viernes, 17 de junio de 2016

OTRA PIEZA DEL ROMPECABEZAS COMITECO





Hubo un tiempo que Comitán no tuvo sucursales bancarias. En la casa que mi papá alquilaba estuvo la corresponsalía del Banco de México. Según la fecha que ostenta este pergamino, dicha corresponsalía funcionó de 1953 a 1964. En este último año ya se abrió la sucursal que inició labores en la planta baja del edificio que hoy ocupa el Teatro Junchavín.
Ahora existen muchas sucursales bancarias de múltiples instituciones (Banamex, Bancomer, Banorte y vainas similares). Creí que las corresponsalías habían pasado a mejor vida, pero Eugenio me cuenta que no es así. Ahora vamos a Wal-Mart o a cualquier Oxxo, por dar dos ejemplos, y realizamos pagos, hacemos transferencias y sacamos dinero de nuestras tarjetas. Eugenio dice que, de acuerdo con la Condusef, estas instituciones funcionan como corresponsalías.
El pergamino que le otorgaron a mi papá está firmado por don Luis G. Legorreta (ya el apellido dice mucho). Don Luis, en ese tiempo, tal como acá se comprueba era el Presidente del Consejo de Administración. Lo que actualmente es Banamex fue el primer gran banco de México. Las demás instituciones bancarias aparecieron posteriormente, así que el Banco de México era el organismo que partía el queso.
Julio Gordillo Domínguez recuerda, a cada rato, que, en los años sesenta, llegaba a la casa donde viví de niño y cambiaba los cheques de su sueldo mensual; asimismo, don Carlos Escobar llegó a contarme que, como él era joyero, en la corresponsalía adquiría los lingotes de oro para realizar su oficio.
La corresponsalía funcionó en la casa que actualmente es propiedad de la abuela materna de Alex Hiram Morales Torres (viuda de don Juanito Torres). Quienes necesitaban algún servicio bancario entraban a la casa, por un zaguán que tenía escalones, y torcían a la derecha donde, ya en uno de los cuatro corredores, estaba la oficina con tres escritorios y, en una esquina, la enorme caja fuerte, propiedad del banco.
Era la corresponsalía, pero era “mi” casa, porque, sin duda, los clientes me vieron jugando por los corredores, ya que dos cuartos más allá de la “oficina bancaria” estaba el oratorio donde me gustaba jugar a las escondidas.
Hoy es muy difícil imaginar el funcionamiento de una institución bancaria en el interior de una casa; es difícil imaginar a un cliente contando su dinero en un corredor, mientras Sara pasa llevando el mandado para preparar la comida; es difícil imaginar una oficina bancaria sin cámaras de seguridad ni puertas blindadas.
La corresponsalía en ese tiempo era de puertas abiertas. La gente entraba, prendía un cigarro, se sentaba en la oficina y esperaba su turno (en caso de que hubiese alguien más en la supuesta fila). Claro, eran tiempos en los que las tarjetas de crédito y de débito no existían; tiempos en que no había cajeros automáticos.
Eran tiempos en que la delincuencia estaba instalada sólo en las películas que exhibían en el Cine Comitán o el Cine Montebello, porque jamás hubo un asalto (que hubiese sido muy sencillo de ejecutar). Eran otros tiempos, tiempos que terminaron (cuando menos en Comitán) la tarde en que en una ceremonia sencilla, pero emotiva, y teniendo como testigos a los funcionarios de la banca y a las autoridades del pueblo, mi papá recibió este pergamino que es una belleza en su ejecución. Ahora que son tiempos de impresiones digitales, cualquier persona puede admirar la belleza del trazo del dibujante que, con tinta china, realizó este pergamino que es parte de la historia colectiva de Comitán.
Los billetes de ese tiempo (como los de ahora) tenían la firma de los consejeros del Banco de México. A mí me daba un gran orgullo ver un billete de cinco pesos, por ejemplo, con la firma del mismo hombre encumbrado que firmó este pergamino; un poco como decir, que uno de los hombres más poderosos, una tarde de 1964, saludó a uno de los hombres más sencillos y honorables de nuestra patria.