ser a Argentina o a Japón. Mi tía servía café y ofrecía galletas de avena, mientras mi tío preparaba el proyector para exhibir las diapositivas sobre la pared. “¡Apaguen la luz!”, era el grito unánime.
Hoy nadie toma fotografías con revelado en diapositiva. Ustedes, los jóvenes, emplean la palabra cuando realizan una presentación en Power Point, en la universidad; o cuando algún maestro presenta una conferencia.
¿Power Point? Sé que todo mundo lo reconoce como un programa de Windows, pero debe haber (nunca falta) alguien que no sabe exactamente la traducción en español de estas palabras inglesas. El otro día (lo juro) fui a la central de abasto y vi a una chica pechugona con una playera (en tela de color amarillo y letras negras) que tenía una leyenda en inglés: “I am vegetarian. I like the banana and penis”. ¿What? Sin algún rubor ofrecía su mercancía (la que estaba sobre el mostrador): quesos y crema. Rodrigo me codeó y, con sus ojos, me indicó que viera. Ya lo había visto. Sonreí. Rodrigo preguntó el costo de un queso de doble crema, la muchacha respondió, luego ofreció una probada (del queso). Como ya había cierta confianza, Rodrigo le preguntó si en realidad era vegetariana. La muchacha no supo qué decir, sonrió. Rodrigo insistió, explicó que una vegetariana es una persona que sólo come vegetales y no consume carne. Ella volvió a sonreír y ofreció otro pedazo de queso. “¿Te gusta la carne?”, preguntó Rodrigo. Ella ya se puso seria. Jalé a Rodrigo y le dije que mejor nos fuéramos, pero se resistió. Sacó un billete de cincuenta de su cartera y dijo que quería un queso envuelto en hoja de “plátano”. Ella metió el queso en una bolsa de plástico y dijo: “Sí, sí como carne”. “¿Ya oíste?”, me dijo Rodrigo. Yo traté de ignorar su dicho. Lo jalé. “Vonós ya”, le dije. “Acá está su cambio”, dijo ella, pero yo le dije que así estaba bien, que se quedara con el cambio. Jalé a Rodrigo. Él abrió la bolsa y “pispeó” el queso, rió, dijo que la muchacha era una comelona bisexual: era carnívora y vegetariana.
¿Qué significa WhatsApp? ¡Saber! Pero todo mundo manda “wats” y “tuits”.
El otro día escuché que un muchacho le decía a una amiga: “¿Tenés wats?” y ella, coqueta, dijo: “Sí, pero no es para tu tuit”. Tardé un poco en entender, pero luego me di cuenta que el logotipo de Twitter es un pajarito.
Elena, quien desde niña fue muy aventada, ahora usa una clave con su novio. Cuando están en la biblioteca o en el patio de la escuela, se levanta y le dice a Mario: “¿Retocamos fotos en Picasa?” (Los adultos tal vez no saben que Picasa es una aplicación informática que sirve para retocar fotografías digitales). Todos, inocentes, creen que la oración es literal. ¡No! Lo que Elena le está diciendo a Mario es: “¿Vamos a “picar” a mi casa?”.
Digo que los tiempos posmodernos nos obligan a actualizarnos. El abuelo Enrique sabía que cuando “shopeábamos” metíamos la rosquilla, una y otra vez, en la taza de café. Ahora, el bisnieto dijo la otra tarde que la dedicaría a “shopear”, Eugenia tuvo que explicarnos que Enrique tercero entraría al cuarto a “fotoshopear”; es decir, a retocar algunas fotografías con el programa Photoshop.
A los viejos no nos queda más que meternos a la alberca de la nostalgia. Como no sé nadar apenas meto mis pies, no más. Sé que la nostalgia, igual que el agua, es peligrosa. Si uno se mete más allá de lo recomendable puede ahogarse y, dicen los místicos, que no hay sufrimiento más miserable que el ahogamiento por nostalgia. La cuerda de la nostalgia no se rompe, es dura e inflexible. En Comitán cuentan que una mujer se murió de amor; es decir, de la nostalgia por la ausencia del amado.
