martes, 20 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, CON UN CABALLITO DE MAR




Querida Mariana: Un periodista de Campeche caminaba al lado de amigos escritores a través de un pasillo. Yo caminaba detrás de ellos. Había ido a un Congreso de Escritores del Sureste (en 1994 o 1995). El pasillo estaba techado, era como un túnel en penumbra, con aroma a sal. Todas las voces y los pasos rebotaban en las paredes. Tal vez por este prodigio del eco, de pronto escuché que el periodista, como si lo confiara en mi oído, contó que una tarde, en Buenos Aires, había estado, ¿con quién creen?, dijo, e hizo una pausa en la que los escritores detuvieron su marcha: ¡Frente a Jorge Luis Borges!, dijo el periodista: ¡Frente al gran Borges! El gran escritor estaba sentado frente a mí. Todos los escritores lanzaron un ¡oh! prolongado. ¿Qué preguntarle que no le hubieran preguntado antes?, dijo el periodista, como si en ese instante estuviera frente a don Jorge Luis. Contó, entonces, que no podía desperdiciar la oportunidad que el destino le había puesto con generosidad, prendió la grabadora, dijo que era un periodista mexicano y le preguntó a Borges: ¿Qué le provoca el mar, maestro? Y contó que el gran Borges, con las manos sobre la parte superior del bastón, comenzó a hilar ideas en torno al mar. Sólo eso, no más. Cuando regresó a México, el periodista escribió un maravilloso reportaje, en el que incluyó las ideas del famoso escritor. Todos los escritores sonrieron y dijeron palabras elogiosas. Yo, detrás de ellos, pensé que al regresar a casa buscaría ese reportaje. Si era cierto lo que el periodista había contado debería existir un registro de ello. Una entrevista con Borges no puede extraviarse como un barquito de papel.
Cuento esto, porque cuando vi la fotografía que robé del muro de mi amiga Mar Pérez pensé que a Fernando Del Paso (quien falleció hace pocos días) bien le pudieron preguntar acerca del mar. Total, el día que inmortalizó esta fotografía estuvo al lado de Mar, quien, con sonrisa de delfines al vuelo y ojos de arena tibia dejó que sus olas se estrellaran felices contra ese enorme farallón. Si digo que don Fernando era el único mexicano que podía recibir el Nobel de Literatura estoy diciendo una obviedad, porque todo mundo sabe que hasta el 13 de noviembre fue el escritor mexicano vivo que infundía savia al torrente sanguíneo de la república de las letras. ¡Nadie más que él!
Bien le pudieron preguntar acerca del mar, porque él mismo lo fue, lo sigue siendo, lo será siempre. Por esto, sin duda, en esta fotografía viste una camisa con azules y celestes, como si fuera una de esas aguas infinitas del Caribe. El día que estuvo con mi amiga vistió esa camisa porque supo que estaría al lado de Mar, como en un enormísimo juego de espejos. Por esto, de igual manera, mi amiga escritora eligió de su guardarropa un suéter blanco, blanco de ola encrespada. Mi amiga Mar es de Jalisco, de la misma tierra donde vivió y murió Fernando, de la misma tierra donde nació Arreola, de la misma tierra donde emergió Juan Preciado Rulfo, de esa tierra que ha parido a maravillosos escritores.
Cuando regresé a casa, después del congreso en Campeche, busqué la entrevista que había contado el periodista. No hallé referencia alguna. Pensé, entonces, que el campechano era un gran mitómano, pero había mantenido al filo de la atención a cuatro escritores, expertos en ficción. Pensé que era como la prueba de fuego: ¿Cómo atrapar la atención de expertos mentirosos?
Por esto, cuando vi esta fotografía de Mar con Fernando del Paso, pensé que también, un periodista podía, a la hora que el escritor se parara y se despidiera de Mar, preguntarle: “¿Qué le provoca la mentira?”. Porque, todo mundo lo sabe, Del Paso fue el mayor inventor mexicano de quimeras. Sedujo a medio mundo con su mente prodigiosa. Honesto hasta decir ¡basta!, advirtió desde un principio que lo que contaría acerca de Carlota era ficción. Miles y miles de lectores caminaron por el pasillo portentoso de Del Paso y, ahora, la Historia de México, cuando menos durante el periodo del Maximato, no es lo que era, ya es lo que es; es decir, lo que Fernando dijo, lo que él narró. Una es la historia aburrida de los libros de texto y otra la historia fascinante que él nos legó. No hay más Maximiliano que el de Fernando, no hay más Carlota que la de Fernando. No hay más mar que Mar, que Mar Pérez, ni más Fernando que Del Paso.
Posdata: ¿Recordás cuando comenzamos a leer “Noticias del Imperio”? ¿Recordás que subiste a una piedra enorme, como si fueras una niña traviesa, y desde la atalaya, desde la cima, dijiste, a la manera del primer hombre que caminó por la luna, que eso era “Un salto pequeño, pero era un enorme Del Paso para la humanidad”, e hiciste silencio, levantaste las manos hacia el cielo y dejaste que tus palmas se llenaran con el color que esa tarde venía quién sabe de qué altura, de qué profundo mar?
Hasta el 13 de noviembre no hubo quién le pusiera un peldaño a Del Paso. Ahora, las demás escaleras comenzarán a subir al cielo, pero no llegarán, no llegarán a la altura de don Fernando. Uf, qué pena.