jueves, 1 de marzo de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE LA TARDE QUE VOLAMOS




Querida Mariana: ¿Te acordás del cuento de Laco Zepeda, donde aparece el personaje que se llama Chico que vuela? Don Pacífico (Chico) soñaba con volar. El cuento es genial, tiene la genialidad de la narrativa de don Laco. A mí siempre me llamó la atención el nombre del personaje: ¡Pacífico!, como si en lugar de soñar con ser ave soñara con ser pez. Eusebio me preguntó: ¿Entonces cómo debió llamarse? No, dije, está bien, los personajes se llaman como deben llamarse, igual que nosotros. Vos sos Eusebio y yo soy Alejandro.
Yo no me llamo Pacífico, dijo Eusebio, pero también sueño con volar. ¿Quién no?
A veces los aviones sobrevuelan Comitán. Hubo un tiempo en que los aviones no eran una imagen normal. El otro día escuché el ruido de un avión en el cielo, alcé la vista y me topé con este avión que retraté. No es un avión común, debe ser un avión militar.
Rodrigo era mi compañero en la escuela preparatoria, él era apasionado lector de la historia de la Segunda Guerra Mundial, era, por lo tanto, experto en aviones. A nosotros nos sorprendía cuando, desde el patio central de la escuela, veíamos volar una avioneta y él daba las características del aparato. Cuando en un libro veía el dibujo de un avión participante en la guerra recitaba de memoria todos los elementos, incluso el tipo de armamento que usaba.
Alondra se acercó una vez y nos dijo que nosotros éramos privilegiados, porque nunca habíamos vivido los horrores de una guerra. Contó que su abuela Ernestina había vivido los horrores de la Guerra Civil Española. Ella llegó a México huyendo del terror de la guerra. Cuando escuchaba el sonido de un avión en el cielo se cubría los oídos con ambas manos y parecía hacerse chiquita, mientras una mueca de miedo aparecía en sus ojitos que eran como hueco de alcancía.
Nosotros, al contrario de la abuela de Alondra, cuando oíamos el motor de un avión salíamos al patio y mirábamos ese prodigio que surcaba el profundo azul de Comitán y soñábamos con ir allá arriba un día, ¡volando!
Ahora hay mañanas en que apreciamos la estela de un avión que vuela muy alto. Alguien dice: Ese avión va a Guatemala. Nosotros lo creemos, lo creemos porque vuela muy alto, casi no se distingue.
El avión que retraté la otra mañana volaba no muy alto. Si Rodrigo lo hubiese visto habría dado todas las características del aparato. Tal vez (insisto) era un avión militar e iba a aterrizar en el aeropuerto de El Copalar. El aeropuerto funciona ahora sólo como campo de aterrizaje de aviones militares y para los jets de algunos políticos que visitan Comitán. Hubo un tiempo en que aterrizaban aviones comerciales. Un patronato alentó el proyecto de la aviación comercial que benefició a la población que demandaba vuelos a la Ciudad de México. Parece que la demanda poco a poco se redujo y llegó el momento en que la Aerolínea que daba el servicio debió suspenderlo. Una verdadera lástima, porque ahora los comitecos que vuelan (que son muchos) deben trasladarse a Tuxtla Gutiérrez o a Tapachula para abordar un avión.
El patronato, con los pies más puestos en la tierra que don Chico que vuela, soñó con volar y gracias a su tesón logró el prodigio, pero un día sus alas fueron cortadas y ahora no queda más que ver volar los aviones desde los patios de nuestras casas.
Alondra tuvo razón. Cuando escuchamos el sonido de un avión vemos hacia arriba, ubicamos el aparato y nos provoca alegría. Quienes padecieron los horrores de una guerra sufren ese sonido, porque, como si alguien les insertara un estilete, remueve los recuerdos atroces.
En el Colegio Mariano N. Ruiz (institución donde laboro desde 1982) un día oímos -maestros y alumnos- el sobrevuelo de una avioneta y luego vimos que el patio se llenó de papeles que caían del aparato: Eran mensajes amorosos de un muchacho que pretendía a una estudiante nuestra. La lluvia era como aquel maná bíblico. La chica (has de comprender) estaba orgullosísima, pero cuando el muchacho se presentó tiempo después, con un ramo de rosas, ella no aceptó ser su novia. Muchos dijeron que fue porque lo de la avioneta había sido un exceso estilo Carlos Slim o Donald Trump. Una maestra dijo: Debió invitarla a volar en la avioneta, eso habría sido sensacional otra maestra dijo: A veces basta con invitar a la chica a volar un papalote.
El hombre, desde siempre, soñó con volar. Don Chico que vuela lo logró un instante, el tiempo que tardó en abrir las alas, lanzarse al vacío y caer como fardo, con un zapotazo tan fuerte que ahí mismo falleció. ¿Fallaron sus alas de petate y carrizo? Alguien dijo que no, que lo que lo jodió fue el sobrepeso, porque muchos amigos (al puro estilo chiapaneco) le encargaron que llevara unos quesos, chorizos, aguardiente y más chunches para los familiares que estaban en el cielo.
Soñamos con volar y un día ¡volamos!, pero luego los comitecos no respondieron con igual entusiasmo al entusiasmo del Patronato y ahora el aeropuerto sólo funciona para aviones del ejército, como el que retraté esa mañana.
Posdata: ¿Mirás el vuelo soberbio del aparato? ¿Mirás la belleza de ese lago azulísimo donde vuela?
El personaje de Laco se llama Pacífico, como si soñara con atravesar el mar. Desde siempre pensé que también los cielos, igual que los mares, debieron ser bautizados. Sería emocionante decir que un día (en viaje de Tuxtla a la Ciudad de México) volamos por el cielo de Arcadia, por ejemplo.