martes, 20 de marzo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE MENCIONA A SERGIO




Querida Mariana: En el periódico La Jornada, del domingo 18 de marzo, apareció una fotografía donde está el escritor Sergio Pitol y su chucho “Sacho”, un chucho pastor inglés. Esta raza es de chuchos peludos, que apenas ven a través de las cortinas de su pelambre; son chuchos de talla grande, con cara de muñeco de porcelana; son chuchos que llaman a la simpatía. Sergio es de los escritores mexicanos que, también, mueve al afecto y a la admiración.
Como no puedo usar la fotografía (que es de Eirinet Gómez, quien hizo la foto de otra foto) hice un apunte ligero para que te des una idea, pero sugiero que busqués la edición de ese día y veás la foto, porque está llena de vida. No sé cuántos años tiene que fue tomada, pero ahí se ve al escritor con una gran vitalidad, ya con su cabeza como pista de aeropuerto y una pierna y un pie que calza un tenis grande (calza grande Pitol, sin albur, por favor. En el apunte ya no alcanzó el papel para dibujar el pie de Pitol), y aunque, con la mano derecha, sostiene un bastón, se ve que está pleno. La fotografía fue tomada en la entrada de su casa, en Xalapa; se logra ver en la fotografía unas gradas que conducen a su recámara y a su estudio-biblioteca.
La fotografía ilustró un artículo que indicaba que el escritor cumplió ochenta y cinco años, los cumplió cuando está en “la cuarta y última etapa de la afasia progresiva que ha impedido sus movimientos y acabó con su capacidad para comunicarse”.
El apunte puede dar una idea del instante en que Sergio fue retratado. Con energía sostiene el mango del bastón. Ahora, según se advierte en la nota periodística, el escritor ya no puede moverse ni puede hablar.
Siempre que leo este tipo de notas periodísticas pienso en la tragedia que aparece cuando las personas que dedicaron su vida a la palabra sufren este tipo de enfermedades. En Comitán, nuestra cronista, Lolita Albores, dicharachera, prodigiosa cuenta cuentos, también sufrió un día una enfermedad que le impidió comunicarse; asimismo, mi querido amigo Juan Manuel González Tovar, quien dedicó muchos años de su vida a la conducción de programas radiofónicos, fue tocado por el destino y le impidió comunicarse. Ahora recuerdo un día que Alex y yo fuimos a su casa y él se molestaba cada vez que intentaba decir algo y sus palabras salían enredadas, como si al emerger de su boca tropezaran y cayeran.
La enfermedad de Pitol avanzó hasta cancelar por completo sus movimientos físicos y su capacidad de habla. La nota periodística dice que no sale de su casa, permanece en su cuarto, al cuidado de familiares.
Algún año, de quién sabe qué tiempo, Pitol escribió “El arte de la fuga”. Nada hay de funesto ni de visionario en el título, pero ahora que leí la nota de Eirinet Gómez pensé que su enfermedad es como esa línea de fuga, porque Sergio está y no está. Sigue estando en su obra literaria, que es festejada en muchos lugares del mundo, pero ya no está en los festejos de vida, porque ahora, para celebrar sus ochenta y cinco años de vida, se corta el pastel sin su presencia física, porque él está sentado en un sofá, en la penumbra de su habitación. A la hora que le cantan las mañanitas él solo se dedica a escuchar, que fue una de sus actividades primordiales para su oficio de escritor, pero la cuerda que completaba el ciclo ya no se cumple. Lo dijo la periodista: La enfermedad “…acabó con su capacidad de comunicarse”. ¿Así es el arte de la fuga? ¿De verdad? ¿Debe uno recluirse en una celda de monasterio para jugar bádminton de manera solitaria? ¿Sólo a uno le regresa la pelota? ¿Ya no se puede hacer un papalote, abrir la ventana y echarlo a volar como si fuera una paloma?
Cuando leí la nota de La Jornada, recordé la molestia de mi amigo Juan Manuel, trataba de enhebrar las palabras, pero su tejido ya era sin color. Él, que tenía una voz suprema, que había llenado las radios de medio mundo de acá, ya no podía articular las palabras con ese cincel de luz que acostumbraba.
Eso fue lo que recordé al imaginar a Sergio Pitol recluido, él que tanto viajó por el mundo, él que hizo de la palabra el medio más sutil para hacer la luz. Ahora está inmerso, sin desearlo, sin pensarlo, en el camino del arte de la fuga donde el silencio es la otra manera de comunicar.
Posdata: No sé qué significa bien a bien eso de que está en la “cuarta y última etapa de la afasia progresiva”. Tal vez significa que la enfermedad no puede ir más allá, que llegará un instante en que todo se detendrá porque el límite aparecerá como una grieta. En ese instante, ¿hacia qué pozo brincará nuestro escritor? ¿Quién le dará el empujón? Pregunto esto último, porque él ya no podrá hacerlo, porque su cuerpo no tendrá capacidad de movimiento alguno. Por esto, igual que muchos, celebro los ochenta y cinco de ese prodigioso escritor, abro la ventana y canto “Estas son las mañanitas que cantaba…”, mañanitas dedicadas a Sergio Pitol, canto que sin piedritas es como el vuelo de golondrinas llenas de luz.