lunes, 5 de noviembre de 2018
¿TÍO BELIS?
Veíamos esta fotografía cuando alguien (no sé si Romeo o Alfonso) dijo que el árbol enorme del primer plano ya no existe. No, ya no, dijo Romelia. Cuando hicieron la ampliación del parque central, ese árbol fue derribado. Pero luego Romelia dudó. Dijo que tal vez se había salvado. Nos pasamos un buen rato buscando alguna huella, pero olvidamos el asunto del árbol, cuando Romeo señaló la foto con su índice y dijo que el Junchavín sí sigue enterito. Se refería al cerro que sirve de fondo a la portada del templo de El Calvario. También el templo sigue enterito, dijo Alfonso. ¡No!, dijo Romelia, la parte alta de una torre está deteriorada.
Alfonso mencionó que la casa de dos pisos que se ve al lado del Hotel Central sigue casi intacta, cuando menos en su fachada.
Fue cuando Armando, quien andaba sentado muy calladito, dijo que viéramos la columna del primer plano y dijéramos a quién representa el busto. Romelia fue a su cuarto a sacar una lupa y con ésta hurgó hasta que sentenció: Es tío Belis (Belisario Domínguez).
Romeo dijo que sí, que parecía un busto de tío Belis. Entonces fue cuando Alfonso preguntó si ese busto aún existe en algún lugar. Romeo dijo que sí, que debe existir en algún lugar, y cuando pronunció algún lugar lo hizo en forma silabeada: “al-gún lu-gar”, para que sonara con la ironía con que sonó.
Pedro preguntó si no es el busto que está en la Casa Museo Doctor Belisario Domínguez. ¡No!, dijo Romeo, el busto de tío Belis que está en su casa es otro. Pero, igual que en el caso del árbol, todo mundo dudó.
¿Entonces?, preguntó Romelia. Entonces ¡nada!, dijo Alfonso, la historia de este busto puede ser un capítulo más de los objetos perdidos y no hallados en el templo.
Romelia pareció no comprender. Alfonso dijo que, de vez en vez, desaparecen bienes públicos. Platicó que antes había un león de melena, en el barrio de La Pila. Una escultura de piedra que adquirió la Junta de Festejos. Como a alguien se le ocurrió decir que el león de la leyenda no podía ser un león africano, porque en Comitán no hay más africanos que los dulces así llamados, un buen día fue sustituido por el puma que hoy existe en una esquina del parque y que es una escultura realizada por el escultor comiteco Luis Aguilar. ¿Qué pasó con el león de melena? Desapareció del parque. ¿Lo rescató la Junta de Festejos? Parece que no.
Armando dijo que también habían desaparecido las placas que el grupo de amigos de Armando Alfonzo Alfonzo colocó en la avenida que lleva su nombre. Un día antes de la inauguración del busto de Jorge De la Vega Domínguez, personal del ayuntamiento de entonces se encargó de quitar las placas. ¿En dónde están esas placas?
No sólo hay afrentas, también hay travesuras. En una pared lateral del Gimnasio Roberto Bonifaz Caballero hay una placa que dice lo siguiente: “Asociación de Estudiantes Comitecos Radicados en el D.F. – Educadores comitecos – Homenaje a los hombres que han dedicado su vida a la enseñanza”, y luego viene la relación de tres nombres: Ernesto Suárez A. Presidente – Jorge Domínguez G. Oficial Mayor – y Roberto Gutiérrez D. Secretario de Organización.
La placa de la Asociación de Estudiantes Comitecos Radicados en el D.F. es de bronce. Si uno se acerca advierte que en una esquina superior hay algo como un vacío, como un hueco. ¡Cómo no! Alguien quitó el escudo de la Asociación. El escudo se agrega a los objetos históricos que han desaparecido. Puede ser que algún travieso lo haya quitado para venderlo (venden tubería de cobre, ¡que no vendan objetos de bronce!), pero puede ser que alguien lo tenga de adorno en su casa.
De esto se deduce que muchos hilos de nuestro tejido común se han perdido. Por esto, tenemos muchos huecos en la historia de nuestra comunidad.
¿Es un busto de tío Belis lo que aparece sobre la columna en esta fotografía? Quienes vivieron el parque de los años cincuenta y sesenta deben saber. Y si es así, entonces puede ser un objeto más de los que dice Alfonso: objetos perdidos y no hallados en el templo.
Como la plática no iba a llevarnos a lugar alguno, Romelia propuso que no perdiéramos la tradición, sacó una botella de tequila y sirvió generosamente. Levantó la copa y dijo: “Desaparezcamos este sagrado tormento”. Todos dijimos ¡salud!