jueves, 3 de enero de 2019
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA
Al fondo la oficina parroquial y los techos de teja del templo; en primer plano una bicicleta detenida en un poste, resguardada con una cadena simple y un candado sencillo.
En cuanto Pau lo vio dijo que el propietario estaba en misa. Sí, era el día uno de enero y medio mundo del pueblo estaba en el templo. Luego de haber acertado en el primer comentario, Pau dijo que el ciclista (porque asumió que era hombre, y cuando salió del templo corroboramos que así era) era un fiel creyente, porque era muy fácil que alguien, con una pinza, cortara la cadena sencilla, o que el delincuente, con una ganzúa, forzara el mecanismo del candado simple y se llevara la bicicleta. Dijimos que sí, que era cierto: era un creyente confiado.
La mamá de Pau dijo que esto era así porque el pueblo es un pueblo pequeño, en el que, sin duda, la delincuencia es escasa. Pero, nosotros nos quedamos viendo con cara de fieles creyentes, como diciendo que una nata de inseguridad debe haber, desde el momento en que el dueño de la bicicleta lo resguarda con una cadena. Tomás dijo que en Estocolmo, la gente… Sí, dijo Elena, ¡en Estocolmo!, pero acá no es allá, acá es México, y todos estuvimos de acuerdo y nos sentimos mal, nos dio pena, porque nos hubiese gustado que acá fuese como allá, pero acá nos hemos acostumbrado a no ser como allá, porque acá…
Entonces ya no fue Pau quien habló sino Martha, dijo que, sí, que le daba pena, que en México no existan estacionamientos especiales para bicicletas como en Holanda. Acá, dijo, debemos usar las banquetas y los postes, cuando las banquetas son para caminar y los postes para detener los cables de luz o de teléfono. Sergio rio y agregó: “Bueno, los postes en México también sirven para que orinen los chuchos”. Entonces todos nos vimos porque a la mente nos llegó la misma pregunta: En Holanda, ¿los chuchos orinan los postes?
Bueno, dijo Martha, tampoco se trata de echarnos lodo a lo burro, en Holanda también roban bicicletas en los estacionamientos. Dijo que tiene un amigo que vive allá, que estudia en Amsterdam, y que le contó hace dos o tres noches, por Internet, que acaban de inaugurar un magno estacionamiento para bicicletas que cuenta con cámaras de vigilancia. ¿Para qué quieren cámaras de vigilancia? Pues para que tengan evidencia de los delincuentes. El robo no es un elemento cultural único de nuestro país, se da en todo el mundo, en todas las ciudades existen lo que la tía Herlinda llamaba malcriaditos sin educación.
Pau rio. En ese momento la misa llegaba a su fin y todos los fieles salían al atrio donde se daban el abrazo de año nuevo o compraban helados o esquites. El dueño de la bicicleta llegó, sacó la llave de la bolsa delantera de su pantalón, abrió el candado, quitó la cadena y se subió a la bicicleta y la pedaleó arriba de la banqueta. Pau dijo, muy sentenciosa: “Ningún malcriadito se llevó su bicla, pero él parece que ya está empezando a aprender”. Y todos estuvimos de acuerdo, dijimos que era una pena que en nuestro país las banquetas sirvan como estacionamiento de bicicletas y como ciclopistas. ¡Ni siquiera en la banqueta podemos caminar tranquilamente!, dijo Tomás.
Fuimos al parque y pedimos unos raspados. Nos sentamos en el parque, mientras los fieles seguían comentando cómo habían pasado la última noche del año viejo. Elena dijo que el señor de sombrero, el que tenía un paliacate enredado al cuello, aún tenía aliento alcohólico. Tenía el rostro rojo, por el sol que le pegaba directo o como efecto de la bebida.
Lo que sí, dijo Elena, es que allá no usan estas cadenitas como acá. Allá sus sistemas de protección son más sofisticados. Todos reímos, porque pensamos que el tema ya estaba agotado; reímos porque sabíamos muy bien en dónde era allá y dónde era acá.
¿Qué estarán haciendo los de allá a esta hora?, preguntó Pau, y ella misma se respondió: “Seguro que no lo mismo que hacemos los de acá”, y mordió su raspado con esencia de nance.