viernes, 3 de junio de 2016

JUEGOS A MITAD DE LA CARRETERA





Pensemos en una comunidad con caminos de terracería. Imaginemos un lugar donde el cemento sea un componente reciente de construcción.
En ese tipo de comunidades la gente está habituada a otros comportamientos. Tal vez un automovilista acostumbrado a correr por las grandes carreteras no sabe que los rasgos culturales son otros.
En Chiapas hay dos tipos de poblados rurales: los que, después de tener su camino de terracería, los asfaltaron; y los que nacieron a la orilla de las súper carreteras (estas últimas en forma incomprensible y uno dijera que al margen de la ley). Ejemplo de estos últimos es Betania, un poblado que está entre Comitán y San Cristóbal. Un día, indígenas (tal vez desplazados por motivos religiosos) comenzaron a construir un poblado a ambas orillas de la carretera internacional. Dos días después un hacinamiento de casas de madera apareció como si fuese un panal; cuatro días más tarde, los pobladores ofrecían frutas, elotes hervidos y costales de carbón. ¿Cómo las autoridades permitieron la creación de este poblado a la orilla de una carretera donde los autos se desplazan con velocidades cercanas a los noventa o cien kilómetros?
Esta fotografía corresponde a una comunidad del primer tipo: una comunidad que asfaltó su camino original. Por esto, hasta los perros juegan con calma. El automovilista ajeno que transite por esta carretera debe tener presente que la cultura de los pobladores no corresponde a su visión de modernidad. Por esto, para que los ajenos entiendan que llegan a otro espacio, las autoridades de los poblados rurales les recuerdan, a través de avisos pintados a la entrada de la población, que no deben conducir a más de veinte kilómetros por hora. En caso de infringir este acuerdo comunitario serán sujetos a una multa que, en varios casos, llega hasta cinco mil pesos.
Tal determinación es porque los automovilistas ajenos no saben respetar las costumbres de los pueblos originarios, acostumbrados a moverse con la tranquilidad con que el tiempo lo hace. La gente de las comunidades tiene el hábito de reunirse a platicar a la vera del camino (carretera). Si algún grupo platica parado sobre el asfalto, el automovilista debe detenerse y buscar la orilla para pasar a baja velocidad. ¡Nunca al contrario! El automovilista es quien invade un territorio ajeno y debe respetar. A veces sorprende la inmovilidad y temeridad de los pobladores que casi casi ignoran al automóvil y no se hacen a un lado, pero esa es su costumbre.
Presencié el comportamiento de estos perros juguetones. Jugaban con tal emoción que se ve que uno de ellos parece tragar la cabeza del otro, que, chucho al fin, se deja atrapar con gusto. Cuando un auto apareció los dos perros siguieron jugando como si lo hicieran en el patio de su casa. El automovilista tuvo que bajar la velocidad y pasar por el espacio que le quedaba libre. Los perros lo ignoraron olímpicamente.
De la misma manera, así como juegan estos perritos, se comportan los humanos. Ellos están en sus territorios. Su comportamiento viene de tiempos en que los autos eran infrecuentes, de tiempos en que la gente no sabía de apresuramientos ni de embotellamientos.
Los conductores que transitan la súper carretera que va de Comitán a Teopisca se molestan porque la gente que habita en poblados, como Chacaljocom, colocan topes que deberían estar prohibidos por la autoridad. ¿Por qué lo hacen? Porque están acostumbrados a caminar sin prisa. Por supuesto que acá el problema está en el origen. Estos poblados no debieron crecer a la orilla de la carretera. Los automovilistas no deberían molestarse. Los topes les indican que están en “territorio ajeno” y, por su tranquilidad, más les vale respetar los acuerdos comunitarios. ¿Han pensado lo que les ocurriría a los automovilistas que, a más de noventa kilómetros, atropellaran a un poblador de esos lugares?
Se advierte imposible que la autoridad desplace a estas comunidades. Por lo tanto, los automovilistas (que son necios y manejan como si estuviesen en una pista de Le Mans) deben soportar los topes y disfrutar del paisaje de esas comunidades maravillosas.