jueves, 31 de agosto de 2017
CARTA A MARIANA, ¿CON MÚSICA CELESTIAL?
Querida Mariana: Pau preguntó: “¿Son partituras?”. Señaló los alambres y “las corcheas, fusas y semifusas” que habían dejado los pájaros. Vos y yo hemos hablado antes de ello, pero nunca habíamos pensado que fueran partituras. ¡Son cagadas de pájaros! Cuando los pajaritos se paran sobre los alambres ¡cagan! De ahí brotan esos macollos que son como sueños de orquídeas equilibristas.
Mi prima le explicó a Pau qué eran esos puntos. Yo pensé que crecer es triste. Conforme mi prima explicaba yo veía cómo se desinflaban nuestros globos: el de Pau y el mío, porque a mí me había encantado saber que eso que estaba ahí era una partitura. Y pensé si no era posible que algún músico tratara de interpretar lo que ahí había. ¿No es posible que un pianista toque lo que ahí se muestra? ¡Sólo como juego, por supuesto!
Recordé que de niño, mi papá quiso que yo aprendiera a tocar piano. Si en ese tiempo hubiese habido Casa de Cultura hubiera ido ahí. ¡No! No había casa de cultura. Entonces, mi papá le pidió a su amigo, el maestro Beto Gómez (que era mi maestro en tercero de primaria), que me enseñara. Así, una tarde llegué a la casa del maestro Beto y entré a la sala. En un extremo, cerca de un balcón estaba un piano. Una de sus hijas tocaba el piano (ella también recibía clases). Me maravillé. Sí, pensé, esto es sensacional, era prodigioso que con el simple juego de dedos pudiera crearse música. Me senté y escuché las escalas que su hija realizaba. El maestro Beto entró y me dio un lápiz y un cuaderno (después supe que se llamaba pautado). ¡La gran pauta! Me dijo que me sentara en el piso y que, usando como soporte la mesa de centro, escribiera una serie de dibujos que me enseñó: “Esta es una corchea y esta es una clave de sol y esta es…”. La hija se paró, bajó la tapa del teclado y yo me quedé solo, a mitad de la sala fría, en un profundo silencio, haciendo una plana de corcheas. ¡Eso no era lo que yo deseaba! Pero pensé que eso era como la novatada que siempre hacen a los principiantes. Estuve casi seguro que cuando terminara la plana, el maestro me llevaría hasta el piano y yo, con una leve inclinación hacia la audiencia, me sentaría, levantaría la tapa y comenzaría a practicar. Pero acabé dos planas y nada sucedió. Me hice para atrás y apoyé mi espalda sobre el sofá, en espera de que el maestro regresara. Así me halló el maestro cuando me despertó y dijo que me esperaba el próximo miércoles (las clases serían los lunes, miércoles y viernes). Me paré y ya salía de la sala cuando me llamó. ¡Ah!, pensé, por fin, ahora me dirá que me siente ante el piano. “Llévate el cuaderno para que hagas otras planas”, dijo y me dio el pautado. ¡Ah, la gran pauta!
¡No volví! No recuerdo qué dijo mi papá cuando le comenté que no volvería a la clase de piano, cuando le dije que eso de querer ser Mozart era muy aburrido.
Cuando Pau preguntó si eso era una partitura pensé que, tal vez, un amigo pianista, un gran pianista, como Luis Felipe Martínez, por ejemplo, podía llevar un piano a esa calle e interpretar esa música celeste. Estoy seguro que el genio del pianista podía interpretar esa serie de símbolos que son como corcheas y fusas colgadas en la partitura del cielo. Entonces, yo llevaría a Pau y le diría que escuchara y diría que sí, que era una partitura, una partitura escrita por sencillas chinitas que soñaban con ser cenzontles, con ser tiucas.
Posdata: Ahora que está tan de moda lo del Nuevo Modelo Educativo; ahora que un muchachito en un spot televisivo dice, frente al Presidente de la República, que a él le gusta aprender a aprender y no a memorizar, pienso que el maestro Beto debió unir la teoría con la práctica, debió llamarme frente al piano, poner uno de mis dedos en el teclado, hacerme apretar una tecla y decirme que eso equivalía a uno de los símbolos que yo había escrito en el cuaderno; debió hacerme escuchar la nota, porque yo creía que la música era el sonido que salía de la radiola que mi papá tenía en la sala. La música no era una serie de símbolos sobre un cuaderno pautado. La música era la serie de escalas que la hija del maestro tocaba esa tarde en que yo me puse a dibujar círculos blancos y puntos negros sobre un cuaderno.