Cuando voy a casa de la tía Arminda le pido que saque sus álbumes de fotografías en blanco y negro y color sepia. Son fotos de la familia, de los años cincuenta o sesenta. Ahí veo cómo eran las fiestas familiares, cómo eran los patios de las casas tradicionales, los muebles de mimbre. Hay una que me encanta, porque, dice la tía Arminda que fue en la boda de sus papás, el patio está lleno de juncia y, en los pilares y en las paredes de los corredores, hay festones colgados como lianas.
Me sorprendo cuando hallo impreso el siguiente mensaje: “Si en el álbum de tus postales / tienes un lugar vacío, / guarda éste que es / un recuerdo mío”. Y ahí está la foto de una mujer que porta un vestido de chiapaneca, en medio de un platanar. La tía Arminda dice que es la fotografía de una tía suya, que vivía en una finca de Tapachula, una finca enorme, propiedad de unos alemanes.
No nos damos cuenta bien a bien, pero cada vez que incorporamos un vocablo nuevo eliminamos otro de nuestro acervo histórico. Ahora todo mundo envía tuits; es decir, ya nadie envía un telegrama. Llegará el día que esta última palabra será un mero referente del pasado, porque los niños de hoy ya no la incorporarán a su acervo. Los álbumes de fotografías impresas ya son especie en extinción; ahora existen álbumes digitales con “touch screen”. Como si alguien hojeara un libro, basta pasar la mano sobre la pantalla para que las fotos aparezcan.
Evandro, en intento de ser original, dice algo que ya es un lugar común: “El futuro no nos alcanzará, ¡ya está aquí!”. Entiendo lo que quiere decir, pero es inexacto. Lo que está acá es el presente, el futuro siempre está por llegar y, mientras el universo siga siendo, el futuro será el instante que siempre estará adelante del instante actual. Pero, Evandro tiene razón en tanto que los avances tecnológicos de los últimos años nos colocan en una puerta que era impensable hace años. Cuando pienso que existen impresoras en 3D mi mente no alcanza a comprender la grandeza de tal invento.

Posdata: Teófilo siempre hace intentos por preservar nuestra identidad lingüística. De manera muy elemental (como si fuese el último académico de la Real Academia de la Lengua Española busca palabras sucedáneas para compensar la avalancha de anglicismos). Cuando toma una coca cola (porque no ha podido dejarla) dice que toma “Agua del Río Grande” y, para cuando alguien no entiende, explica: “Es que el agua del río grande es agua de caca”. Pareciera algo intrascendente, pero no lo es. Hay un intento por decir que así como existe la palabra ordenador para sustituir computer, así él dice que manda un “Tito” cuando manda un “Tuit”, esto lo hace en homenaje a don Tito Caballero, quien trabajó en la oficina de Telégrafos, en Comitán, durante muchos años. Y, sí, ¡adivinaste!, cuando manda un “whats” lo dice con acento comiteco: “Guatz” y lo refuerza con un movimiento de mano como si conectara un gancho al hígado (uppercut). Dice que se puede evitar la globalización del idioma, que, jugando, se puede preservar nuestra identidad. Por eso, también inventa palabras. El otro día me dijo: “Te llegó un tiucs”, cuando oyó la campanita de mi celular. ¿Un qué? “Un tiucs” (de tiuca) y no hubo necesidad de más explicación, entendí que era la palabra para indicar que me había llegado un mensaje telefónico y, no sé por qué, me sentí muy bien, como si su juego de palabras me indicara que sí es posible aún tener una personalidad propia. Porque el otro día andaba un poco gutz. La gutzera me la provocó mi sobrina Pau cuando fuimos al mercado y vimos un canasto repleto de tzisim. ¿Sabés qué me dijo? “Mira, tío, cuántos antz”. ¿Antz? “Sí, tío, hormigas”. ¡Ay! Que Dios bendiga a los hombres de buena voluntad, que Dios bendiga a los Teófilos de Comitán para que las Pau no vivan tan desprotegidas.