jueves, 2 de junio de 2016

RUMBO A LOS CIEN





México conmemoró el aniversario nonagésimo primero del natalicio de Rosario Castellanos. Google, el famoso buscador de Internet, le dedicó su Doodle. Se sabe que los Doodles están reservados para conmemorar a las personalidades más sobresalientes del mundo. Bueno, Chayito es una de ellas.
No debemos preocuparnos por conmemoraciones. Sin duda, hay intelectuales que, agrupados en asociaciones de escritores, poetas, eruditos, doctos y vainas intermedias, se disponen a constituirse en grupos que prepararán los actos encaminados a celebrar, con más bombo que platillo, el centenario de la destacada escritora. Se sabe que pertenecer a una de esas agrupaciones da brillo al traje cultural.
Así que, ahora, me adelanto a los adelantados para recomendar que, si dentro de sus propuestas, aparece la edición de uno o varios libros, no vayan a cometer el error de imprimir facsimilares.
Una razón de peso basta para tal recomendación: el apotegma histórico que indica “No debe repetirse el error del pasado”.
En Chiapas, en los últimos tiempos, hemos sido testigos de un acto editorial de gran importancia: la impresión facsimilar de la edición “A Rosario Castellanos, sus amigos”, una publicación de 1975 que, como dice Violeta Pinto en la presentación, era un ejemplar difícil de hallar porque “su tiraje fue reducido”. Ahora, gracias al tesón de Violeta, los estudiosos y admiradores de la obra de la escritora comiteca tienen en sus manos ese valioso libro. Tal iniciativa generosa tiene un pequeño problema.
¿Cuál es el problema, si dicha edición es un acierto? Que, con la edición facsimilar, se reproducen (a la milésima potencia) los errores de tipografía que tiene el original.
El Fondo de Cultura, en el año 2005 publicó el libro de Rosario: “Sobre Cultura Femenina”, tesis que presentó la escritora para obtener el grado de maestra en Filosofía.
Este libro, igual que el de “A Rosario Castellanos, sus amigos”, también era inconseguible, por lo que la editorial consideró que sería un tino (como sin duda lo es) publicarlo para ponerlo en manos de todo mundo. Pero, el Fondo decidió (en buena hora) no cometer el error de reproducir los errores. Tan es así que, en una nota aclaratoria, indica: “… Se entresacaron las citas textuales, se cambió el formato de la bibliografía y se corrigieron errores tipográficos”. ¡Se corrigieron errores tipográficos! ¡Ah!, qué gusto que el Fondo sea tan profesional en sus trabajos.
Cualquiera pensará que una errata es pecata minuta. No es así. El libro de “A Rosario Castellanos, sus amigos” está plagado de errores. Errores que pueden mover a risa, pero que, después de una reflexión, mueven a pena. Doy sólo dos ejemplos: el texto de Ramón Xirau dice: “… Hay pasión, honda pasión amorosa en sus poeams…” ¿Poeams? ¡Qué pena con don Ramón! ¿Qué pensaría al leer tal exabrupto, en 1975?
Acá viene otro ejemplo. ¿Pequeño error? En el texto de Elena Poniatowska aparece el nombre de Sergio Pitol, pero en una línea brinca lo siguiente: “…Tiene razón Sergio Picot…”. ¿Perdón? ¿Sergio Picot es el personaje de Sal de Uvas?
Entiendo que la ventaja de una edición facsimilar es que los lectores tienen entre las manos una réplica del original. Aparecen el pétalo de la nostalgia, las imágenes y tipografías que nos remontan a otro tiempo. Pero no todo el pasado fue mejor. Ahora tenemos a la mano los adelantos tecnológicos que ayudan a tener ediciones más pulcras.
El lector profesional y amante de los libros se plantea la disyuntiva: ¿Hacer una edición facsimilar con todas las ventajas y desventajas que conlleva o hacer lo que el Fondo de Cultura Económica decidió hacer con la tesis de Rosario? Para quien no conoce la edición de “Sobre Cultura Femenina” puedo decirle que es una edición limpia, digna, con un encuadernado sobresaliente, una portada bellísima y, sobre todo, evita “los errores tipográficos” anteriores.
Una edición corregida abona al buen uso del idioma.
¿Para qué vivir en el pasado si ya estamos en el Siglo XXI y este siglo es el que ahora habla por nosotros?
Algunos ya comenzarán a encarrilarse para subir al tren del Centenario. Se les suplica que, si proponen ediciones de libros conmemorativos, reflexionen en la trascendencia del hecho.