martes, 29 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UNA MUÑECA




Querida Mariana: Hay fotografías que son muy sencillas, que tienen pocos elementos. En esta fotografía no hay más que un piso, una flor, unas hojas, pétalos regados y una muñeca. No sé si los verdaderos artistas buscan tal fórmula en sus creaciones: pocos elementos que produzcan muchas y atractivas lecturas.
Si le preguntara a Hugo Nandayapa o a Ángel Gabriel Penagos, ellos podrían decirme si esta fotografía tuvo el enfoque correcto. Ellos, estoy seguro, dirían que le falta luz. Y la luz, todo mundo lo sabe, es elemento esencial para lograr una buena fotografía. Entonces, esta fotografía no es una buena fotografía.
Pero esta fotografía no tiene la pretensión de lograr ser admirada por los observadores ni la intención de ser de concurso. ¡No! Su pretensión es más sencilla: es la pretensión de quien se toma una selfie o de quien va a un día de campo y toma una fotografía para conservar un recuerdo. Esta fotografía es el testimonio de un instante, no es más que un testimonio de la muñeca que tejió mi Paty.
Cuando coloqué la muñeca en el piso pensé que así como el geranio le da vida al muro, de igual manera, las muñecas dan vida.
Yo no soy fotógrafo, soy, eso sí, un observador de fotografías, he visto miles de ellas colgadas en las salas de las casas, en los álbumes personales, en exposiciones, en celulares y en carteras. El otro día, la tía Eugenia me llamó y me dijo que me sentara a su lado. Sacó una cartera pequeña que llevaba adentro de una cartera más grande y, de una bolsita con mica, tomó una foto tamaño infantil, en blanco y negro. La foto estaba toda ajada, mostraba un rostro infantil que parecía viejo por tanta arruga del papel. “Es tu prima Elena”, dijo. Elena tiene la misma edad que yo (sesenta años), radica en Nuevo Laredo. Tiene más de treinta años que salió de Comitán y jamás ha vuelto. Las manos de mi tía temblaban mientras sostenían la foto. Ella se emocionó. Me entregó la foto y yo la tuve entre mis manos, mientras ella sacaba un pañuelo de la cartera grande y se secaba los ojos. La fotografía había tocado el corazón de la tía. ¡Claro!, dirás vos, esta foto tocó a la tía porque muestra a su hija ausente. Si otra persona observara la fotografía de Elena nada le diría.
Pero, el verdadero fotógrafo es aquel que logra, a través de una foto, hacer que el personaje central sea la Elena de cada uno. He visto (tal vez vos también) observadores en el museo que se emocionan con una imagen. Una vez vi una fotografía de un artista guatemalteco que mostraba una niña cargando una muñeca similar a esta. La niña estaba en medio de un basurero, al lado de cubetas deshechas, pañales sucios, cadáveres de perros y, a un metro de donde estaba la niña, un montón de llantas donde estaban parados tres zopilotes con sus alas desplegadas. La muñeca que la niña sostenía estaba toda sucia, le faltaba un brazo y no tenía un ojo. Sin duda, la había encontrado tirada, pero la acariciaba como si fuera nueva. El título de la fotografía era escueto: “La mamá con su hija”. Dejé de ver la fotografía y miré a la señora que estaba a mi lado, ella lloraba. La foto, sin duda, la había “tocado”. Esa niña anónima, gracias al genio del fotógrafo, era la Elena de cada uno.
Vi a mi Paty tejer por horas y horas la muñeca. La vi deshacer una pierna, porque le había quedado más gorda que la otra, y volver a tejerla. Así estuvo durante muchos días. Poco a poco yo era testigo de cómo el estambre tomaba forma, la forma de una niña bonita.
Cuando me la enseñó ya terminada y se la pedí para tomarle una foto no pensé más que en conservar ese instante, un instante hecho de miles de instantes, en los cuales mi Paty abonó su cariño. Esta muñequita es como la flor del geranio. Ha hecho la diferencia en el universo. Sé que algún día, como la flor, se secará y sólo será un recuerdo, pero cuando alguien, dentro de muchos años, vea esta fotografía tal vez le produzca algún sentimiento. Tal vez esta muñeca sea la Elena que todos llevamos en el corazón.

Posdata: Le dije a Paty que no la venda, que no la regale. Le dije que procure conservarla. Si alguien quisiera comprársela no le pagaría lo que vale; si la regalara, más temprano que tarde quedaría olvidada en algún rincón. Pero ella hará lo que desee. Yo no me preocupo, así como no me preocupé por saber que a la fotografía le faltaba luz. Y no me preocupo porque a la muñequita de Paty le sobra luz y yo, en esta fotografía, conservo a la muñeca para siempre, ¡para siempre!