jueves, 15 de noviembre de 2018

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA QUE NO SÓLO A ELLA LE ESCRIBO




Querida Mariana: Una madrugada de junio de 2013 escribí una Carta a Socorro Trejo. ¿Querés saber que le dije a Socorro? Paso copia.
“Querida Socorro: Muchos de tus amigos te dicen Socorrito. El trato afectuoso que ellos te prodigan también es parte de mi ser comiteco. Los comitecos somos amorosos y cuando correspondemos a un afecto lo tratamos en diminutivo. No obstante, yo te nombro ¡Socorro! Me resulta imposible imaginar a un náufrago, a mitad de mar abierto, decir: “¡Auxilito! ¡Socorrito!”. Quienes vivimos en una isla en el límite del mundo, solicitamos ¡Auxilio! ¡Socorro! Y esto, Socorro, es lo que has prodigado a manos llenas, a palabras llenas. Tu mano y tu palabra siempre se han extendido generosas, para evitar la asfixia y el ahogo de los extraviados.
“Hay, lo sabés, espíritus isla y espíritus continente. El continente, como su camino indica, lo contiene todo: las gaviotas, el cáliz, el cielo y la semilla. La isla, al contrario, es una porción de tierra rodeada de agua. Para nombrarte a vos no basta el agua, es preciso aprehender el aire, la montaña y la calle. ¡No!, no te enojés, no digo que seás mujer de calle ni piedra de montaña, ni, mucho menos, aro de aire. No sos esto, porque vos sos el vaso que contiene ese espíritu continente que, en pleno mediodía, insiste en rebosar sus límites. Porque igual que ave, vos también sos cristal para el vuelo.
“Socorro, por siempre te nombraré ¡Socorro! Socorro por siempre, porque siempre serás auxilio para el huérfano y auxilio para el río que, tontito, se cree salmón y va a contracorriente. Has sido generosa al extender tu mano y tu palabra. Por esto, muchos de tus afectos te nombran Socorrito, un poco como si dijeran fogón, brasa. No te llamaré fuego, te llamaré pan para la mesa; memoria para el olvido; papelito de papel, doblado en cuatro; ramita de laberinto.
“Te llamaré por tu nombre, porque al hacerlo estaré nombrando una esquina del mundo, ¡alumbrándola!
“Con afecto.
“Alejandro”
Esta carta aparece en el libro “Canto sin fronteras”, edición de Coneculta, que se imprimió como homenaje a mi amiga Socorro Trejo Sirvent, en marzo de 2014.
Ahora, en una madrugada de noviembre de 2018 (cinco años después de aquella carta) escribo ésta para vos, para decirte que, entre mis consentidas, sos la principal, pero quede constancia que tengo más consentidas. Una de éstas (uf, qué feo sonó esta última palabra) es Socorro y ahora me entero (bueno, ayer me enteré) que ella, la ramita de laberinto, el pan para la mesa, recibió el máximo galardón que entrega el gobierno local: El Premio Chiapas, en Artes.
Como siempre he dicho, nadie es monedita de oro. Hay muchas personas que reciben este nombramiento como propio y lo disfrutan y ponen marimba y echan traguito; y hay otras que recibieron la noticia como un fuetazo en el centro del alma, un fuetazo con ortiga, y les ha crecido una montaña de ronchas rojas, purulentas. ¡Así es el barco de la vida! Unos viajan libres y reciben el aire en la proa y otros reciben la supia de la proa.
Yo celebro el premio para Socorro, lo celebro porque, ya lo dije, sus manos y su palabra siempre se han extendido generosas, para evitar la asfixia y el ahogo de los extraviados. Ha sido una espléndida promotora cultural. Lo seguirá siendo.
Posdata: Querida Mariana, a vos no te digo Marianita, como te dicen muchos de tus afectos. Yo te digo Mariana porque igual que Socorro, vos sos memoria para el olvido, gajito de nube.