lunes, 14 de agosto de 2017

LOS PRINCIPIANTES





¿Rius era dibujante? Parece que no, porque nunca aprendió a dibujar bien. ¿Rius era monero? Parece que sí, porque sus personajes están más cerca del chango que del humano; es decir, Rius no dibujaba monos, más bien moneaba los dibujos. Pero gracias a este don particular logró que sus libros (más de cien) y sus revistas fueran leídos por miles y miles de lectores, porque Rius, con su obra creativa, se colocó en la cima donde están los mayores moneros de este país.
Ahora que las cifras millonarias son cosa de todos los días y se han vuelto irrelevantes (dicen que el ex gobernador de Veracruz desfalcó más de treinta y cinco mil millones de pesos y que el video de Despacito, de Luis Fonsi, ha sido visto por más de cuatro mil millones de usuarios) hay que decir que México (país de ciento veintisiete millones de habitantes) es un país que no lee mucho, pero que sí leyó a Rius.
De ahí pues que miles y miles de lectores pueden dar un testimonio de su relación con Rius. ¿En qué forma influyó en su forma de ser? El personaje principal de la novela “La vida nueva”, de Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura, dice: “Un día leí un libro y toda mi vida cambió”. La obra de Rius fue modificadora de vidas. Esto lo sabía muy bien el padre Carlos J. Mandujano, por lo que cuando apareció el libro de Rius con el título de “Cristo de carne y hueso”, el padre corrió a la Proveedora Cultural a comprarlo y, como el experto lector que siempre fue, lo diseccionó y retomó los fragmentos donde Rius más le tiraba al mito católico y en su programa de radio, “La hora de la paz”, de la XEUI, rebatió, con fundamento cristiano, las ideas que, según el padre Carlos, estaban infundadas. A final, el debate no era más que el eterno debate: el padre defendía la imagen divina del hijo de Dios y el caricaturista la bajaba de las alturas y la aterrizaba y la trataba como un humano de excepción; es decir, un ser humano de carne y hueso, con ideas revolucionarias. El padre andaba en su negocio y Rius también. Uno trataba de fortalecer la fe de su grey (recordemos que fe es creer a ojos cerrados) y el otro trataba de quitar la venda de los ojos del sufrido pueblo mexicano. Yo admiré (y admiro) a ambos personajes: al padre Carlos y a Rius. Porque supe que ni Rius ni el padre tenían la verdad en su mano. Al final no fueron más que simples mortales. Y Rius no tenía la verdad en su mano, porque yo había leído su libro “Cuba para principiantes” y, al principio, le creí todas las bondades que el caricaturista decía de aquella nación. La revolución era el camino para hacer más digna la vida. Cuba era una nación que, poco a poco, lograba mejores niveles de desarrollo social. ¡Ah!, pero muchos años después apareció “Lástima de Cuba” y ahí, el mismo Rius se encargó de tirar el mito revolucionario y lo que había alabado lo tiró al cubo de basura. ¡Qué pena! Cuba había convertido su proceso revolucionario en una miserable dictadura. Sí, ya también había leído el maravilloso cuento de Senel Paz: “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, donde dejaba ver la intolerancia del gobierno cubano respecto a la diversidad sexual; ya un amigo que había viajado a Cuba me había hablado del gran fracaso cubano respecto a la prostitución, pues me contó que, como en cualquier país sudamericano, en las playas de Varadero se paseaban tranquilamente preciosas chicas cubanas (con esos cuerpos maravillosos que poseen) ofreciendo servicios sexuales (son las llamadas jineteras); es decir, el socialismo había fracasado. Cuba no era lo que en “Cuba para principiantes” me había dicho Rius, más bien era, lo que años más tarde, el mismo Rius decía en “Lástima de Cuba”.
Rius entendió que si algo leía el pueblo de México eran las revistas de monitos. “Lágrimas y Risas”, “Kalimán”, “Memín Pinguín”, se vendían por millones, cada semana. Rius puso en el otro platillo de la balanza el mismo producto y pronto comenzó a ser consumido, de igual manera, por miles y miles de lectores. Sus Supermachos jamás alcanzaron los tirajes millonarios de Kalimán, pero sí lograron hacer conciencia en muchos espíritus. Rius comprendió que este país era un país mayoritariamente de principiantes. Nadó contra corriente, remó contra corriente. Hizo un supremo esfuerzo para llegar a la orilla donde está el conocimiento, la semilla del desarrollo. ¡No lo logró! No lo logró, porque el sistema político está tan bien cimentado que sus raíces no se queman con simple tinta china.
Miles de lectores pueden dar testimonio de su amistad con Rius, amistad lograda a través de sus libros. Claro, hay testimonios más cercanos, como el del caricaturista chiapaneco, Enrique Alfaro (el monero mayor de Chiapas, quien sí es un excelso dibujante), ya que él tuvo una relación más estrecha con Rius, un día subió a las redes sociales fotografías donde el famoso caricaturista está en su casa de Tuxtla; de igual manera, el testimonio de mi amigo Rubén Rodríguez es especial, porque cuenta que una tarde quedó varado en el aeropuerto de Guadalajara y mientras esperaba que la aerolínea anunciara su vuelo se puso a dibujar una tira cómica en su moleskine. Iba avanzado en su dibujo cuando oyó que su vecino le decía que dibujaba bien. Rubén vio al vecino y casi se cae del asiento al darse cuenta que era el propio Rius, de carne y hueso. Rubén le extendió el moleskine y le pidió el autógrafo, Rius tomó la libreta y dibujó un cuadro, continuando la historia que Rubén dibujaba. Ahora, Rubén tiene en la pared principal de su sala el cuadro donde aparece la tira cómica dibujaba por él y por el gran Rius.
México es un país de principiantes. Chiapas lo es más aún. Gracias a Rius, miles de lectores dieron un paso hacia arriba, hacia la cima donde está el análisis, la reflexión.
Hacen falta más libros para principiantes. Hace falta el libro “Chiapas para principiantes”. También falta el libro “Oposición a los corruptos por parte de principiantes chiapanecos dignos”. Pero, ¿quién los escribe? Rius ya no. Rius ya es río de otra dimensión.