sábado, 10 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, CON AROMA DE OLIVO




Querida Mariana: El otro día, el maestro Mario me mostró un centenario. Me explicó que la moneda era de oro. Como he visto que hacen los campeones olímpicos, llevó la moneda a su boca y la mordió, como para comprobar que no era falsa. ¿Qué te parece?, me pregunté. Dije que estaba bonita. Una vez tuve en mis manos una medalla de oro, me la mostró el maestro Ricardo. El maestro Ricardo me dijo que se la había otorgado el gobierno como reconocimiento por más de cuarenta años de magisterio.
Sí, querida Mariana, el oro lo ganan los campeones olímpicos y los servidores públicos que han dedicado su vida al servicio de la patria.
El oro, desde siempre, ha sido un metal muy codiciado, por su valor. Pero, cuando estudié la secundaria, el padre Carlos nos enseñó, a los alumnos de segundo grado, que no todo era oro en la vida, porque nos dijo que Pierre de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos, dijo que: “Lo esencial no es ganar, sino competir”; es decir que la gloria no importa tanto, lo que importa es estar en el juego de la vida. El padre Carlos también nos enseñó que, en la antigua Grecia, los campeones olímpicos recibían una corona con ramas de olivo. ¡No había tu oro, ni tu plata, ni tu bronce, como sucede en la actualidad! Los alumnos aprendimos que las hojas de olivo eran de olivo silvestre; es decir, eran ramas de las plantas más modestas (aunque, más tarde, en clase de Historia, con el maestro Temo Torres, corregimos la versión, porque él contó que el olivo era cortado con un cuchillo de oro).
Eva Morante, hasta la fecha, sostiene que lo del barón de Coubertin, en la actualidad, no tiene tanta validez. Eva dice que “Lo esencial de la competencia es la victoria”, y parece que medio mundo le otorga razón, porque quienes compiten en las olimpiadas sueñan con el triunfo, sueñan con subir al podio, en el sitio de honor, recibir la medalla de oro y escuchar el himno de su patria, mientras ven cómo izan la bandera que representan. ¡Sí! ¡No hay sabor más dulce que el sabor de la victoria!
Fernanda es una niña bonita que estudia el bachillerato, ella practica el taekwondo. Ha obtenido triunfos en dicha disciplina. Cuando le planteé la pregunta, dijo que está de acuerdo con lo que Eva dice: ¡Lo importante es ganar! Cuando Fer gana siente orgullo, siente que todos los esfuerzos tienen su compensación. Con un rostro radiante dijo que los deportistas, todos, se preparan para ganar.
Coincido con Fer. ¿Quién es el que se prepara para perder? ¡Nadie! Suben al podio sólo los elegidos, quienes dedican horas y horas al ejercicio y práctica de su pasión.
Esto que digo no sólo es para los deportistas, es para cualquier profesión u oficio. El médico que anoche puso en práctica todo su conocimiento y realizó una operación exitosa no obtuvo una medalla de oro, pero el paciente, con gusto, le habría impuesto una corona de olivo, porque fue un triunfador. Lo mismo puede decirse de aquel carpintero que hizo una silla bien hecha, una silla que no se quebrará y provocará que la abuela se quiebre los huesos.
¿Qué sucede con los maestros que cumplen su vocación con cariño y prudencia? Los que llegan a tener cuarenta años de servicio reciben (entiendo) la medalla Manuel Altamirano, medalla que juran es de oro. Quien recibe dicho reconocimiento, igual que Fer cuando gana, se siente orgulloso por haber cumplido con la encomienda que le dio la sociedad y la patria. En ese instante sube al podio de honor y recibe los vítores y las exclamaciones de gratitud y de cariño.
En Comitán conozco a algunos maestros que han merecido tal reconocimiento. No digo nombres para no omitir alguno. Como tengo el privilegio de contar con el afecto de estos maestros digo que he visto las medallas que han recibido. Los veo orgullosos cuando abren la gaveta del escritorio y me enseñan la medalla que tiene unas cintas azules que sirvieron para colgárselas al cuello. ¡Ah, qué bonito es ganar! No todo mundo tiene ese privilegio.
