viernes, 23 de marzo de 2018

¡LAS BOBERAS DEL BOOM!




En los años setenta se catapultó un fenómeno literario que se conoce con el nombre de Boom Latinoamericano. Julio Cortázar (integrante de tal movimiento) dijo que lo importante de ese boom fue que los lectores del continente hallaron a escritores del propio continente. Antes, todo mundo volvía la vista hacia Francia, Inglaterra y demás países paridores de novelas excelsas.
¿Quiénes son los escritores sobrevivientes de ese movimiento revolucionario? Ya fallecieron Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Juan Carlos Onetti. Parece que el único sobreviviente es Mario Vargas Llosa, escritor que sigue echando pólvora a lo queda de aquella mecha. Y digo esto, porque ahora medio mundo ha criticado algunas declaraciones chochas que Mario ha dicho. En un encuentro televisivo realizado en México, en 1990, Vargas Llosa, frente a su amigo Octavio Paz, se atrevió a decir que México era la “Dictadura perfecta”, y que esa dictadura la había logrado el PRI que llevaba gobernando al país varios decenios. Tal declaración sirvió para que Mario fuera cortésmente invitado a abandonar el país. Ahora en 2018, en víspera de elecciones para elegir presidente de la república, muchos años después de aquella declaración, Mario bandea al otro extremo y vuelve a meterse en asuntos políticos y declara que un triunfo de López Obrador haría que México “retrocediera” a una democracia populista y demagógica. La declaración demuestra que don Mario (excelso escritor de ficción, a mí me encantan sus novelas “Los cuadernos de don Rigoberto” y “La tía Julia y el escribidor” y “Travesuras de la niña mala”, así como el libro de ensayos: “La verdad de las mentiras”) ya anda chocheando, ni siquiera la sensualidad de su Isabel Preysler logra evitar la decadencia de ciertas neuronas, muchas ya no se le paran. ¿Quiere deslizar la idea, a los mexicanos, que vale más vivir en la dictadura que en la democracia? ¡Dios mío!
Pero no se crea que sólo Vargas Llosa cometió dislates. ¡No! Mi bien amado Julio Cortázar, en una entrevista se atrevió a decir que un lector pasivo era un “lector hembra”. ¡Santísimo Señor! Medio mundo feminista se le fue encima. Julito luego se retractó, pero ya había hecho la declaración en público y el daño, digamos, estaba hecho.
¿Y Gabrielito García Márquez? Bueno, medio mundo sabe que don Gabriel (¡qué pena!) no era muy ducho en cuestiones ortográficas, y si sus libros son decentes en su presentación es gracias al trabajo concienzudo de los correctores. Como a Gabo la ortografía le valía una pura y dos con sal, un día, en un congreso celebrado en Zacatecas, se atrevió a sugerir una “jubilación de la ortografía” del español que consistía en “enterrar las haches y hacer uso de razón en los acentos escritos” ya que, decía, “nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima”. ¡Padre eterno! ¡Soberana bobera del Premio Nobel de Literatura! Como los lectores de esta Arenilla deben imaginar esto también causó un revuelo polvoso.
Irene sostiene que estos compas fueron (y han sido y siguen siendo) deliciosos provocadores, dice que, en la intimidad de sus oficinas, piensan y repiensan cómo levantar polvo con declaraciones que, en muchos casos, rayan en lo absurdo. Porque, sostiene Irene, es imposible que mentes tan lúcidas, tan llenas de aire, tan creativas y creadoras, se atrevan a rebuznar de tal manera.
Julito y Gabo ya se salvaron porque descansan para siempre, pero Mario Vargas Llosa, único sobreviviente del boom, sigue aventando nubes de ceniza que ya no provocan más que rechiflas indignadas y pena ajena.