viernes, 9 de marzo de 2018

DÍAS EN LOS QUE AL OTRO DÍA TODO SIGUE IGUAL




Cuentan, no lo sabía, que un día del año lo dedican a conmemorar a la mujer. Muchos hombres dicen que hay un sesgo discriminatorio en ello, porque no hay un día para el hombre. Las mujeres refutan tal idea y dicen que, como en el libro de “Alicia en el País de Las Maravillas”, los hombres celebran todos los días “Su no día del hombre”, y lo hacen con esa supremacía que otorga el sistema patriarcal.
Comencé diciendo “Cuentan”. ¿Puedo recular? Ahora sé que el primer párrafo es inexacto, porque Rosaura me contó ayer que sí hay un Día Internacional de la Mujer y, también, un Día Internacional del Hombre.
Rosaura dice que es bueno que exista un día dedicado a la mujer, para que el mundo de los machos reflexione acerca del valor de lo femenino. Apenas lo dice hace lo mismo que recién hice yo: recula. Dice que a los hombres les da lo mismo, que si algún avance han tenido las mujeres en el proceso de empoderamiento no es por la conmemoración del día sino por la brega diaria. Sí, igual que ustedes, pregunté qué había dicho. Cuando dijo que había dicho brega respiré más tranquilo. Había escuchado otra palabra.
Yo, igual que Julio Cortázar, me llevo más bien con las mujeres que con los hombres. Cuando bebía trago me llevaba bien con los hombres, con la caterva de amigos íbamos a las cantinas, a los prostíbulos, a los cafés, a los billares, al estadio, a los ranchos y a las carreras de autos o de caballos. Cuando dejé de beber (consecuencia lógica) los amigos me abandonaron y yo los abandoné. Ya no iba a las cantinas, ni a los prostíbulos, ni a los billares, ni a los ranchos. Comencé a frecuentar con más asiduidad los lugares que eran mis lugares favoritos desde siempre (desde los catorce años), pero adonde mis amigos no iban: las librerías y las bibliotecas. Nunca hice la prueba (no era necesario) de dar a elegir a mis amigos entre ir a la biblioteca a leer poesía o ir a la cantina a tomar una cerveza. Y no lo hice, porque, como si ese fuera el único camino, yo aceptaba la invitación para la cantina. En muchas ocasiones yo fui quien lanzó la invitación. Los sitios que frecuentaba con los amigos estaban llenos de hombres. Sólo en las carreras aparecían mujeres, pero eran como las excepciones que confirmaban la regla. En cambio, en las librerías y en las bibliotecas encontraba a muchas chicas, a muchas muchachas bonitas. Yo sabía (desde los catorce años) que los libros eran los mejores aliados para vivir una vida más sosegada, más llena de vida.
Me gustan los libros porque no hay necesidad de discriminar entre hombres y mujeres, todos los escritores están en el mismo plano, en la misma plataforma de la creación. El libro, maravilloso objeto cultural, no tiene sexo. Las conversaciones de los buenos libros son igual de interesantes, sin importar si fueron escritos por una mano femenina o por una mano masculina. Los buenos libros son escritos por mentes lúcidas y punto.
Tal vez, le digo a Rosaura, si el mundo real fuera como el que conforman los autores literarios el mundo sería más justo. Hablo de los libros, de las historias, de la creatividad, porque el mundo editorial también padece de la misma enfermedad de la vida real, basta recordar la estadística que a cada rato aparece publicada para decir que sólo catorce mujeres han obtenido el Nobel de Literatura. Esta estadística la publican como ejemplo de que el mundo es desigual, ya que los hombres ganadores son mayoría abrumadora. Pero estos galardones están muy por debajo de lo que es el cielo de la creación. La literatura, la pura, la intocada, se mueve en otra dimensión, en una donde sólo la inteligencia es el árbol que da sombra.
Digo que me gusta la literatura, porque a la hora que leo no aprecio esa ligera diferencia que muchos sostienen entre literatura escrita por hombres y literatura escrita por mujeres. Mi capacidad lectora no hace distingos entre sexos, sólo privilegia la inteligencia y, por fortuna, he hallado muchos libros inteligentes escritos tanto por mujeres como por hombres.
Quienes leen mis textillos saben que disfruto mucho la obra de Julio Cortázar, casi en la misma proporción que disfruto la obra poética y ensayística de la poeta polaca Szymborska. ¡Ah, qué deslumbre de genialidad! Ahora leo el libro “Prosas reunidas”, de la polaca y confirmo mi admiración a su genio. Ella escribe de materias complejas y disímbolas con la claridad y sencillez de los grandes. ¡Ah!, los pobres escritores petulantes, los soberbios, deberían leer a la Szymborska para saber cómo se escribe de manera inteligente, pero tal vez no lo hacen porque su presunción no les permite bajar desde sus alturas mínimas, enanas.
¿Hay un día en que se conmemora a la mujer? Sí. ¿Hay un día en que se conmemora al hombre? Sí. ¿Y? ¡Nada! Es una bobera. Ambos días son cuerdas débiles. ¿Las mujeres conmemoran su día? ¿Se visibilizan? ¿De veras? Entonces es como reconocer que los trescientos sesenta y cuatro días restantes no existen. Las mujeres, las que se consideran seres humanos con capacidad de inteligencia, deberían iniciar una campaña para proscribir tal payasada.
Cada día debería conmemorarse el Día del Ser humano. Tal vez, entonces, viviríamos en un mundo más inteligente.