sábado, 19 de enero de 2019

CARTA A MARIANA, CON UN ÁRBOL





Querida Mariana: ¡Te mando un árbol! El árbol de Pau. Te cuento: El otro día, Pau y yo fuimos al parque central, y cuando ella vio este árbol dijo: “¡Ese es el árbol que más me gusta, tío! Me gustan sus barbitas”.
En efecto, el árbol tiene algo que es como pashte, como heno, y que los expertos biólogos podrán decir su nombre científico.
He caminado por ahí cientos de veces y nunca lo había visto con atención. He visto con detenimiento el árbol de chío y el árbol en el que el artista Eugenio Hernández realizó una talla y que está al lado del busto de Rosario Castellanos, pero nunca había visto con atención el árbol de Pau, un árbol que creció hacia un lado, como si pegara de gritos exigiendo un columpio para que los niños jueguen y sean felices.
Y digo que te mando un árbol, porque eso fue lo que hizo Damián Corzo (personaje de la novela “Antes que el pájaro duerma”, de Edmundo Anzón). En la novela de Anzón, Damián, eterno enamorado de Lucrecia, una joven bellísima, le envía un árbol como obsequio del día de su cumpleaños. Damián, quien pretendía el amor de Lucrecia, le pregunta una tarde cuál es la flor que más le gusta. Lucrecia entrecierra los ojos y, en actitud de pensar, pega sus labios como si se besara y dice que le encanta el cerezo japonés. Así lo dijo. No dijo la flor del cerezo japonés, ¡no! Ella, como si estuviera en un parque de Kioto, dijo que le encantaba el cerezo japonés. Damián se desabrocha el botón superior de la chamarra, porque siente un ligero calor, y le pregunta a la chica si se refiere a la flor del cerezo japonés y ella dice que no, que una flor o mil no tienen sentido, que la armonía está en el todo, por eso, a ella le gusta (y vuelve a entrecerrar los ojos) ¡el cerezo japonés! Damián se da cuenta que sería una imprudencia insistir. Se desabrocha el siguiente botón de la chamarra al pensar que, tal vez, la chica (su amada chica) se refiere a todo un campo lleno de cerezos. Pero ¡no! Dice que si así hubiese sido ella habría dicho la palabra en plural. La dijo en singular. Dijo ¡cerezo japonés!; es decir, se refirió a un árbol. Y es cuando piensa que, como regalo de cumpleaños, le dará ¡un árbol!
¿Qué hará para obtener tal árbol? No sabe qué hará, lo único que sabe es que él le dará ese gusto a Lucrecia.
La novela, sencilla, bellísima en su descripción, con figuras literarias enormísimas, cuenta la historia de cómo Damián logra su objetivo, hasta que el día del cumpleaños, un mensajero toca el timbre, Lucrecia abre y firma la libreta de la mensajería. ¿Un envío? ¿Es para mí?, pregunta ella. Sí, dice el empleado de DHL y le señala el cerezo japonés, que va envuelto como en un capullo negro, y está sobre la plataforma de un camión. ¡El árbol es inmenso, bellísimo, lleno de flores color vino seductor y discreto! Ella no puede creerlo. Alguien le ha enviado un cerezo japonés. El mensajero le roba su arrobamiento y le pregunta en dónde quiere que dejen el árbol. ¿Es una broma? ¿Qué no ve que su casa es de interés social? ¿No sabe que su casa tiene un baño completo pequeñísimo y dos habitaciones, también del tamaño de un dedal, la cocineta, una estancia comedor y un patio trasero en donde cuelgan la ropa para que se seque, pero que no tienen espacio para ese árbol inmenso que está sobre la plataforma del camión? Ella se acerca a la plataforma, eleva la mirada, ve, extasiada, la belleza del árbol que tanto le gusta. No puede creer que esté ahí, frente a ella; no puede creer que ese cerezo japonés sea de ella, sólo de ella, pero ¿en dónde lo sembrará? Es como si le hubiesen obsequiado un elefante.
La historia es simplemente sensacional, porque demuestra que un acto grandioso puede acarrear grandes tragedias.
Digo que, ahora te mando un árbol, el árbol que está cerca del palacio municipal, el árbol abuelo barbón, el árbol con brazo para colgar columpios, el árbol favorito de Pau. Pero, por supuesto, para que no esto no sea tragedia, te lo mando a través de una imagen, de una fotografía.
Te pregunto, ¿qué harías, si el día de tu cumpleaños, tu novio, con tal de agradarte, te regala una jirafa, que es el animal que más te gusta? A ver, ¿qué harías? ¡Uf! Un verdadero aprieto, ¿verdad?
