martes, 14 de junio de 2016

UN JUEGO MISTERIOSO




Mariana juega, siempre juega. Ayer fui a su casa y la encontré en el patio. “¿Qué hacés?”, pregunté. Estaba detrás de una piedra. “Juego a las escondidas”, dijo y sonrió. “Ya te encontré”, dije. “Sí -dijo ella-. Ganaste un premio.”, y fuimos a la cocina, calentó agua y me preparó un té de limón.
Mariana juega, siempre juega. Ella se sirvió café, se sentó ante la mesa, frente a mí, y dijo que a veces no la encuentran. Ella se esconde detrás de una piedra, detrás de un árbol, adentro del clóset, debajo de la cama y pasa una hora y otra y nadie la encuentra. “¿No será que tus amigos no saben jugar?”. Dijo que tal vez sea por eso.
Antes, el juego de las escondidas era un juego común y todo mundo lo jugaba. Ahora, el juego ha dejado de tener su sonrisa de luz y sólo se quedó con su mueca de misterio. El otro día, Rosario nos dijo que Mario estaba desaparecido. Mario es un primo suyo que vive en Guadalajara. Bueno, ahora no se sabe si sigue ahí. Hacía más de diez días que nadie sabía de su paradero. Había subido a un camión con destino a la Ciudad de México, Arsenio lo esperaba en la central camionera. El camión llegó, pero Mario no lo hizo. Desde entonces, todos sus amigos y familiares están en su búsqueda, pero, como sucede siempre con los desaparecidos, no saben por dónde empezar.
Cuando Rosario se fue, Mariana dijo que, tal vez, Mario estaba escondido y, como le sucede a ella, nadie lo ha encontrado.
Yo dije que nadie tarda escondido tanto tiempo. Mariana dice que ella, hace tiempo, hace como un año, pensó que se quedaría adentro del clóset. A ella le gusta el juego de las escondidas, pero cuando alguien la encuentra (así como ya la encontré esa tarde, detrás de la piedra) le brinca un sentimiento de tristeza. Mariana dice que el jugador novato juega a las escondidas pidiendo a Dios que lo encuentren pronto; en cambio, el apasionado de ese juego busca el lugar más insólito a fin de que sea el último en ser hallado; es decir, el profesional desea no ser encontrado. Mariana me preguntó si nunca he tenido ese deseo, de esconderme y no ser hallado. Dice que hay muchos que lo hacen a propósito, me puso un ejemplo pedestre: el de su tío Armando que, después del suceso donde, de manera accidental, chocó contra un poste y éste, en su caída, despanzurró un auto que estaba estacionado con una señora y su bebé en el interior, huyó del lugar, llegó a su casa, se despidió de su mujer y de sus dos hijos (ella, de cinco años, y él, pichito de un año dos meses) y fue a esconderse. ¡Quién sabe en dónde!, porque de esto ya tiene más de doce años y no lo encuentran. Lo mismo sucedió con Azucena cuando Rodrigo terminó su relación con ella, relación que había tardado más de seis años. Azucena, también, jugó el juego de las escondidas, se metió adentro del clóset, tomó un frasco con pastillas y se puso a dormir. La encontraron hasta el otro día, ya después de las diez de la mañana, porque ella comenzó a jugar (según el perito) como a las cinco de la tarde. Doña Rosario, su mamá, enloqueció de dolor. Mariana dice que cuando alguien entraba a su cuarto, la encontraba sentada en la mecedora y decía: “Mi Azucena está jugando a las escondidas. Vayan a buscarla. Búsquenla debajo de la cama”. Tenía la esperanza de que, en cualquier instante, alguien entrara, la despertara y le dijera que ya habían encontrado a su hija.
Pero, ahora, todo mundo lo sabe, el juego de las escondidas se ha vuelto un juego forzado. A veces alguien no quiere jugar y es obligado a hacerlo. Muchas personas quedan escondidas debajo de las camas o adentro de clósets o detrás de las piedras y nadie las halla y ellas se desesperan, gritan, dicen que ahí están escondidas, pero no pueden moverse y, tal vez, sus gritos no alcanzan a llegar a las nubes y el eco se disuelve.
Antes, el encanto de las escondidas era el misterio resuelto. Los escondidos sabían que serían encontrados y los buscadores sabían que el chiste del juego era hallar a los escondidos. Pero, ¿qué sucede ahora cuando alguien no es hallado?
Yo le digo a Mariana que cuando quiera jugar me hable, pero ella (necia) no lo hace. Cuando le da la gana de jugar va al patio y se esconde detrás de una piedra y ahí se queda sin moverse. Se tapa la boca para no reír cuando oye que su mamá riega las flores y no se da cuenta que su hija está detrás de la piedra.