viernes, 12 de agosto de 2016

SENTADO EN UN BUTAC





Carlos Barrò Barrò, en el Facebook, me dijo: “Cuando el respaldo de las butacas era de cuero de carnero le llamábamos badana”. Yo no sabía. A la hora que Carlos lo dijo escuché la palabra badana por primera vez. Busqué en el diccionario y hallé que el término procede del árabe clásico y significa forro. ¡Ah, qué bien aplicado el término! Me sentí chento al saber que los antiguos comitecos usaron esta palabra que, sin duda, fue influencia del tiempo en que los musulmanes invadieron España. Cuando los españoles conquistaron América trajeron el término debajo del brazo y por acá se quedó. Como en Comitán -ya nos lo explicó Óscar Bonifaz- usamos muchos arcaísmos (basta poner de ejemplo el voseo que aún pervive, en buena hora) los mayores, al sentarse en un “butac” de cuero de carnero, decían que se sentaban en una badana.
Ahora, la palabra ya no se usa con la frecuencia de antes. La deben usar sólo quienes poseen un butac, que, de igual manera, ya no es un asiento frecuente.
Cuando viajo en auto a La Independencia, por el camino de San José Obrero, veo una casa con corredor, lleno de plantas. Desde mi auto veo la casa, porque ésta no tiene barda, está delimitada por una cerca de alambre y troncos. Si es en la tarde que viajo, invariablemente veo a un señor sentado en su butac mirando hacia la carretera. Debe ser que después de las actividades de la mañana (no sé, la limpia del terreno donde sembró frijol, por ejemplo) el señor descansa viendo pasar los carros, que debe ser una actividad entretenida.
Don Roberto, en Comitán, se sienta en el frente de su negocio y mira el paso de los carros y de los caminantes, todos los días. Ahí espera la llegada de un cliente. Don Roberto, por desgracia, no se sienta en una badana sino en el piso de su tienda que está apenas elevado por encima de la banqueta, lo que hace que el horizonte de su mirada siempre quede a la altura de las nalgas de los caminantes, lo cual le debe dar una vista agradable en el caso de una muchacha bonita, pero una vista fea en caso de muchachos con pantalones guangos de mezclilla. En fin, él así deja pasar sus mañanas y sus tardes, así deja pasar su vida.
Y digo que don Roberto no tiene la fortuna del señor de San José Obrero, porque éste (el señor, no San José) tiene la fortuna de estirar sus piernas y llevar sus manos detrás de su nuca y sentirse casi casi príncipe. Porque, Carlos lo sabe muy bien, el butac forrado con cuero es un asiento muy cómodo. No es un asiento adecuado para personas de edad mayor, porque la persona debe sentarse muy por debajo del nivel de cualquier silla normal. Pararse de un butac no es cosa sencilla, pero la gente que logra hacerlo obtiene sensaciones agradables. No sé si ergonómicamente sea lo más recomendable para la columna, no lo sé. Lo único que sé es que el cuerpo se extiende con generosidad y la posición permite no sólo ver traseros de las gentes y pasos de los autos sino, esto es lo afortunado, mirar las copas de los árboles, los techos de teja de las casas y el cielo. El cielo donde no transitan camiones que vomitan ruido y humo sino aves parlanchinas o calladas que van en busca de alimento para sus crías. Esto es lo que el señor de San José Obrero tiene como escenario. Parece que es un escenario mejor que el que tiene don Roberto. Pero don Roberto es feliz y más feliz debe ser el señor de San José. Porque los hombres que se dan la oportunidad de sentarse a sólo mirar ¡son felices!
Cuando Carlos escribió la palabra badana la busqué de inmediato en el diccionario, y cuando supe que Carlos estaba en lo correcto recordé que en el mercadito (al lado de la Central de Abasto) había visto a un señor sentado en un butac en su puesto de mayoreo donde vende fruta de temporada. Subí a mi auto y fui al mercadito y hallé al señor, sentado en su badana, y le pedí permiso para tomar una foto. “¿A mí?”, me preguntó y noté que se molestaba tantito. Expliqué que me interesaba tomarle una foto a la badana. Él dijo que no tenía inconveniente, se paró, hizo a un lado una caja que tenía enfrente y me dijo: “Es todo suyo”. No, pensé, no es todo mío, también es parte del recuerdo de Carlos, así que ¡acá va! Como si fuese una melodía va: Badana para Carlos, con ritmo de diablitos que llevan cajas de madera llenas de cebolla y gritos de hombres con turbantes hechos con jerga: “Va el golpe, va el golpe”.