martes, 30 de agosto de 2016

PORQUE NO TODO MUNDO SUEÑA CON JUGAR EN EL ESTADIO AZTECA





¿Cuántos practicantes de fútbol soccer sueñan con ser como Messi? No lo sé, pero imagino que muchos, miles y miles.
Y digo miles, porque hay muchísimos futbolistas que tienen grandes aptitudes para patear un balón.
He conocido a dos o tres talentos comitecos, que, dicen quienes saben, deberían haber tenido la oportunidad de brillar en los mejores estadios del mundo.
A un joven, maravilloso jugador, le pregunté por qué no intentaba jugar en ligas mayores. Puso su cara de canario enjaulado y dijo que lo había intentado, pero era imposible. Presentó una prueba en el club del estado, pasó la prueba, pero, luego, alguien le dijo que, para ingresar al equipo, debía pagar una cantidad de dinero exorbitante. ¿Había creído que era gratis? No. En este país las cosas cuestan, ¡vaya que cuestan! Regresó frustrado.
En contraparte, otro jugador con grandes cualidades me dijo: No, Alejandro, yo no sueño con jugar en el estadio azteca.
A ver, a ver, dije yo. ¿Cómo es eso? ¿No te gustaría ser famoso y ganar miles de dólares por jugar lo que te gusta? Me dijo que no.
Yo no podía creerlo. He conocido cantantes que sueñan con llegar a ligas mayores y participar en programas de televisión y cantar en los grandes foros del mundo. De igual manera he conocido muchachas bonitas, bien bonitas y con cuerpos maravillosos, cuyos deseos son aparecer en portadas de revistas prestigiosas y convertirse en actrices de telenovelas o de películas.
¿Quién no ha soñado con llegar a ser como Gael García para estar en festivales como el de Cannes o ser como Alejandro Iñarritu para dirigir cintas en la Meca del cine?
Pues resulta que este joven futbolista dijo que no soñaba con ello. No le gustaría ser famoso, porque, aseguró, el fútbol a ese nivel pierde la gracia que a él le da vida.
Entendí que él privilegia el juego sencillo, llanero, donde el fútbol contiene su esencia más pura.
Y me llevó al campo donde juega y cuando yo bajé de la camioneta y vi el campo, sencillo, con una cortina de árboles y respiré el aire puro entendí lo que me decía. Acá el espacio no estaba enjaulado por esas tribunas maravillosas que, en fin de semana, se llena de miles de espectadores que hacen olas; elevan alaridos; beben cartones de cerveza y quedan butules de bolos; mientan madres y terminan golpeándose; tratan de ofender al portero del equipo contrario con gritos de ¡puto! No, acá era la armonía la que formaba la burbuja. ¡Qué espacio tan bonito!
Cuando el joven vio mi cara dijo: “¿Ves porqué digo que acá soy feliz?”. Sí, entendí que para él el juego era más que un simple juego, más que una vocación, mucho más que una pasión, era ¡la vida! La vida sin afeites, sin enjuagues. Hay seres humanos que viven la realidad real y no aceptan sucedáneos plásticos.
Hay muchos que están de acuerdo con las ventajas de una buena alimentación pero todos los días beben una coca cola, o dos. Hay quienes no dudan de los beneficios que provee el ejercicio diario, pero, los fines de semana, se desparraman en un sillón a ver el fútbol, mientras toman la cerveza con botanas. De igual manera hay miles y miles de personas que están de acuerdo en que la vida es una y que los canarios deben estar sobre las ramas y no en las jaulas, pero a la hora de elegir sus vidas eligen aquellas que dictan los condicionamientos sociales. Y digo esto porque si vamos a la médula de la columna vertebral comprendemos que lo mejor de la vida, ya lo han dicho los sabios, no está en el glamur sino en la cosa sencilla, pero medio mundo va tras el deslumbre del reflector.
Cuando vi el campo supe que ahí el joven tocaba la felicidad, cada vez que jugaba, porque cuando tomó la pelota y corrió y no jugó en el campo trazado sino que se metió al bosque entendí la magia de su juego. Él se paró en medio de los árboles y comenzó a driblarlos, los árboles eran como samuráis en una película de Kurosawa a los que debía vencer.
¿Mencioné a Kurosawa? Sí. Y esto es porque al ver al futbolista recordé una cinta del famoso japonés: Dersu Uzala, que es el nombre del cazador que, en una película maravillosa, demuestra cómo un hombre sencillo respeta la naturaleza y convive con ella. En esta convivencia entiende la relación que existe entre los seres humanos y el universo.
En ese momento llamé Dersu Uzala al futbolista que seguía jugando por en medio de los árboles, jugaba como si fuese un niño en medio de un bosque encantado, como si fuese un duende travieso.
No todo mundo sueña con llegar a ser famoso y jugar en el Maracaná o en el Estadio Azteca. Hay gente que se conforma con vivir, con vivir en armonía. El término conformidad, en este caso, no significa aceptar lo poco, sino advertir lo mucho.