martes, 8 de enero de 2019

CARTA A MARIANA, CON TOQUES DE CAMPANA




Querida Mariana: A mi jefe le gusta recordar el dicho: “Dan, darán, dicen las campanas”. En México todo mundo sabe qué significa la frase y muchos la emplean para reafirmar la reciprocidad y el agradecimiento.
El ingenio popular es exquisito. A veces no reflexionamos en ello, pero los mexicanos crecemos envueltos en sonidos de campanas, desde las del templo que llaman a misa (me encanta el nombre de una de las campanas: Volteadora) hasta las del nevero, pasando (¡me pongo de pie!) por el sonido de la campana que toca, todos los días, el campanero que anuncia la proximidad del camión de la basura. ¡Ah, qué trabajo tan pesado el del campanero de la basura! A las seis de la mañana escucho, desde la tranquilidad de la mesa del comedor de mi casa, el sonido del campanero. Afuera, en la calle pasa el campanero caminando de prisa, como si fuera un campeón de marcha olímpica. Desde la tranquilidad de mi casa, cómodamente sentado, tomando un té de limón, bien calientito, escucho los pasos apresurados del campanero que va por delante del camión de la basura. No importa que haga frío o que llueva o que -a las doce del día- caigan del cielo rayos achicharrantes del sol. Todos los días, el campanero pasa con el sonsonete de “dan, darán, dan, darán, dan, darán”.
Cada campanero tiene su ritmo. Algunos siguen el dictado del dan, darán, pero hay otros que le cambian tantito, hay algunos monótonos: “tan, tan, tan, tan, tan, tan” y hay otros que suenan “tacatataca, tacatataca, tacatataca”. El campanero del rumbo de La Pila, en Comitán, tiene un sonsonete de fiesta, baja al parque, con un paso ligero. Mueve los brazos como si fuese un remero del aire, y con la misma fuerza del brazo izquierdo, que va hacia adelante y hacia atrás, mueve el cencerro que avisa que las personas pueden sacar la basura porque el camión ya está por llegar. Es impresionante el sonido que hace el campanero.
Antes que pase el campanero, en el interior de las casas hay ligeros rumores: el borboteo de la olla de los frijoles, el pespunte de la aguja a la hora que la abuela cose o la respiración tranquila del niño que duerme en la cuna, de pronto, el perro levanta las orejas y la trompa, se levanta y comienza a ladrar, como si avisara que algo sucede en la calle. Sus ladridos anuncian: “Ya viene el campanero de la basura”, instantes después el oído humano detecta el “dan, darán, dan, darán” de la campana. La mamá amarra la bolsa de plástico, negra, cruza el patio y sale a dejar la basura en la esquina. Ella escucha el sonido del campanero en toda su plenitud. El hombre saluda y sigue su carrera. ¿Cuántos kilómetros recorre cada día? No sé, pero yo jamás he conocido a un campanero obeso, jamás. Todos mantienen una condición física inalterable. Quienes, en su relación de propósitos de año nuevo, escribieron: Bajar de peso, les convendría considerar este oficio.
Los mexicanos crecemos en medio de sonidos de campana. Los campaneros son como cenzontles que abren la flor del sonido en el aire. Pero, hay que decirlo, nadie de los campaneros es tan fiel, tan necio, tan terco, tan constante, como el que avisa la cercanía del camión de la basura. El campanero del templo de San Caralampio toca el primer repique, se sienta en el pretil de la torre y admira el caserío que se desparrama en el cerro de Comitán, será hasta que se cumplan quince minutos cuando se ponga de pie para volver a tocar la campana del segundo repique; lo mismo sucede con el nevero, llega al parque central con su carrito y toca la campanita para que los niños adviertan su presencia, toca la campanita de vez en vez, conforme aprecie que debe llamar la atención. Pero, el campanero de la basura sabe que es la voz que debe llegar a cada casa. Su toque de campana es casi como si su mano tocara cada puerta, por esto, su toque es constante, infinito.
Posdata: Poco reflexionamos en ese oficio. “Ahí viene el camión de la basura”, piensan los habitantes de la casa en cuanto escuchan el sonido de la campana. La relación que hacemos es: campana-camión. Cuando el sonido metálico de la campana se agota aparece el sonido tuberculoso del camión. Pocos hacen la relación campana-campanero; pocos piensan en que ahí, en la calle, a la hora de la lluvia, hay un hombre que no desmaya en su oficio. ¿Cuántos kilómetros recorre el campanero cada día? ¿Qué piensa a la hora que, como maratonista, recorre las calles creando cantos como de pájaro de bronce?