lunes, 7 de enero de 2019

CARTA A MARIANA, CON DRIBLE




Querida Mariana: mi amiga Paloma Bello preguntó, en redes sociales: “¿Con la lectura de qué libro comienzas el año?”. Yo comencé el año con “Vértigo horizontal”, de Juan Villoro. ¿Es un libro recomendable para su lectura? Sí, lo es. Acá encontré al mejor Villoro. En este libro habla (escribe) acerca de la Ciudad de México, de ahí el título del libro.
Anexo una fotografía del forro del libro, que, a su vez, es una fotografía aérea de una zona de la Megalópolis. La fotografía que te anexo es opaca, confusa, pero quise enviártela, porque, si bien la fotografía es más clara, la confusión urbana es idéntica. Acá, por algún simbolismo extraño, la ciudad parece cubierta de una nata que impide verla con luminosidad.
El año pasado leí un libro escrito al alimón por Juan Villoro y por Martín Caparrós, escritor argentino. El libro se titula: “De ida y vuelta” y es un compendio de cartas que se enviaron ambos escritores, donde el tema central era el fútbol soccer. Cuando sucedió el Mundial de 2012, Caparrós y Villoro intercambiaron cartas en las que trataban lo que en la cancha ocurría. Todo intercambio de cartas tiene el ingrediente del morbo natural que hace que los lectores se acerquen con interés. Cuando leí este libro no pude evitar establecer una comparación entre la calidad narrativa de ambos escritores. Me caigo mal, porque sé que las comparaciones son odiosas, pero a veces no puedo evitarlas. En esa ocasión caí en la tentación. Pensé que si este intercambio de cartas hubiese sido un partido de fútbol entre México (representado por Villoro) y Argentina (representado por Caparrós) el marcador final hubiese sido cuatro a cinco, a favor de Argentina. Sí, con pena, debí admitir que me había entusiasmado más el estilo del escritor argentino, que se mostraba de manera inteligente y natural. Pensé en ese momento que Villoro se mostraba un poco pretencioso, como queriendo hacerse muy inteligente, sin necesidad de ello. Me dio la impresión de qué Villoro había tomado el intercambio de cartas, un simple juego, en un reto donde él debía ser mejor que el otro.
Pero ahora que leí el libro “Vértigo horizontal”, hallé un Villoro inteligente y muy disfrutable. En términos futbolísticos entendió que ¡iba solo!, ¡la tenía!, ¡era suya!, y metió la de gajos en el lugar donde las arañas tejen sus redes. Con gran pericia escribe acerca de su ciudad: la Ciudad de México.
Hace varios días comenté que, por el fallecimiento de Amos Oz, entré a leer una entrevista que José Gordon le hizo al escritor israelí. En una parte de la entrevista, Amos dijo que los lectores llegan a espacios en los que los viajeros de países extranjeros no pueden ingresar. Villoro, en este libro, demuestra la teoría de Amos, Villoro nos lleva a los lectores a un alucinante viaje por espacios en los que un viajero no ingresa tan fácilmente. Por ejemplo: un viajero da una vuelta por el popular barrio de Tepito, pero sabe que tiene espacios vedados, por la peligrosidad de la zona. Villoro, gracias a que fue amigo de Felipe Ehrenberg, artista plástico que un día fue a vivir a la zona, nos lleva de la mano por callejones a los que un turista difícilmente se atreve a entrar.
A mi amiga Paloma le digo que comencé el año 2019 leyendo a Villoro. Comencé bien el año. Juan narra con maestría, con la sencillez de quien posee el conocimiento puntual, lo hace sin pretensiones de grandeza. Sus crónicas son de gran precisión. No es su intención, pero, a través de anécdotas y de datos históricos llanos, nos conduce por un atajo turístico que supera en mucho lo que un viajero logra pepenar en un recorrido turístico conducido por un guía, en el plano real. Acá se comprueba lo que Amos Oz predijo: La literatura entra a lugares donde la realidad se topa con una cortina. Los simples mortales cuando van a La Casa Blanca no pueden entrar a lugares en los que el cine y la literatura caminan a sus anchas.
Villoro nació en 1956 y estudió en la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana. Yo, lo sabés, nací en 57 y estudié un trimestre en esa misma unidad de la UAM. Estas coincidencias hicieron que hallara una proximidad muy cercana con lo que Villoro narra, porque él habla, sobre todo, de un tiempo que es también un tiempo mío. Yo recorrí muchas calles de la Ciudad de México (Distrito Federal en ese entonces) de 1974 a 1980, tiempo en que estudié en la UNAM.
Posdata: La fotografía que ilustra el libro de Villoro es lo que el título señala: Un vértigo. Sobre los cerros, los habitantes de aquella ciudad han encaramado calles, casas y edificios, en cuyos patios sobreviven algunos árboles que sacan la cabeza tratando de respirar en medio de un caos de cemento y de fierro, pero no lo logran a cabalidad, porque una nata de smog los asfixia. ¿Cómo ser sobreviviente de esa caótica ciudad? Pues como se ve en la fotografía: en medio del amontonamiento, del abigarramiento, de lo churrigueresco. La respuesta está en la vida de millones de habitantes, quienes, igual que Villoro, se enfrentan cada día a ese monstruo bendito y maravilloso que se llama Ciudad de México y que tiene en Juan Villoro a un bello, leal, infalible, inteligente y severo hijo. En este libro, Villoro demuestra que no sólo es grande en estatura física, también es grande en estatura literaria.
Este libro me reconcilia con Juan. Si él estuviera, de nuevo, jugando contra Caparrós, estoy seguro que al argentino le costaría mucho llevarse el triunfo. Estoy casi seguro que el réferi terminaría dando el triunfo a ambos, como debe ser siempre en la literatura, siempre que no aparezca un Molinari metiendo con calzador la horrible comparación.