viernes, 30 de noviembre de 2018

CUANDO EL NO CAE A UN POZO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que caminan como sapos inflados, y mujeres que nunca dicen no.
La mujer que nunca dice no, tampoco siempre dice sí. Ella nunca le dice no a la vida. Tiene la capacidad infinita de recibir con piernas y brazos abiertos el río de agua limpia. Jamás escucharás un no en su boca, ¡nunca! Pero, por favor, amantes bobos, no crean que ella está dispuesta a complacer todas sus guarradas (¡No! Ella no comulga con hombres que son como el tal Taibo, que dice cosas desagradables en público. ¿Por qué la mamá de Taibo no le enseñó que todo puede decirse, pero hay cosas que deben decirse sólo en la intimidad, que sólo se emplean como parte del juego erótico?)
La mujer que nunca dice no, siempre está dispuesta a bailar, reír, tomar, beber, jugar juegos de día y de noche; es una flor que se abre al contacto con el agua y que recibe al travieso colibrí y le prodiga su mejor néctar.
¡Es hermoso estar cerca de ella! Siempre es un privilegio estar cerca de nubes que no fomentan truenos; siempre es delicioso estar en una playa que recibe olas tiernas; siempre es agradable estar al lado de una mujer que ha arrancado el no de su boca. Lo que crece en su boca es la luz del amanecer, la cuerda con que vuela el papalote, la tortilla que alza su panza en el comal, el pájaro que busca el Sur, el río que da vuelta a la esquina y no llega al mar.
¡A ver, a ver! Tranquilos. Identificar a la mujer que nunca dice no ¡es acción sencilla! Ni siquiera es necesario estar pendiente de sus palabras. Sería un acto interminable, desastroso, estar pendiente de la mujer que ha proscrito la palabra no en su diccionario particular. ¡No! Identificar a la mujer que nunca dice no es tan sencillo como pararse frente a un abismo y ver no hacia el fondo sino hacia el horizonte. ¿Ven? Por lo regular, los amantes bobos, cuando están al filo del abismo ven el fondo y sienten vértigo y piensan que caer ahí debe ser como la muerte. Los amantes bobos no acostumbran a ver más allá. No saben, ¡pobrecitos!, que la vista siempre debe estar a la altura de los ojos; no saben que siempre debe verse al horizonte. Los amantes verdaderos saben que, incluso estando al borde del abismo, la línea del horizonte es el ideal. Por esto, los amantes verdaderos ven a los ojos de la amada, jamás posan su mirada estilo Taibo en las profundidades. Los amantes verdaderos siempre se asoman a la ventana llena de luz y no al pozo donde vive la oscuridad.
La mujer que nunca dice no es como una flor sencilla, como una gaviota que se para en un poste del puerto, como un pan recién salido del horno, como una tortuga a mitad de una laguna. La mujer que nunca dice no es como una palabra guarra dicha en el oído del amado, como una palabra delicada dicha ante una multitud, con fragor de cañón de guerra.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que toman el toro por los cuernos, y mujeres que toman el cuerno del toro.