Cuando estoy al lado de triunfadores me embarga un sentimiento de felicidad. Alguien podrá decir que es una bobera, pero yo me siento feliz con la felicidad de los otros. Cuando el victorioso es mi amigo o mi familiar o mi conocido me siento contento. Lo mismo sucede cuando leo en algún periódico que un paisano obtuvo algún triunfo. La victoria es una línea de luz que ilumina. Los verdaderos campeones no se llenan de soberbia, al contrario, aceptan con humildad, pero con mucho orgullo, el triunfo. La victoria es transparente, sutil, dadora de vida.
Y digo lo que digo, querida Mariana, porque hace dos días todo Comitán se enteró que el arquitecto Roberto y el ingeniero Luis Álvarez Torres Valle, del grupo ALTOVA, fueron merecedores de un tercer lugar, del Premio Obras Cemex 2018. Este reconocimiento los coloca como grandes triunfadores a nivel nacional. En cuanto se supo la noticia vi que muchas personas manifestaron su gusto con tal triunfo. Casi casi vi a estas personas (amigos, parientes y paisanos) llenarse de la misma energía. Y es que esto provoca el triunfo cuando es bien recibido, porque (hay que decirlo) también genera lo contrario. Hay personas que envidian la victoria del otro. Bueno, estas personas (por fortuna, pocas) son perdedoras y no soportan que otros brillen, mientras ellos se solazan en el fango de la oscuridad.
Comitán celebró la victoria de estos paisanos talentosos. De igual manera ocurrió cuando todo el pueblo se enteró de los triunfos recientes de Ana Carolina Guillén y Ricardo Villanueva Nájera, quienes son los directivos de Zarape Films. Ellos obtuvieron hace poco un reconocimiento por el documental “Una piedra en mi zapato”; y más recientemente fueron reconocidos con el Primer Lugar, en el XVII Concurso Nacional de Guión para Cortometraje, del Festival Internacional de Cine en Guanajuato. Llamó mi atención el instante en que pasaron a recibir el premio y Carolina, al agradecer la distinción, dijo, palabras más, palabras menos: “Y esto es sólo el principio”. Con talento y con trabajo sostenido, ellos aspiran a más, a ser unos grandes triunfadores.
Hace poco nos enteramos que la Torre Reforma (que se ubica en la ciudad de México) obtuvo el reconocimiento del rascacielos más innovador del mundo, ¡del mundo!
Cuando mexicanos obtienen un triunfo a nivel internacional los demás paisanos celebramos su victoria. Lo mismo sucede en nuestro pueblo cuando nos enteramos que comitecos triunfan en múltiples disciplinas. El talento crece en todos los territorios, pero en estas tierras siempre hemos sabido reconocer que se da con la misma exuberancia con que crecen las orquídeas.
Orquídeas de lujo son nuestros paisanos talentosos y triunfadores. Cada vez que obtienen triunfos pepenan lo que siembran con pasión.
El triunfo de ALTOVA no es fruto de la casualidad, es fruto del talento, de la pasión, de horas y horas convertidas en proyectos arquitectónicos que están a la altura de los mejores del mundo. Su creatividad los hará alcanzar más y más éxitos. Lo mismo sucede con ZARAPE FILMS. Si se lo proponen algún día estarán recibiendo un Ariel.
Ellos son inspiración para este pueblo. Los jóvenes de ahora, cuando ven la obra de estos triunfadores, reconocen que ellos también pueden ser hijos de la victoria mayor.
Nuestro Comitán se aleja de la nata mediocre, cada vez que uno de sus hijos triunfa, en el deporte, en la ciencia, en el arte. Ahora he resaltado la disciplina deportiva, arquitectónica y cinematográfica, pero, lo sabemos, hay muchas más veredas por donde caminan sus mejores hijos.
Posdata: Digo que nuestros talentos han sido reconocidos por la sociedad. Deben ser reconocidos por las autoridades, porque éstas son las representantes de la sociedad. Ya Juan Carlos López Pinto ha comentado que, en ocasiones, los deportistas más brillantes de esta tierra no reciben los estímulos suficientes para la práctica de su disciplina, y los utilizan sólo para la fotografía. Es justo que nuestros campeones sean reconocidos en su pueblo y que se elimine ese absurdo constante que dice que Nadie es profeta en su pueblo. ZARAPE FILMS y ALTOVA han logrado grandes triunfos desde su tierra. Acá crean sus obras, acá cobijan y fomentan su talento; acá dejan su legado; acá nos contagian con sus triunfos. Acá, entonces, antes que en cualquier otro lugar, ¡deben ser reconocidos! Acá el olivo y también el oro, la plata y el bronce. ¿Por qué no?