miércoles, 16 de agosto de 2017

FOTO DE UNA TARDE CUALQUIERA




Imagine que decide ir a un parque; imagine que está en Comitán y elige ir al parque de San Sebastián, parque lleno de historia, porque en ese lugar inició el movimiento de Independencia de Chiapas. Imagine que les dice a sus hijas (niñas bonitas, con sonrisa de aire limpio, que su mamá siempre peina con colitas). Sus hijas brincan felices y van a su recámara y piden a su mamá que las peine, porque papá dijo que las llevará al parque y ahí correrán y mirarán los pájaros que brincan en los árboles y comprarán paletas de chimbo y las comerán sentadas en una banca del parque, mientras escuchan las campanas del templo que dan el primer repique para misa.
Pero, lo que usted no sabe (porque hace rato que no va al parque) es que el espacio poco a poco lo vamos perdiendo, porque está lleno de teporochos y de prostitutas. Los borrachos beben ahí sus botellas de charrito y cuando las terminan van con los paseantes y comienzan a fastidiar pidiendo una moneda para seguir la borrachera, hasta que, agotados por tanto alcohol, se recuestan como iguanas bobas, en medio del parque, del parque que, antes, era un espacio para la convivencia familiar.
¿De dónde llegan estos borrachos y estas prostitutas? Llegan de una zona miserable que está apenas a dos cuadras del parque. En una zona que se supuso rescate de espacios públicos, pero en el que los borrachos se reúnen desde temprano para beber. Por ahí también caminan las prostitutas que cuando consiguen cliente ocupan cuartos que ahí rentan. La zona (apenas a dos cuadras del parque) es una zona sucia y miserable. Quien camina por ahí tiene la sensación de pasar por esas orillas del río Grijalva donde los cocodrilos se asolean. Hombres cocodrilo están tirados, en medio de ríos de orines.
Las niñas, ya peinadas y con vestidos impecables, entran al estudio y le avisan que ya están listas. Usted se para, deja de escribir y le pregunta a su esposa si ya está lista. Ella dice que sí. Salen los cuatro de la casa, se despiden del perro que se sube al sofá y desde ahí ve cómo suben al auto y van con rumbo al parque, un espacio público que es un remanso. Los cuatro van felices, la tarde es tranquila en Comitán.
Pero cuando llegan, lo primero que usted ve es lo que en la fotografía se muestra. En otro pasillo se encuentran con el mismo espectáculo de dos borrachos que, impertinentes, agresivos, piden monedas a una pareja que llegó al parque porque creyeron que podían platicar tranquilamente.
En otras bancas están sentadas dos prostitutas (una con vestido rojo y la otra con vestido amarillo); ambas tienen los labios pintados con color rojísimo y se ofrecen a los hombres que por ahí caminan. Saben con quién hacerlo. Cuando usted pasa con su esposa y sus dos hijas, las prostitutas miran al suelo y no levantan la vista hasta que ustedes han pasado.
Usted lleva a su esposa e hijas al negocio de doña Estelita, donde venden las mejores paletas de chimbo de todo el pueblo, y pide cuatro paletas y una botella de agua. Paga y regresan al parque. Buscan una banca disponible frente al templo de San Sebastián, porque, usted deduce que ahí, frente al templo, será difícil que se acerquen los borrachos. Cuando se sientan están más o menos tranquilos, pero una inquietud aparece cuando usted ve que en la parte superior del edificio donde están los cuartos de las monjas encargadas de cuidar el santuario del Niñito Fundador hay una serpentina de alambre de púas, de esos serpentines que ahora se colocan para evitar que los delincuentes trepen a las casas particulares. Y usted piensa que algo malo está sucediendo en ese entorno. Los teporochos y prostitutas se están adueñando de espacios de convivencia familiar y, además, parece que también la delincuencia, así es la lectura que hace cuando ve que el edificio que habitan las monjas está protegido por serpientes de alambre de púas. Eso es un signo alarmante de que los delincuentes están rondando por ahí.
En lugar que la autoridad reafirmara la línea divisoria ha dejado que ésta, como si fuera la línea fronteriza entre Chiapas y Guatemala, se vuelva vaporosa y los malvivientes han subido y se están asentando en espacios que la dignidad de un pueblo honesto les habría vedado. ¿Cómo es posible que ahora, en cualquier momento, los teporochos estén tirados sobre las bancas o sobre los corredores que, antes, eran territorios donde las familias convivían de manera alegre y pacífica?
Pero no sólo es eso. También el parque central de Comitán se volvió zona donde la convivencia sana cada vez es más difícil. Las organizaciones sociales se han ido apoderando poco a poco de espacios públicos y ahora se comportan como si ellos fueran los propietarios y el pueblo fuera un extraño.
¿En qué momento Comitán fue perdiendo la tranquilidad de sus espacios públicos? Parece que la autoridad (que no es propietaria del espacio sino simple comodatario) se ha excedido en su permisividad y no pone freno a tal fenómeno de expansión de la violencia y de la miseria.
Hace apenas unos cuantos años escribí que cuando veía a los estudiantes preparatorianos en la fuente del parque central, jugando, platicando, descansando, me sentía bien, porque ellos estaban a resguardo de los peligros, pero cambié de opinión en el momento que supe que alguien había sido detenido en ese espacio porque vendía drogas. ¿Drogas en pleno parque central?
Sí, poco a poco, ¡qué pena!, nuestra ciudad va perdiendo las zonas de sana convivencia. Los indeseables se van apoderando poco a poco de esos espacios, en una historia que pareciera sacada de un cuento de terror.
Las autoridades no están pensando en la conveniencia de la mayoría, de la gente de bien, de la gente honesta, de la gente trabajadora, sino que está cediendo espacios (por desidia y por intereses políticos) a grupos de malvivientes.
Usted se siente intranquilo y, en cuanto terminan de comer la paleta, decide que mejor irán a cenar a casa, pedirán una pizza. Las niñas brincan de gusto y su esposa entiende el mensaje y dice que sí, que es lo mejor, que cenarán en casa y mirarán una película de caricaturas. Y cuando llegan a casa y el perrito los recibe con machincuepas y movimientos desenfrenados de cola, mientras su esposa pide una pizza hawaiana, usted piensa si será hora de colocar serpentines de alambres de púas sobre la barda limítrofe y el solo pensarlo le provoca un malestar indecible.