jueves, 24 de enero de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA LO QUE NO DEBE CONTARSE




Querida Mariana: No me gusta hablar de los muertos. No me gusta recibir noticias de muertos. Dirás que todo mundo actúa igual. A mí me gusta hablar de la vida, de la tía de Miguel que tiene ochenta y tantos años y vino de visita a Comitán y fue al Chiflón y fue a Los Lagos y anda de un lado para otro, como si fuera una pichita traviesa.
Sin embargo, a veces, como sucedió antier, alguien se acerca y me pregunta, como si fuera examen: ¿Sabés quién murió? No, no sé quién murió, pero, de igual manera me gustaría no saber. Sin embargo, cuando digo que no, el otro se siente impulsado a dar la infausta noticia y espera ver mi cara. ¿Qué cara puedo poner ante la noticia de una muerte?
Siempre sé que cuando el otro se acerca y me pregunta lo que pregunta, lo hace porque asume que yo conocí al muerto cuando estaba vivo. Siempre es así. A veces el muerto es un artista popular, a veces es un destacado escritor, a veces es un paisano conocido, pero, a veces, es alguien cercano, cercano a pesar de la distancia. Y hace dos días, la noticia fue de estas últimas, las que son como gotas de limón en herida reciente. Se murió Paty Díaz, me dijo el otro. Yo, en ese instante, no registré el nombre, porque no lo tenía registrado así, pero dos segundos después el mazazo fue directo, a la mente y al corazón. La muerta no era Paty Díaz, sino Paty Noches, porque así le decía yo. La noche, pensé, acabó con su día, día que siempre iluminó mil parcelas.
Hacía rato que no la veía, el rato significa meses. Ella murió joven. Cualquiera pensaría que no le tocaba, pero le tocó. Sí, querida Mariana, la muerte nos toca a todos, nos tocará. Esta muerte me toca, porque Paty Noches, en su vida, tocó mi vida. Fue como un pájaro rebelde, se trepaba a todas las ramas de todos los árboles. Cuando alguien pensaba que una rama era muy alta, ella decía que esa rama es a la que debía trepar y trepaba. Y su corazón era una yunta que jalaba el sol para arar la tarde, la noche y el día.
Una vez escribí una Arenilla, donde mencionaba a Paty Noches. En ese textillo dije que, mientras muchos comitecos hipotecaban su vida en hacerse dueños de mil casas en el pueblo, ella, sin hipotecar algo, era dueña de Comitán, porque compró un terrenito en lo alto del cerro San Miguel, ahí por donde está la piedra de la ametralladora y ahí construyó una casa, pequeña pero llena de luz, diseño del arquitecto Luis David.
Sí, su casa la hizo en lo más alto del cerro, en las alturas de Comitán, ahí donde se divisa todo el valle. Ella salía al patio y miraba a Comitán, rendido a sus pies. Ella se acostumbró a recibir a la lluvia antes que cayera en Comitán, se acostumbró a saltar la cuerda de las nubes, porque bastaba que estirara su mano para sentir el aire intocado por los demás. Ella era un pajarito incansable.
A veces se enojaba con el mundo, le molestaba que el mundo tuviera telarañas. Sí, se enojaba, y cuando se enojaba, como ella siempre andaba en lo más alto, su coraje se convertía en un alud, como un desgajadero de esos que se dan en el Everest, en el que la nieve pasa a botar todo lo que encuentra a su paso. Y era así, porque estaba llena de vida, desbordaba vida y su agua, limpia, fresca, mojaba los sembradíos de los otros. En ese círculo de los otros yo fui uno de los beneficiados, uno de los cercanos. A veces le decía Nochez, así, con zeta, porque en ella los días eran Díaz, así, con cimiento de piedra castellana, con resabio de conquista, de huella.
Cuando recibí la noticia pensé en lo que una señora dijo cuando se enteró que mi papá había muerto: “¿Por qué se mueren los buenos y los malos no?”. Ella era buena, sembraba luz en medio de muchas nubes.
Posdata: No me gusta hablar de los muertos. Me encanta hablar de la vida. Pero a veces, la vida se pinta de negro, de muerte. Yo recibí la bendición de la amistad de la Paty Noches, y ahora su recuerdo lo cuelgo en la pared de mi memoria, de esa memoria que está viva, siempre viva, porque a mí, me encanta hablar de la vida, siempre la vida.
Un día Paty Noches dejó Comitán, se bajó de la más alta rama. Niña pájaro abandonó el valle y caminó por otros cielos, cielos que, bestias roñosas, la fueron despojando de sus alas, le impidieron el vuelo.
Para todo mundo ella fue Patricia Díaz Morales, para mí fue Paty Noches. Deseo que sus cielos sigan abonando luz, mucha luz en las noches infinitas del universo.