jueves, 3 de agosto de 2017

LOS QUE NO SON DE ACÁ




Un día llegan los que no son de acá. Llegan en tráileres. Bajan decenas de estructuras metálicas y plásticas. Los que no son de acá se convierten en propietarios temporales del parque central de Comitán, espacio común, propiedad de los comitecos. Se les ve trabajar con denuedo. Levantan gigantescas carpas. Los espacios comunes se convierten en espacios exclusivos. Los que no son de acá impiden que los comitecos caminen por la plaza. Advierten que es peligroso. Colocan cintas que delimitan los espacios donde trabajan. Los de acá ven a los que no son de acá con recelo. Algunos se preguntan: ¿Y ahora de qué se trata? Las carpas gigantescas sirven para colocar pistas de hielo, para hacer ferias del empleo, para colocar escenografías donde se muestran dinosaurios de tamaño descomunal.
Por eso, los que no son de acá ven a los de acá con cara de ¿Por qué no agradecen? ¿No ven que les hacemos favor de traerles diversión gratuita? ¿No entienden que sin nosotros no supieran lo que es patinar sobre hielo? Por favor, comitecos, ustedes ¿cuándo habían estado frente a la figura de un dinosaurio de tan monumental tamaño? Y siguen con su cara de Ustedes sólo conocen el tsizim. Y, orgullosos, continúan con su labor.
Y los de acá acuden a patinar sobre la pista de hielo; hacen fila (debajo del inclemente sol o de la pertinaz llovizna) para que los chiquitíos vean a los dinosaurios; llenan decenas de formularios para ver si logran una de las plazas que ofertan con salarios de miseria y responsabilidades de excelencia. Los de acá esperan con paciencia infinita que llegue el gobernante y haga entrega de una despensa. Un día, los que no son de acá recogen sus bártulos. Se suben a lo alto de las estructuras y desmontan las gigantescas carpas. El sosiego regresa. Algunos comentan que ojalá no vuelvan a colocar esas carpas en el corazón de la ciudad. Insisten en asegurar que existen otros espacios en donde colocar las pistas de hielo, los museos itinerantes, las ferias de empleo, las entregas de despensas. Exigen respeto por el espacio común. Es inútil, los que no son de acá vuelven y se posesionan temporalmente del parque.
Cuando se van los que no son de casa no se llevan todo, como se aprecia en esta fotografía. Levantan sus estructuras metálicas, sus cuerdas, sus cadenas, sus lonas y demás elementos. Pero algo dejan: clavos y tornillos que metieron en las lajas del parque. Ahí donde caminan a cada rato los que sí son de acá. Y los de acá, entonces, se tropiezan a cada rato por los clavos y tornillos que dejaron los que no son de acá. Porque los que no son de acá no entienden que este espacio es el espacio de todos y ahí caminan los ancianos que llegan al parque a escuchar la marimba, no entienden que en este espacio los bailarines y turistas bailan con la marimba de los jueves y domingos, no entienden que por ahí corren los niños con sus globos y las niñas con sus muñecas. Ellos no tienen la culpa. Esta casa no es de ellos, nada les dice. Ellos no tienen su corazón enredado en los aires de este pueblo.
Por eso dejan su tiradero de clavos que detienen el paso libre de un anciano, anciano cuyo pie choca con ese tornillo y que le provoca un dolor de cintura, una afectación de columna.
Los que no son de acá provocan que los de acá se lastimen. Y esto pareciera un contrasentido. Los que no son de acá llegan a la casa de los que acá y les tiran su basura. ¿En qué otro lugar del mundo se permite que un extraño deteriore el bien común de los habitantes de un lugar? Una mayoría de los de casa cuidan sus jardines, sus salas, sus sitios, pero, a veces, tal esfuerzo de conservación no es suficiente cuando los de afuera llegan, con su prepotencia de siglos, a dañar el bien común.
Ahí están los clavos y tornillos sin que autoridad alguna piense en los que caminan por ahí todos los días.
Estos clavos y tornillos son como huellas de los que no son de acá. Uno puede caminar por ahí y decir: “Por acá pasaron los bárbaros, los que no aman esta tierra, los que no son de acá”.
¿Y si no son los de afuera? ¿Y si son los de casa los que dejan sus desechos? Porque a veces (de manera muy frecuente) algunos de casa levantan sus tiendas de campaña y también clavan sobre las lajas para amarrar las cuerdas endebles. ¿Y si son de casa los inconscientes? ¿Los que, por ahora, viven en, y de, la casa del centro del pueblo? No creo que sean de casa, porque éstos sí saben que por ahí caminan sus madres, por ahí juegan sus nietos, por ahí flirtean y se enamoran sus hijas. Sería el colmo que los de casa dejaran esos campos minados que afectan los esqueletos de los pobres viejos que por ahí caminan y tropiezan con esos pequeños objetos tan dañinos, tan temerarios.
Rocío dice que no importa quién deja esos adminículos (así lo dice, ¡adminículos!, pucha qué palabra tan del medioevo). Rocío dice que el presidente municipal debería, hoy o mañana, mandar una brigada del palacio para que elimine esos obstáculos. ¡Es tan simple y sencilla la solución! Pero, bueno, eso es lo que Rocío dice, porque ella sí es de casa y ama este pueblo. Entonces, Ramiro le voltea el chirrión por el palito y le dice que por qué no ella, con sus amigos, hacen tal encomienda ciudadana. Pero Rocío se molesta, dice que el otro día, un grupo de jóvenes quiso pintar la ciclopista de la séptima y la autoridad llegó a impedirlo. Rocío dice que las autoridades ni pichan ni dejan pichar. ¡Uf!
Mientras tanto ahí siguen esos “adminículos” provocando accidentes a los de casa.