viernes, 18 de agosto de 2017
DEFINICIÓN DE EXTRAÑO
Es una palabra que se pronuncia con frecuencia. Una de las acepciones del diccionario es la que dice que se aplica a algo raro o singular. Por eso no es “extraño” decir que los lectores en México son seres extraños.
Pero, además, el término puede aplicarse como derivación del verbo extrañar. Así, tampoco es “extraño” que una muchacha bonita le diga, por teléfono, a su novio: “Te extraño”. ¡Qué extraño, ¿verdad?, que la misma palabra se emplee para denotar rareza y para lamentar una ausencia querida!
Esto se presta a una gran confusión. En una leyenda escrita por Armando Ramírez Planquet, quien usaba el sobrenombre de “El tuerto del ojo izquierdo”, aparece un caso donde se plantea tal absurdo que, en un juego del mito, da una versión especial del origen de dicha palabra. La leyenda narra que Dieslova, mujer bellísima, estaba un día en la playa y vio, a la distancia, a un hombre que metía los brazos y manos adentro de un hueco. El hueco estaba en medio de una piedra que era bañada por las olas del mar. A los niños les encantaba acercarse a ese hueco porque acercaban sus oídos y decían que se escuchaba la voz del mar. Así lo decían. Dieslova se acercó, paso a paso. Sobre la arena quedaron grabadas las huellas de sus delicados pies, pero segundos después el mar las borró dejando todo impecable de nuevo. Dieslova vio cómo sus huellas eran borradas y pensó que eso era el ideal del ser humano comprometido con el mundo; cuando ella estuvo cerca del extraño le preguntó qué hacía. El hombre volvió su mirada y dijo que trataba de salvar a una tortuga y señaló el hueco donde el animal parecía estar atrapado. Dieslova reconoció a la tortuga, era Eriul, tortuga que conocían todos los pescadores. Dieslova se acercó y riéndose en forma descarada dijo: “No, no, extraño, Eriul no está atrapada, hace su ejercicio vespertino” y explicó que la tortuga, como si fuese una gimnasta olímpica, se metía a ese hueco, colocaba sus patas en los laterales y subía y bajaba como si las paredes fueran anillas y ella hiciera el Cristo que es práctica común y excelsa entre los gimnastas. ¿Cómo Eriul logró descubrir ese hueco y realizar, tarde a tarde, esos ejercicios? Eso era una incógnita, pero todo mundo admiraba el movimiento lentísimo que la tortuga hacía para llegar al hueco y para trepar por la hendidura y, sobre todo, el acompasado ritmo con el que se ejercitaba. El extraño se sorprendió al oír esta historia, pero Dieslova se sorprendió más al encontrar a un hombre preocupado por el animal. A partir de ese momento, el extraño y Dieslova se acostumbraron a caminar por la playa a la hora de la salida del sol y en el ocaso. La sombra de la pareja se volvió un elemento integral de la playa. Dieslova siempre veía cómo, conforme caminaban, sus sombras se desvanecían en el trayecto recorrido. Pensó que no era el ideal de pareja. Tal pensamiento fue como un presagio porque un día el extraño debió regresar a su lugar de origen. Dieslova se quedó sola. Durante las madrugadas y al anochecer caminaba por la playa y veía su sombra sola y miraba cómo ella se disolvía conforme el sol avanzaba, así como se disolvían las huellas que dejaba en la arena y eran borradas por las olas que llegaban y se iban. Dieslova pensó que esto último era el destino del ser humano: todo llega pero todo se va. Dieslova comenzó a lamentar la ausencia del extraño, del hombre que nunca supo cómo se llamaba y en el perfil de su pena la palabra extraño se convirtió en sinónimo de ausencia. Desde entonces, dice Ramírez Planquet, la palabra se empleó tanto para referirse a lo raro como a lamentar una ausencia. La leyenda termina en fea forma, dice que la tortuga Eriul, la tarde en que el extraño se fue, se quebró una de sus patitas y jamás volvió a hacer el Cristo de las Tortugas.