miércoles, 15 de junio de 2016

EN HOMENAJE A ALI




La bienvenida de Mariana no fue muy afectuosa. Apenas abrió la puerta y me invitó a pasar dijo que había pensado en mí, que ya, primero Dios, el próximo año, entro, oficialmente, a la banda de “la tercera edad” y, como si fuese torera, dio la estocada final: “Ya cumplís los sesenta, ¿verdad?”. ¿Qué decirle a mi niña amada? Como hago siempre que me siento acosado, contra las cuerdas, abrí otro camino en la conversación: “¿Qué creés? Ya terminé el libro de Del Paso”. La treta funcionó, porque se emocionó y platicamos del libro y luego saltamos a Rosario Castellanos y más tarde caminamos con Mario Vargas Llosa, así que mi niña ya no retomó el tema de la ancianidad.
Cuando llegué a casa me preparé un té de limón, chequé el Facebook y luego me puse el pijama, entré al baño y me quité la placa de la boca y me enjuagué. Me vi en el espejo y supe lo que desde hace tiempo he sabido: ya no soy un joven. Hace dos o tres años asumí que ya dejé atrás la niñez, la juventud, la madurez y que entré al último tramo de la vida: la vejez. No he tenido problemas con ello, porque la palabra viejo me cae bien. Una compañera de trabajo, con mucho afecto, todas las mañanas, a la hora que nos saludamos, me dice: “Viejazo”, y yo me siento muy bien, sonrío. ¡Yo, que soy tan escaso para sonreír!
Lo que me molesta, ya me di cuenta, es la perspectiva de ingresar a la relación oficial, que deba ir a una oficina gubernamental para que ellos certifiquen que estoy viejo y me den una credencial que indique que paso a formar parte del ejército de militantes de la tercera edad. Comparo este trámite como el del reclutamiento para ir, con un fusil de madera, a combatir en la guerra donde, con toda seguridad, encontraré la muerte.
Así que al día siguiente, cuando fui a la casa de Mariana, y a la hora que abrió la puerta, le dije: “¡No!, no seré de la banda de la tercera edad. Haré lo mismo que hizo el recién fallecido Muhammad Ali”. Ella rio, me dijo que pasara a la sala, que me prepararía un té. Cuando me dio la taza, con la risa envuelta en sus labios, me pidió que le dijera cuál era mi pensamiento.
Nada, le dije que todo estaba bien, pero que recordara que Muhammad se negó a ingresar a las filas de soldados que fueron a Vietnam. Dijo que él no tenía problema con la gente de Vietnam y que su religión le prohibía participar en la guerra, le prohibía matar a sus semejantes.
Pues yo, le dije a Mariana, si Dios me permite llegar a mis sesenta, me negaré a entrar al club de la tercera edad. Mi religión, ¡la vida!, me prohíbe participar en guerra tan absurda. Seguiré en el lado de la libertad, al lado de los jóvenes y de los niños. Ya no jugaré voleibol ni saltaré la cuerda, pero sí estaré en el mismo patio donde jueguen los niños y no sentado en una silla plegadiza en el geriátrico; haré fila para entrar a ver un partido de fútbol soccer, no para recibir una despensa para ancianos. Una mañana, la que yo desee, tomaré un cayado (que no un bastón) y caminaré, con cuidado, por la carretera que va a Quijá y desde esa altura contemplaré a Comitán, como si yo fuese un pájaro, como si tuviese alas y no andaderas.
Como Muhammad Ali seré tachado de desertor, pero mandaré a freír espárragos a todos los que me digan que ya ingresé a la tercera edad. A estos les diré que soy un viejo, un viejo lleno de vida. Mi ejemplo será Picasso y, si Dios me lo permite, seguiré en plena actividad intelectual: leeré (mucho), escribiré (mucho), pintaré (mucho) y viviré (demasiado).
No colocaré en mi corazón ese eufemismo bobo que trata de mover a compasión, que es como una limosna que avientan los que se creen inmortales y piensan que nunca llegarán a cumplir sesenta, setenta y más.
No me pondré un letrero que diga “Viejo”, porque las personas que lo lean pensarán que estoy loco, porque todo mundo verá que seré un hombre lleno de vitalidad y de entusiasmo.
Seguiré queriendo a Mariana con el mismo río con que la quiero ahora, con este aroma que no huele a pachuli, sino que tiene el olor del más fresco renuevo, el olor de la hoja antes de que toque el suelo.
Ali dijo ¡no! a la guerra, dijo ¡sí a la vida! Los viejos, ¿qué debemos hacer?