miércoles, 28 de marzo de 2018

MIRADA DE PERFIL



Apenas entramos al espacio, Pau dijo: “Mirá, tío, quiere salir”. Se refería al personaje del mural en cerámica, del maestro Robertoni. Sí, dijo la mamá de Pau. Yo nada dije. Pensé que cuando un artista realiza tal prodigio logró su intención. El mural está expuesto en el patio al aire libre, en la parte posterior del edificio que fue presidencia municipal, de San Cristóbal de Las Casas.
El personaje, como Pau lo vio, no sale del mural: Quiere salir. Y en ello radica la diferencia entre lo que hace un artesano y un verdadero artista. Una vez, en el Museo de Arte Moderno, en Chapultepec, mi amiga Rocío Franco, frente a un cuadro de Dalí dijo algo parecido a lo que Pau mencionó: “Mira, Alex, ese mar quiere salir del cuadro”. No salía. ¡No! Quería salir. Como si esa sábana de agua estuviera oprimida en ese espacio y quisiera desparramarse. Desparramarse, no en el piso de mármol, sino en el espíritu de cada uno de los espectadores. Porque sabemos, ¡vaya que lo sabemos!, cuando nos paramos frente a una obra de arte, la escena quiere salirse de los límites del marco y parece inundarnos. El arte (esa es su infinita Gracia) está más allá del marco en que lo físico lo encaja. En dos o tres ocasiones sentí eso en la sala de la Cineteca Nacional, la escena que se proyectaba en la pantalla rectangular parecía desparramarse. Por eso, una de las grandes películas de la historia del cine mundial es “La rosa púrpura del Cairo”, donde el protagonista camina no sólo en el piso de la cinta proyectada, sino también en el piso de la sala del cine y, ¡es lo fantástico!, en el piso de la estancia del espectador.
“Quiere salir”, dijo Pau. Y vimos al personaje de Robertoni que, insisto, no sale (sobresale) del plano, sino que intenta salir, para decirnos algo, para tocarnos.
Pau, un minuto después (niña al fin), dejó de ver el mural y corrió hacia donde está un espejo de agua, se inclinó y metió las manos y jugó a que ellas eran pececillos. Su mamá me dijo que el agua estaba sucia, fue tras Pau, me vio y dijo que las alcanzara. Yo me quedé sin moverme ni un centímetro. No quería ver el mural de frente. Estuve viéndolo así, tal como Pau lo había visto. Porque el personaje de Robertoni (su mural se llama “Todo se mueve y cambia en el universo”), en efecto, quería salir. ¿Salir de dónde? ¿Para qué? ¿Para llegar a dónde?
Quería salir y estaba detenido, como si quisiera jugar con la idea de Robertoni, como si quisiera decirnos que, a veces, no nos damos cuenta precisa, pero el universo también se modifica cuando la inmovilidad total aparece. Pau corría alrededor del espejo de agua, su mamá caminaba, sin perderla de vista. Yo permanecía “clavado”, mientras veía el personaje, “atrapado” en el mural, detenido en el instante infinito.
La genialidad de Robertoni permitió que este mural, más que de frente, fuera comprendido en su complejidad al verlo de lado. A veces, los seres humanos insistimos en ver de frente, como mero recurso lingüístico, herencia de siglos, repetimos lo de: “Decímelo de frente”, como si el frente de los objetos o de las personas o de las circunstancias fuera el mejor camino para hacer que, como Robertoni advierte: “cambie el universo”.
Yo tenía de frente los arcos del fondo. Pensé: ¿Y si caminara hacía allá y me colocara de tal manera que no lograra ver el frente? ¿Si me parara al lado del muro y cancelara el hueco del arco? ¿Qué pasaría? Podría, en cualquier instante, aparecer un pájaro detenido en el pretil asomando su cabeza, imitando al personaje de Robertoni, queriendo salir de ese hueco, de ese vacío.
Ya no hice lo que pensaba, porque Pau y su mamá llegaron hasta donde seguía “clavado”. Pau me enseñó sus manos y dijo que estaban húmedas y frías y para que yo lo comprobara colocó sus manos en mi cara y yo le pedí que se pusiera a mi lado y que viera mi perfil y que dijera qué veía. Ella se puso a mi lado, alzó su carita y vio mi perfil y dijo que tenía yo papada y rio.
El mural de Robertoni permanece en ese espacio a la intemperie. Cada pieza del mural estuvo sometida al fuego en el horno. Ahora está sometido al viento y al agua de lluvia. ¿Qué falta? ¡Nada! Nada falta porque el mural está hecho con losetas de arena, ¡de tierra! Ahora que el mural está expuesto al aire libre concentra los cuatro elementos. ¿En dónde está el quinto elemento?
El personaje, como Pau dijo, quiere salir, salir del fuego y vestirse de aire, del mismo aire que abraza (abrasa) a las personas que por ahí pasan, que se detienen a reflexionar tantito en la sentencia: “Todo se mueve y cambia en el universo”. Esta es otra de las gracias del arte.