Un día, en el colegio donde laboro, un muchacho le regaló a su novia un peluche enormísimo, del tamaño de una casa (bueno, no, tal vez exagero), pero lo que sí puedo asegurar es que era más grande que la chica, de ancho y de largo. Era un oso, un oso con cara de ternura artificial. Era tan ancho que no pasó por la puerta del salón, cuando la chica quiso meterlo. Cuando la chica recibió el obsequio (envuelto en papel celofán, con un moño gigantesco y una tarjeta espectacular que decía: “Te amo como diez vueltas al mundo.”), vi que la chica se emocionó, pero esta emoción se convirtió en desasosiego al no saber qué hacer con tal montaña de peluche. Sus amigas, que has de entender tenían el innegable color de la envidia y que se amontonaron a ver el obsequio, se ofrecieron a ayudarla a cargarlo, una lo tomó de un brazo, otra metió las dos manos debajo de las nalgas del oso, y una más trató de rodear con ambos brazos la enorme panza. Sí, tenés razón, lo bueno es que era de peluche y no de otro material, pero la incomodidad no era propiciada por el peso sino por el volumen. Total, para no hacer largo el cuento, diré que el oso se quedó fuera del salón, interrumpiendo el paso franco de los alumnos en el pasillo, y que, a la hora de la salida, fue necesario que el papá de la chica acudiera al llamado de su hija y treparan el obsequio en la parte trasera de una camioneta, que el papá tuvo que conseguir. No seguí la huella de la historia y ya no supe qué sucedió en su casa. ¿En dónde, la chica, guardó el regalo? Un día, meses después, vi a la chica tomada de la mano de otro chico, ya no el del peluche. Sí, lo mismo que estás pensando vos, pensé yo.
Te mando este árbol con un único interés (digo, para que no vaya a pensar tu novio que ando con coqueteos de viejo libidinoso). El interés es que veás con atención este árbol y me digás si estás de acuerdo con Pau. ¿De verdad es el árbol más bonito del parque central? A mí me gusta porque creció sólo en uno de sus lados, no es un árbol que haya seguido la armonía ni la proporción. ¡No! Este árbol, desde pequeño, se fue hacia un lado, como si algo nos estuviera diciendo. Si mirás con atención los árboles de atrás de esta fotografía vas a ver árboles más o menos armónicos que abrieron sus ramas en posición de abrazo; árboles cuyos troncos se mantuvieron, más o menos, derechitos. Pero éste es un árbol rebelde, es como árbol que ejemplifica aquella consigna que dice que árbol que crece torcido jamás su rama endereza. ¿Para qué va a enderezar sus ramas? ¿Para qué? ¿Para parecerse a los otros? Este árbol (el árbol de Pau) decidió ser el ejemplo viviente del poeta Fabio Morábito, quien (ya te conté en una ocasión) me dijo que es bueno que los seres humanos crezcamos un poco torcidos, porque si no después ¿qué contamos? Los seres humanos no pueden, ¡no deben!, crecer totalmente enhiestos, es bueno tener ciertas torceduras que le dan alegría al cuerpo y a la vida, Macarena. Bueno, con decirte que ni los santos son perfectos, los muy verticales tienen el peligro de quebrarse al primer ventarrón.
Si alguien me preguntara, pero nadie me está preguntando, recomendaría que jamás obsequien peluches enormísimos: osos, perros, elefantes o jirafas. No, incluso recomendaría que no obsequien peluches, ni siquiera pequeños: ratoncitos, gatitos, arañitas, dinosauritos.
Cuando fui joven (hace como mil años) hubo una campaña que recomendaba lo siguiente: “Regala afecto, ¡no lo compres!”. Es difícil que los muchachos comprendan que el mejor obsequio es la envoltura que se llama vida. ¡Claro! Damián (el compa de la novela) exageró, pero hizo lo que pocos hacen. Quienes se atreven a historias casi imposibles son los apasionados. ¿Recordás la película Fitzcarraldo, que cuenta la historia del tipo, amante de la ópera, que se obsesiona en construir un teatro a mitad de la selva? ¿Mirás qué prodigio? Las personas apasionadas hacen las grandes realizaciones. Los grandes descubrimientos, las grandes pinturas, las grandes obras literarias, las grandes historias deportivas son fruto de los apasionados, incluso, las grandes tragedias pasionales (recordemos, sólo como un ejemplo, la historia de Romeo y Julieta). Peluches los regala todo mundo. Uno debe dar algo que nunca nadie más haya dado, algo que no se compre, algo que no se venda.
Comitán ¡es un árbol! ¡Un árbol enormísimo! La pasión de grandes comitecos ha permitido que siga conservando su brillo y encanto. No permitamos que la apatía de unos pocos ensucie la grandeza de nuestro pueblo. Comitán es un árbol, no ha crecido enhiesto. ¡Dios nos libre! Pero que Dios también nos libre de que sus raíces se vayan deteriorando. Comitán, ha sido como el árbol de Pau, con ramas bellísimas, torcidas, que invitan al juego del columpio.