sábado, 3 de noviembre de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




¿Y si dividimos la escena en luces y sombras? Sé que es una división maniquea; sé que la vida es más, mucho más, pero acá veo eso: luces y sombras. En los techos aparecen tales contrarios, y en el piso ocurre lo mismo: hay luz y hay sombra. La luz de la chica que posa, y la sombra de quien toma la fotografía. No lo notamos con precisión, pero la vida es eso: Hay personas que brillan y aparecen en las pasarelas y hay otras que son las que consignan los hechos. Los fotógrafos y los escritores pasan como sombras, salvo aquéllos que logran, por algún conjuro mágico, cruzar la línea de la sombra y se convierten en personajes expuestos al reflector. Acá, la chica que posa es la luz, una luz de ámbar por la hora del día en que fue tomada la fotografía. ¿Qué hora es? Cualquier comiteco haría una deducción por la longitud de la sombra, diría que el sol ya está declinando, por lo tanto… ¡A ver, perdón! Esta deducción puede ser falsa, porque, si el lector observa con atención, esas casas no corresponden a la arquitectura de la región comiteca, ¡no! La chica de la fotografía está en Francia, en alguna región de Francia. No me pregunten cuál. No lo sé. Pero ese método constructivo es característico de aquellas regiones y no de éstas. ¿Ya vieron los techos? ¿De qué están hechos? Parecen forrados con piel de ante, se ven tan suavecitos. Dan ganas de colocar una escalera, trepar y, como en juego de niños, deslizarse hacia abajo. ¡Ah, debe sentirse tan sabroso pasar la mano por esa textura!
Entiendo que el lector de estas regiones del mundo advierte una cierta similitud con los techos de las chozas que construyen los mayas de la zona de Yucatán. Hay algo como una mano que, a través del mar, se extiende y saluda a la otra. Hay tantas similitudes entre los pueblos del mundo. Tal vez los sociólogos y antropólogos dirían que más que diferencias hay coincidencias. Ya nos platicó doña Antonieta de Utrilla, en un libro memorable, cómo en un viaje al Oriente halló muchas semejanzas en la gastronomía. ¿Cómo es posible que en lugares tan distantes (geográficamente) existan tantas coincidencias? No queda más que concluir con una obviedad: En todos los países del mundo hay seres humanos.
¿Ya vieron cómo, a la mitad del techo, hay una comba que es como un túnel, como un pasadizo a la región oscura? La comba de la primera casa es discreta, pero la comba de la segunda casa es amplia, rotunda. Un arquitecto podría explicar en qué consiste tal procedimiento constructivo, que le da una nota coqueta al techo. El techo deja la rutina y se comba para volverse estéticamente bella, pero no creo que la coquetería sea la explicación, ¡no!, esa comba debe tener su explicación racional. Si veo la primera casa observo que la comba está sobre el espacio donde hay una ventana, pero, la comba de la segunda casa ¿sobre qué espacio está?
Sí, se ve tan suave el techo, tan delicado. Si digo que la fotografía corresponde a una región francesa deduzco que la inclinación del techo es para evitar que la nieve se acumule, para que los copos de nieve pueda cumplir el sueño de bajar con las piernas abiertas como si estuviera sobre un tobogán.
Cualquier comiteco, al ver esta foto, preguntaría: ¿Hijita de quién es pue’?, refiriéndose a la chica que posa. Ella es Ana Lucía Ruiz Bermúdez. Ella no lo sabe, pero yo conocí muy bien a sus abuelos, los paternos y los maternos, ya fallecidos. Tuve el privilegio de platicar con ellos, en las calles comitecas. Su abuelita paterna leía las Arenillas. Una vez me dijo que le gustaban muchos los textillos que escribo. Su abuelito paterno también fue un gran lector, un gran lector de libros y de periódicos. Cuando mi Paty y yo tuvimos una tienda de libros, revistas y periódicos, en el Pasaje Morales, su abuelito paterno llegaba todas las tardes por su ejemplar del Excélsior. Él pagaba una suscripción mensual para garantizar su ejemplar diario. A veces se molestaba tantito cuando le decíamos que ese día no había llegado el periódico, porque el camión de la Cristóbal Colón estaba demorado.
A su abuelita materna la conocí en su casa de la bajada de La Pila. Ahí, en el zaguán (lleno de luz), ella tallaba imágenes de San Caralampio, en madera. Tal vez, digo que tal vez, las imágenes más bellas de esos tiempos salieron de sus manos. Ahora (perdón) veo las tallas que hacen y las encuentro muy burdas, las manos de tata Lampo son como manos de transformer. La abuelita de Ana Lucía hacía las tallas con mucha delicadeza. No sé si en su casa comiteca, la chica de la foto tenga una imagen hecha por las manos de su abuelita. No sé si ella recuerda cuando su abuelito materno la tomaba de la mano y la llevaba por la bajada de El resbalón y cuando llegaba a la esquina le hablaba de la casa de sus bisabuelos, la casa donde estaban los tanques de los Bermúdez.
Todas las casas de acá tenían el techo de tejas, tejas hechas de barro. También tenían una inclinación para permitir que el agua de lluvia se deslizara, pero los techos de acá no son tan inclinados como los techos de estas casas de la región francesa donde Ana Lucía está.
Ella, Ana Lucía, también (igual que sus abuelos) es gran lectora, ella es escritora. Tal vez algún día escriba un libro. Ese día, su abuelita materna, que disfrutaba mucho las Arenillas, tomará el libro de su nieta y sonreirá y llenará de luz los patios de todas las casas, las que tienen techos de teja de barro y las que tienen techos forrados con esa delicada capa que parece hecha con piel de ante, techos como de hojaldre.