lunes, 13 de junio de 2016

LOS COMUNES MÁS COMUNES





Hay nombres comunes, hay apellidos comunes. En nuestro país, el apellido López es muy común. Lo mismo podemos decir del nombre Guadalupe. Hay Lupitas como tsizim en temporada de lluvia. Por el contrario, hay nombres y apellidos infrecuentes.
Digo esto, porque para identificar nombres de personajes importantes con un apellido común es preciso aliarlo con el otro apellido para distinguirlo. Si alguien dijera que para el 2018 López es una opción, muy pocos entenderían el mensaje, pero si a ese López se le agrega el Obrador, entonces todo mundo entiende. En el caso del Peje, los encargados del manejo de su imagen prefieren utilizar el apellido materno, como reafirmando que sí tiene madre. Esto es así, porque el Obrador es menos frecuente que el López.
Esto es aplicable en todos los rubros de la vida. Lo mismo sucede, por ejemplo, con los escritores. Si digo que a mí me gustan los cuentos de García, medio mundo quedará en la indefinición, pero si a ese García común le agrego el Márquez, todos lo identificarán.
Cuando alguien tiene la bendición de un apellido paterno infrecuente no hay duda. Quien escucha Arreola sabe que el otro habla de Juan José; lo mismo sucede con Pacheco, con Monsiváis, con Ibargüengoitia. Para hablar del autor de “Crónica de Intervención” hay necesidad de incluir el apellido materno, porque el paterno es el común ya comentado: García Ponce.
Lo mismo sucede cuando hay dos o más escritores con el mismo apellido. Acá en Chiapas decir Trejo crearía confusión porque hay tres poetas reconocidos con ese apellido: Fernando, Socorro y Marisa. Si alguien dice Bonifaz, puede pensar en Óscar o en Marirrós. Estos apellidos no son tan comunes, pero como los integrantes de un mismo árbol genealógico se dedican al mismo oficio es preciso agregar los nombres. Porque (fenómeno simpático) en muchos casos de escritores basta mencionar el apellido para identificar al autor: Sabines, Bañuelos, Oliva, Cañas y algunos más. Tenemos casos insólitos en donde se reconoce a los autores a través de un sobrenombre, como ejemplos están el de Laco y el de Quincho. Sobrenombres que han trascendido por encima de nombre y apellidos.
Los lectores tienen una relación de complicidad con sus autores favoritos y buscan una cercanía; por ello, medio mundo lector derribó el García Márquez y lo convirtió en un simple Gabo y a Edgar Allan Poe lo reconocen como Poe. Esta síntesis permite una cercanía que se da entre amigos. En México hay muchos lectores que, al referirse a Elena Poniatowska, dicen La Pony. Pero, si alguien quisiera referirse al autor de “El diario de La Riva” no podría decir un simple Martínez, sino tendría que acompañarlo del apellido materno: Martínez Torres; lo mismo ocurre cuando alguien menciona a la autora de la novela “La bomba de San José”: García Bergua (acá muchos, en alarde confianzudo, dicen: “La Bergua”, pero como se presta a que la gente confunda la palabra y se vuelva albur tepiteño, lo dicen en voz baja y en círculos de confianza).
Claro, hay apellidos comunes que, por el peso específico de la obra literaria, se convierten en apellidos únicos, como si fueran tronos de latón convertidos en oro puro. Hay muchos Cervantes, pero ¡sólo hay uno! (los otros Cervantes, menores, tienen que buscar un colgadero para sostenerse).
Sin duda que en la historia de los conventos de Hispanoamérica han existido muchas monjas que han elegido el nombre de Juana, pero todo mundo estará de acuerdo que nadie estuvo ni estará jamás a la altura de la altísima Sor Juana.
No hay más Del Paso que el autor de “Noticias del Imperio” y, aunque hay miles de fuentes en todo México, reconocemos que no hay más Fuentes que el autor de “Aura”.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez debe escribir así su nombre, porque ya un cantautor mexicano le ganó el privilegio del nombre Juan Gabriel. En el supuesto caso de un escritor que se llame Luis Miguel, debe, necesariamente, remendar su nombre con sus apellidos. No queda de otra. Hay nombres que trascienden a los hombres.