miércoles, 2 de agosto de 2017

LOS QUE ESCRIBEN DÉCIMAS EN CUMPLEAÑOS




No vi el momento en que se acercó, pero cuando vine a ver el muchacho estaba frente a mí y me preguntaba: “¿Tú eres el que escribe las Arenillas, verdad?”. Estaba sentado en el parque, leía, mientras la gente caminaba por los pasillos interiores y los pájaros bajaban a picotear en el pasto de las jardineras. Alcé la mirada y lo vi. Era un muchacho con lentes azules, cabello casi al rape, pantalón de mezclilla y una playera negra con un estampado en blanco que decía: “I’m just here”. No sé hablar inglés, pero mis clases de primer nivel me ayudaron a traducir: “Sólo estoy aquí”.
Sí, estaba justo delante de mí y me preguntaba si yo era quien escribía las Arenillas. Sonreí. Dije que sí. Me dijo que le daba mucho gusto, tomó su celular y tomó una selfie donde él estaba en primer plano y yo (creo) aparecí detrás de él. “Mucho gusto”, repitió y levantó la mano en señal de despedida. Yo dije lo mismo, mucho gusto, y volví a mi lectura.
¿Volví a mi lectura? ¡No, mentira! Ya no pude seguir leyendo “Kanada”, de Juan Gómez Bárcena. Novelilla que no está mal, habla de un personaje que regresa a casa al final de la segunda guerra mundial, en 1945.
Y no pude continuar con la lectura, a pesar de que la tarde era linda y el cielo estaba azul y las campanas del templo de Santo Domingo anunciaban el primer repique para misa de seis, porque el muchacho del pantalón de mezclilla y camisa a cuadros me había metido el estilete. ¿Yo era el de las Arenillas? Sí, yo era. Lo que el muchacho había dicho parecía confirmar la teoría de Rocío quien dice que seré conocido siempre como el escritor de las Arenillas. Tal vez corro ese riesgo.
Muchos lectores me identifican como el escritor de esa columna periodística que aparece en el DIARIO DE COMITÁN – NOTICIAS A DIARIO, en CHIAPAS PARALELO, en MIRA QUIÉN COMITÁN y en las redes sociales.
Hace tiempo, no sé, quince años o tal vez un poco más fui al cumpleaños de un amigo. A la hora de los brindis leí una décima que había escrito especialmente para él. Como la décima era simpática fue recibida con entusiasmo y jolgorio. Un mes después recibí una llamada telefónica, era la esposa de otro amigo, me invitaba al cumpleaños de él. Al despedirse me dijo: “No olvidés escribirle su décima”. ¡Uf! Presentí que corría el riesgo de volverme el infaltable lector de décimas en los cumpleaños. Con la pena no acudí a la invitación. Lo hice para cortar de tajo con eso que pretendía convertirse en una insana costumbre.
La tarde de la pregunta del muchacho del pantalón de mezclilla, una pareja de muchachos bonitos se sentaron frente a mí y se abrazan y comían esquites, botados de la risa por las cositas que se secreteaban. Ella tenía una blusa que mostraba los hombros y el cuello, él tenía un tatuaje en el brazo izquierdo. Yo pensé (en juego de imaginación) que si Gabriel García Márquez se sentara en la banca de al lado, los muchachos dirían: “Mirá, ahí está Gabo, el escritor de Cien años de soledad”; y si en lugar de Gabo fuera José Emilio Pacheco, los muchachos lo señalarían discretamente y dirían: “Mirá, mirá, ahí está Pacheco, el autor de Las batallas del desierto”; es decir, nadie, ¡nadie!, los reconocería por sus columnas periodísticas. Nadie diría de Gabo: “Mirá, ahí está el escritor de La jirafa”; nadie diría de Pacheco: “Mirá quién está ahí: el escritor de Inventario”.
¡Qué paradójico y qué complejo el mundo de la escritura! Estoy seguro, cuando menos en el caso de Pacheco, que más lectores han leído sus columnas periodísticas que sus libros de poesía o sus libros de cuentos o sus novelas. Gabriel García Márquez se cuece aparte. Él vendió (sigue vendiendo) millones de libros en todo el mundo. Nuestro Pacheco jamás alcanzó tales cifras. Pacheco es milenario, Gabo ¡millonario!
Mi obra, igual que la de Pacheco, ha sido conocida, más por lectores de la columna que por mis libros. Por eso, el muchacho del piercing en la ceja izquierda, me preguntó si yo era el escritor de las Arenillas. ¿Sabe él que he escrito libros de cuentos y novelillas breves? Si ha sido un lector atento de mis columnas periodísticas tal vez sí se ha enterado, pero lo más seguro es que no ha leído alguna de ellas. ¿Por qué? No lo sé. Tal vez porque no están a la venta en las grandes cadenas comerciales. Mis novelillas no alcanzan a llegar a Gandhi o a El sótano. Apenas alcanzan vuelo para llegar a la librería Lalilu, de nuestro Comitán, librería bellísima, pero que no tiene el impacto de aquéllas. Comitán es un pueblo de cien mil habitantes, la Ciudad de México se estira hasta llegar a los veinte millones.
De mis novelillas apenas alcanzo a vender treinta o cuarenta ejemplares cada vez que hago una presentación. Sé que las Arenillas son leídas por muchos lectores cada día. Por eso (optimista) cuando hago la presentación de una de mis novelillas espero que las decenas de admiradores de las Arenillas se hagan presentes y compren ejemplares. Pero no es así. Sólo llegan pocos amigos y admiradores incondicionales.
Rocío dice que debo entender que en México así es el modo. Dice que leen las Arenillas porque son gratis y porque son ligeras (casi light, insiste). La novelilla exige otro tipo de lectura, otro tipo de acercamiento, y, además, cuesta paga. Y las personas no invierten en libros. Gastan en cosas que les satisface más: celulares, cigarros, trago, ropa y demás maravillas del mundo moderno.
¿Y entonces -pregunto- por qué millones de lectores en el mundo compran las novelas de Murakami? Y digo Murakami para no escribir el nombre de Gabriel García Márquez y que algún lector pueda interpretar que estoy colocando mi obra a la par del Nobel de Literatura.
Murakami no es un gran escritor, cómo, entonces, logra que sus admiradores se acerquen a él y le pregunten: ¿Tú eres el escritor de Tokio blues?
Sé que los libros de Murakami están a la venta en todas las librerías importantes del mundo. Yo estoy consciente de que nunca llegaré a tales canchas, pero sería genial que alguna tarde, se acercara una muchacha bonita (de esas que usan las blusas con escote que muestran los hombros) y me preguntara: ¿Vos sos el que escribió la de Yo también me llamo Vincent?
Ese día compraré una playera negra y me la pondré. El estampado dirá: “I’m just here”. Sólo loco aspiraría a tener millones de lectores, tampoco aspiro a los miles de lectores que Pacheco tiene. Mi gusto sería que una muchacha bonita se acercara y me identificara como el autor de la novelilla El día que Julio Cortázar llegó a Chiapas.
Pero Rocío insiste en molestarme. Dice que llegará la chica, me preguntará si yo escribí tal novelilla y cuando yo, orgulloso, diga que sí, ella me reclamará, dirá que la novela es malísima, porque uno de los personajes se parece a…