viernes, 2 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE VE QUE NO HAY QUE REGRESAR A LUGARES DONDE UNO FUE FELIZ




Querida Mariana: Leí a Chanoc en mi infancia y adolescencia. Cada semana compraba un ejemplar en la Proveedora Cultural, con don Rami, personaje real que llenó mi vida con el mismo afecto que el personaje de ficción que fue Tsekub, padrino de Chanoc. Mi biografía sentimental conserva en un lugar especial a don Rami y al viejo Tsekub.
Chanoc me tocó de tal manera que en mi novelita breve “Historia triste de un cuentahistorias” le hago un homenaje cuando uno de mis personajes lo imita al grado que se convierte en una especie de clon de Chanoc.
Por eso, cuando escuché en la televisión que habían lanzado un libro con historias recicladas de Chanoc me puse contento.
Desayunaba fruta. En la sala estaba prendida la televisión. Era la hora del noticiario matutino de Canal 11. Javier Solórzano acostumbra dar a conocer las portadas de los diarios más importantes de México. A la hora que, con el cubierto, tomaba un pedazo de papaya y me lo llevaba a la boca escuché que Javier Solórzano daba la noticia: Editorial Porrúa había lanzado un libro con historias de Chanoc.
Hace muchos años hubo un intento similar. Una editorial lanzó una revista con historias recicladas de Chanoc y prólogo de Carlos Monsiváis (quien fue lector empedernido de esas historietas). Recuerdo que corrí al expendio de revistas y compré la revista. Con portada a todo color y papel de calidad llevé un ejemplar a mi casa y lo disfruté mucho. Por desgracia, el intento de revivir a Chanoc no fructificó y el ejemplar fue único. ¿Qué sucedió? No sé. Algún detalle en el proceso de mercadotecnia les falló. No fue el éxito que esperaban y, digo yo, en lugar de perder dinero, decidieron cancelar el proyecto.
Ahora, Porrúa inicia de nuevo el intento de regresar a millones de lectores de aquellos años a este personaje entrañable.
Porrúa ya casi lo tiene amarrado. Hace años (yo radicaba en Puebla) lanzaron un libro con historias de la Familia Burrón, esos entrañables personajes de historieta creados por don Gabriel Vargas. Como la revista, en sus mejores épocas, tuvo tirajes de miles y miles de ejemplares semanales, el éxito halló un camino natural. Cuando esos miles y miles de lectores de los años sesenta y setenta (quienes ahora ya tienen la edad de sesenta y más) se enteraron de que podían hallar las historias de don Regino y de doña Borola fueron a las librerías Porrúa y agotaron las ediciones. Ahora ya están por el tomo XV.
Con tal éxito decidieron honrar a los personajes creados por don Ángel Mora y han lanzado el primer volumen de Chanoc, aventuras de mar y selva.
El mismo día que escuché la noticia corrí, después del trabajo, al Centro Cultural Rosario Castellanos para ver si ya estaba el libro en Comitán. ¡Porrúa no me falló! Sí, ya estaba a la venta. ¡Ah, qué prodigio! Bendije el instante en que Porrúa abrió la sucursal en mi pueblo. Pagué y, con el mismo entusiasmo de niño, me senté en una banca del parque central y quité el nailon que cubría el ejemplar. ¡Ah, qué emoción, tenía a Chanoc en mis manos de nuevo! Pero al hojear el libro un pie de la desilusión aplastó mi entusiasmo: Estaba en blanco y negro. ¿Cómo? En mi adolescencia yo corría a comprar la revista y al abrirla la encontraba a todo color. ¿Cómo es posible que en los años setenta la revista tenía color y en una edición del siglo XXI las páginas estén en blanco y negro? Si ahora alguien reedita a Kalimán y me presenta una revista en tonos sepia estaré feliz, porque la revista tenía páginas de esa tonalidad en mi infancia. Pero me sentí frustrado al ver en blanco y negro a Chanoc. Que Chanoc estuviera en blanco y negro puso una nube gris en mi emoción. Bueno, ni modos, como decía tío Pilo, “De nada a algo, mejor media nada”.
Pero mi mayor decepción ocurrió cuando comencé a leer una de las aventuras. Sucede que Tsekub lleva a dos extranjeros a una isla, pero el acceso a dicha isla está cerrado, por lo que su ahijado, el gran Chanoc, dinamita una parte del cerco formado por corales a fin de hacer una entrada. ¡Cómo! Jamás imaginé presenciar dicho momento. ¿Cómo Chanoc destroza una zona de corales? ¡No! Y sin embargo, ¡sí! Ya dije que esta historieta recicla las historias de antes; es decir, Chanoc en la historia original hizo lo que acababa de leer: dinamitó una zona de corales. ¿Qué no Chanoc era un respetuoso de la naturaleza? No. Ahora lo entiendo. Cuando yo de niño leía la revista estas ondas ambientalistas no estaban en boga. A don Ángel Mora se le ocurrió que, para que Tsekub lograra su objetivo de llegar a la isla, su querido ahijado debía dinamitar una franja de corales. Tal vez de niño disfruté que Chanoc hiciera lo que hizo con tal de que Tsekub lograra pasar con su barco. De niño no juzgué. Acepté lo que me contaban con la misma emoción que recibía el día, sin que importara que fuera soleado o estuviera lleno de niebla.
De inmediato pensé qué sucedería en la actualidad. Millones de ambientalistas hubiesen protestado y no faltaría el fanático que aventara un cohetón en la casa de Chanoc.
Algún poeta recomendó no volver al lugar donde uno fue feliz. No le hice caso y regresé a Ixtac, el poblado de Chanoc y Tsekub y me sentí frustrado. Cuando yo tenía un recuerdo a todo color, Porrúa me restregó un recuerdo en blanco y negro. No lo acepté.
Posdata: Chanoc no tiene la culpa. Yo soy el culpable, por intentar volver al lugar en que de niño fui feliz. Las telarañas no están en las casas de Ixtac, las telarañas están en mi mirada. Ya soy un viejo y las cucarachas han llenado mi casa. No pude soportar esos dos estacazos.
Esa tarde abandoné la lectura y miré la fuente del parque central. Recordé que ahí, en ese lugar, había una manzana. En esa manzana derruida estaba el negocio de don Rami, la Proveedora Cultural. Un lazo de nostalgia apretó mi garganta. Sentí ahogarme. Me paré y fui a comprar unos esquites en la escalinata del Centro Cultural, edificio donde estudié la preparatoria. ¡Joder! Ya me hice viejo.