jueves, 29 de marzo de 2018

NO DE MEDIOS, DE CUARTOS




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que usan el cabello a rape y Mujeres que son como un cuarto a la hora de la lluvia.
La mujer cuarto de lluvia tiene ventanas cerradas. Las personas advenedizas creen que ella llora, pero los expertos saben que no es así, si sus cristales están empañados es porque limpia su espíritu con el agua del cielo y no con el agua bendita que no siempre es recomendable.
Si uno considera que un cuarto no es sólo las cuatro paredes, puede entender que a este tipo de mujer la define la cantidad de muebles que contiene. Tiene puertas, ¡eso sí! A veces tiene más de una puerta. Jamás he conocido a una mujer que tuviese cuatro o más. Lo que sí posee son ventanas. A veces sus ventanas son amplias, espaciosas. La luz entra y juega por el interior como niña hiperventilada. A veces puedo ver cómo la luz penetra por algún hilo de cortina y forma un caminito donde el polvo es como un tobogán liviano.
Una vez, en un pueblo de la costa chiapaneca, una matrona se acercó a la mesa donde bebíamos cerveza, se sentó abanicándose y, bebiendo de mi cerveza, que ya estaba tibia por el calor intenso que se desparramaba por las paredes de caña, dijo que si queríamos conocer a una mujer cuarto de lluvia que sólo tenía dos paredes. Mario, quien ya estaba medio bolo y quien siempre ha sido un hombre intrépido, dijo que sí, que cuánto por conocerla, cuánto por llevarlo a ver a esa mujer insólita. La matrona se echó para atrás en su silla, tomó un cigarro de la cajetilla y pidió que le diéramos lumbre. Yo saqué un cerillo y lo prendí. La matrona me ignoró, vio a Mario y le dijo que nada cobraría, pero que no lo llevaría solo a él, me vio y dijo que yo también debía ir. Yo me negué, pedí otra ronda de cervezas (incluí una para ella) y dije que no creía en la existencia de una mujer cuarto de lluvia con sólo dos paredes, expliqué que la definición de cuarto exige, cuando menos, la existencia de tres paredes. En Comitán conocí a una mujer que tenía tres paredes: en una tenía una puerta, pequeña; en la otra pared tenía una ventana, grande; y la tercera pared la empleaba para colgar fotografías familiares. Ahí estaba ella de niña, en la playa; de adolescente, recargada en un auto, con tres amigos; en la oficina, donde trabajó hasta jubilarse. Ella pasaba su día viendo la calle desde la ventana o viendo las fotografías. Siempre tenía un pañuelo en el regazo, con el pañuelo se limpiaba las lágrimas que soltaba al sentir la nostalgia de la vida. No hay escena más triste que ver la calle y ver a la gente que por ahí camina. Cuando entré en aquella mujer sentí agobio, opresión, no podía respirar en forma completa. Le pregunté cómo podía resistir tanto tiempo en un lugar tan opresivo y ella, con su mejor sonrisa (tal vez la primera que lanzaba desde que estaba en ese encierro) me dijo que esperaba que alguien, un hombre alto, atento, con ropa de primera clase, la amara y con ello construyera su cuarta pared. Ahí entendí que todos los seres humanos estamos incompletos, que tenemos paredes escarapeladas; ahí entendí que una mujer de dos paredes puede, en algún momento, alcanzar a levantar una tercera pared, pero también puede (¡qué destino tan cruel!) perder una pared y quedarse como un tronco a mitad de la campiña. ¡No!, dije, no iré con ustedes a conocer a esa tullida. La matrona no aceptó la cerveza que le ofrecía el mesero, tomó la que yo bebía y la escupió, dijo que yo era un cuarto sin techo, que era una mierda, se paró y se fue. Vi su enorme trasero pasar por la puerta. Mario me dijo que él sí creía en la existencia de esas mujeres extrañas y me contó que una vez, en Veracruz, había conocido (arriba de un barco, en un camarote) a una mujer cuarto de lluvia con cinco paredes. Me contó, excitado, sudoroso, que había sido una experiencia sin igual. Se había enamorado de aquella mujer pentagonal. Mario, iluminado, me dijo que aquella mujer se había arrojado al mar, desde la baranda del barco.
La mejor mujer cuarto de lluvia es la que tiene dos puertas y tiene la capacidad para dejar entrar y salir por ellas a sus amados. La mujer más preciada es la que da acceso por la puerta trasera y deja salir por la delantera.
La mujer más deseada es la que posee el mínimo menaje: una silla de mimbre cerca de la ventana; una radio, antigua, con estática, y un librero lleno de libros de poesía; una barra con botellas de ron para celebrar la vida; un tapete; un candelabro, que en la noche es como un arbolito de navidad de cabeza; un par de cojines, de terciopelo; una lámpara de pie para alumbrar las noches de tormenta; una mesa de madera, que bien puede servir para apoyar la computadora o para cenar un pan compuesto; una cafetera; un cesto para colocar los paraguas; y un piso de madera, para que al caminar descalzo, el cuerpo sepa que todo es como un campo lleno de margaritas.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como un campanario sin campana y Mujeres que son como el nudo mal hecho de una corbata.