miércoles, 21 de marzo de 2018

SED DE EFICIENCIA




Los tiempos cambian, pero algunos modos persisten. Acá están los míticos chorros del barrio La Pila, en Comitán. Este espacio es emblemático, en la primera mitad del siglo XX el lugar se llenaba de burreros que colocaban los barriles de madera debajo de los chorros para llenarlos. Por supuesto que no eran estos chorros, había una enorme pila en el centro de la plaza (de ahí el nombre del barrio), pila que -sostienen algunos cronistas-, fue derruida, más o menos, en el año de 1945. Los burreros subían al centro de la ciudad para vender el agua en las casas de los ricos.
Hoy, acá se ve, los barriles de agua fueron sustituidos por bidones de plástico; y los burros fueron sustituidos por autos; en esta ocasión, por un simpático tsurito, que su propietario usa como transporte público.
La tarde de la foto, el hombre llenó diez bidones y cinco botellas de un litro (es en serio), luego aprovechó para limpiar el exterior de los tapones de las llantas. Me acerqué al hombre y le deslicé la pregunta de para qué cargaba el agua y el comentario fue el esperado. En Comitán (medio mundo lo sabe y lo padece) hay una gran escasez de agua en los domicilios. Las autoridades insisten en decir que pronto se solucionará el problema y sostienen que el problema del abasto no es exclusivo de este trienio, que es un problema provocado desde tiempos de verdes, amarillos, azules, negros y morados. Mientras los comitecos, los de a pie (o de carro sencillo como en este caso) lo único que tienen como prueba irrefutable es la carencia del agua en sus domicilios, trienio tras trieno, lo que, a primera vista, habla de una incapacidad y desidia de las autoridades de cualquier color. Como me dijo el hombre, él llega todos los días, en la tarde, a cargar sus bidones y a llevarlos a su casa, que está en el barrio Pashtón Acapulco (sí, así se llama el lugar. Es como una ironía del destino porque en este Acapulco lo único que hay es un mar de piedras y, según el decir del hombre, en muchas zonas de su barrio tiene más de seis meses que no llega ni una gota de agua. ¡Seis meses! Conozco amigos que llevan más tiempo sin recibir agua en sus casas). El hombre, con sonrisa conformista, dijo que cuando menos él tiene su carrito para llevar el agua, pero muchos de sus vecinos batallan más para obtener el agua. ¿Cisterna? ¡No, con qué trabajo uno de esos tinacos rotoplás que regaló el presidente! (Vaya, menos mal). ¿Las autoridades les mandan pipas de vez en vez? No, cómo puede usted creer. Nada. Las pipas son para llenar las cisternas de los políticos, para sus albercas. Cuando la escasez es mucha, los vecinos se cooperan y compran una pipa, que está bien cara.
El problema de la escasez de agua no es exclusivo de este pueblo. La Ciudad de México, por ejemplo, cien o mil veces más grande que Comitán, padece el mismo mal. Hay colonias periféricas, como las de acá, donde sólo llegan pringuitos de agua, muy de vez en vez. Un elemento que contribuye a la escasez es el de las fugas. La red distribuidora tiene tubería vieja. Muchos tubos, oxidados, tienen hoyos. Por ahí, sin que esto sea visible, se fuga mucha agua.
¿Y la incapacidad y desdén notorio de las autoridades? ¿Y la deuda que carga el ayuntamiento a la CFE, que obliga a que ésta última corte la energía eléctrica, con lo que el servicio de bombeo se detiene? ¿Y la morosidad de los usuarios al no pagar la cuota mensual con el argumento manido de que no pagarán algo que no reciben? ¿Y el desperdicio de quienes tienen la fortuna de recibirla y riegan la calle como si creyeran que ahí crecerán árboles de agua? Como dicen los entendidos, el problema es multifactorial. ¿Quiere esto decir que el pueblo nunca tendrá agua en sus domicilios? ¿No existe alguien que tenga una propuesta “multifactorial” que dé solución a problema tan ingente? ¿Cuál es la propuesta de quienes ahora comienzan a levantar la mano para ocupar la silla presidencial?
El hombre terminó de llenar sus bidones, los cargó en la cajuela y se despidió, de mano, de mano recién lavada, fría. El agua de La Pila se fue hasta Pashtón.
Un minuto después se estacionó una camioneta que, en la góndola, llevaba amarrado un rotoplás y colocó una manguera en el interior del canal de uno de los chorros. La caída de los otros chorros se interrumpió, todo pareció fluir hacia la manguera. El hombre prendió un cigarro, echó humo al aire y esperó que el tinaco se llenara. ¿Para dónde viajaría esa carga? Ya no pregunté. La tarde ya caía, la fronda de los árboles del parque ya se llenaban de pájaros y su chachalaquerío se unía al silencio de los chorros que habían dejado de regar la vida.
Los tiempos cambian, pero algunos modos persisten. Por desgracia, la apatía de las autoridades hace que cada vez el problema de la falta de agua en las casas sea más dramático.