martes, 13 de noviembre de 2018

¿Y AHORA?




El cabildo de mi pueblo me honró con el nombramiento de Cronista Municipal (algunos titulares periodísticos dicen que fui nombrado Cronista de la Ciudad. ¡No!, en realidad la distinción es: Cronista Municipal). Los regidores presentes en la sesión de cabildo dijeron que sí a la propuesta. El presidente municipal de Comitán, acuerpado por la síndica y por el secretario municipal, me tomó la protesta. Al decir ¡Sí, protesto!, el presidente señaló que si no cumplo con la encomienda la sociedad me lo demandará.
Salí de la sala de cabildo, porque las autoridades siguieron con la sesión. Afuera había un sol brillante que doraba la estatua de Belisario Domínguez, en el patio central del palacio municipal. Esa estatua en que la mano izquierda de Belisario reposa sobre la tribuna, mientras el brazo derecho, con energía, remarca una línea importante de su discurso.
Yo, modesto comiteco, al igual que Belisario, llevaba preparadas unas líneas. Las había escrito la madrugada de ese mismo día, el décimo día del décimo mes; las había preparado por si me eran requeridas después de la toma de protesta. Como no fueron requeridas se quedaron en la bolsa de mi camisa.
Pero ahora, ya con el espíritu más sosegado, después del tsunami emocional en que me vi arrojado por el destino generoso, tomo el papel ajado y leo lo que escribí esa madrugada:
“Buenos días.
“Me honra que el honorable cabildo de mi pueblo me distinga con el nombramiento de Cronista Municipal, de Comitán de Domínguez. Agradezco a cada uno de ustedes tal distinción, agradezco al presidente municipal su anuencia y agradezco a quien realizó la propuesta.
“Vengo de la tradición. He pepenado algunas semillas del árbol sencillo y genial de Armando Alfonzo; del rosal afectuoso de Lolita Albores; del chulul pícaro de Óscar Bonifaz; del tenocté inagotable de Pepe Trujillo; y de las ramas afanosas de Pepe Alfonzo. Vengo de la tradición, del trabajo callado que hacen muchos paisanos, quienes, actualmente, complementan la crónica de Comitán desde sus cubículos personales.
“Pero, por encima de todo, vengo de la tradición del pueblo, de este maravilloso pueblo del que nos nutrimos todos los comitecos y al que nos debemos y el que justifica cada uno de nuestros actos.
“Soy comiteco de primera generación. Mi papá nació en San Cristóbal de Las Casas y mi mamá nació en Huixtla, pero ambos hicieron el milagro de que yo naciera en este pueblo y esto fue una bendición.
“Ahora, que ustedes, autoridades comitecas elegidas por el pueblo, me honran con este nombramiento, no haré más que lo que he venido haciendo durante mi vida, lo que, a diario, hacen miles y miles de comitecos de buena cuna: Amar a Comitán y procurar mejores cielos para sus hijos, ¡todos!
“Cuando me enteré de esta noticia, pensé: Si esta distinción le sirve a Comitán, con gusto ¡le sirvo a Comitán!
“Muchas gracias.”
Un día después de la toma de protesta me topé en la central de abasto con el ex regidor Paco Ruiz Vera, me abrazó, en medio de mujeres que cargaban bolsas llenas de verduras y frutas y de una canastera que ofrecía pepita molida. Paco dijo que, en las redes sociales, me había felicitado y que había lanzado una pregunta: ¿Qué pasará ahora con Mariana? ¿Con sus cartas? Respondí lo que respondo ahora: Nada se modifica. Ahora confieso que Mariana se alegró, mucho, por el nombramiento y me dijo que ahora tendría más trabajo, pero que no haría más que lo que he estado haciendo estos recientes años: escribir, ¡escribir!
¿Y ahora? ¡Nada! Seguiré escribiendo cuentos, novelas breves, las Arenillas y, por supuesto, las cartas a mi amiga Mariana. Agregaré la encomienda que recibí el décimo día del décimo mes de este año. Lo haré con gusto. Lo haré sin renunciar a mi estilo.
Desde el día del nombramiento he recibido muchas muestras de afecto, tanto en redes sociales como en la calle, en la banqueta, en el café, en el parque. Rescato ahora una palabra del mensaje que me envió el licenciado Nampulá (¡ah, qué apellido tan chiapaneco!): Digerible. El licenciado Nampulá dijo que le gusta mi escritura porque hago digerible el conocimiento. ¡Sí, así lo entiendo! Los grandes escritores siempre escriben con sencillez (cualidad dificilísima de adquirir) y con claridad. Siempre he estado alejado de la soberbia literaria, siempre he procurado hablar de manera llana y con el toque de humor que siempre acompaña al comiteco. Seguiré escribiendo con tal modesta pretensión. Deseo que mi mensaje llegue a todo mundo, pero, de manera especial, a los jóvenes. Deseo decirle a los jóvenes que haber nacido en este pueblo es una bendición; deseo mostrarles cuáles son los rasgos que nos otorgan identidad, cuáles son las raíces que sustentan lo que son y que si botan esa herencia nada serán, como dice la canción: No serán de aquí ni serán de allá.
Algún día escribiré el “Decálogo de un cronista honesto”. Por el momento, consigno el cuarto artículo, que procuraré seguir al pie de la letra: “Permanecé en la última fila”; es decir, que el encargo no signifique que debés estar en la mesa de honor o en la primera fila. Quien se confunde entre la multitud escucha la palabra crítica, la que señala el pueblo respecto al acto que se realiza.
¿Sólo me dedicaré a la escritura? ¡No! Prepararé dos o tres sencillas charlas con temas comitecos e iré de regalado a las instituciones educativas. Tocaré la puerta de las escuelas de nivel medio superior y preguntaré: “¿No merca’sté chayotíos?”, y cuando, ocasionalmente, digan que sí, entraré y, empleando los recursos tecnológicos de estos tiempos, compartiré con los jóvenes los frutos de este tapesco inmenso e infinito que se llama Comitán, Comitán de Domínguez, o como decía la admirada Lolita Albores, Comitán de los Tomates, tomate una, tomate dos…
¿Y ahora? ¡Nada! Seguiré haciendo lo que he hecho durante toda mi vida, lo que a diario hacen miles y miles de comitecos de buena cuna: Seguiré amando a este pueblo llamado Comitán, seguiré consintiéndolo, venerándolo, cuchuchéandolo, reconociéndolo, colocándolo en el lugar de privilegio que le corresponde; seguiré pidiendo su luz; seguiré viviéndolo, ¡viviéndolo!