viernes, 18 de enero de 2019

PARA QUITAR EL FRÍO




Imaginá que te llamás suéter. Imaginá que sos un suéter contempóraneo. Recordá que en la Edad Media los guerreros usaron armaduras, que en su propio nombre está contenida la dureza de su condición. ¡Qué feo usar un suéter que está hecho de metal! ¡Qué feo usar un chaleco blindado! Vos, si imaginás que sos un suéter, estarás hecho de estambre, de estambre delgado o grueso, pero serás alguien que emocionará a todas las muchachas bonitas. Todas éstas se acercarán y te tocarán y colocarán su mejilla en tu pecho y dirán: ¡Ah, qué sabrosito! Y, como gatitas, se frotarán en tu entrepierna y dirán: ¡Qué peludito, qué sabroso! Y vos sentirás bonito.
¡Ah, pero no te emocionés de más! Tampoco significa que siempre serás tan deseado, tan querido. ¡No! Desde ahora debés aceptar que serás alguien de temporada. Serás muy buscado en temporada invernal. En primavera serás ignorado, casi despreciado. ¡Que no se te ocurra salir en día caluroso! ¡No, por favor! Si lo hacés, si sos bobo, verás cómo todo mundo se aleja de vos, como si fueras leproso, como si fueras un apestado, como si tu olor fuera el de un albañal. ¿Qué muchacha quiere estar cerca de alguien que es como un suéter peludo, caluroso, asfixiante? ¡Ninguna! En temporada de verano todas las chicas bonitas te dejan en el closet y van en busca de aquéllos que juegan a imaginar que se llaman bermudas o short. Los torsos buscados, los deseados, son los descubiertos, los desnudos, los bronceados, los que se llenan de gotas de sudor.
Imaginá que sos un suéter y que aceptás tu condición de ser deseado sólo en ciertas temporadas, cuando los árboles se bambolean y tiran las hojas, cuando los árboles se llenan de escarcha blanca, cuando se despeinan por el aliento feroz del huracán, cuando la lluvia cae como si fuera promesa de político en campaña.
Imaginá que sos un suéter y que podés elegir entre mil clases de estambre y entre mil colores y entre mil diseños. Porque, ¡hay que admitirlo!, los suéteres son prendas de gran colorido que, incluso, contienen el negro que es muy útil para que usen los delincuentes para confundirse con la noche o para ir a dar el pésame porque el negro tiene el rostro caído, la esencia del dolor y del misterio.
Sí, tenés razón, podrás usar, ¡ah, qué privilegio!, suéteres al estilo de César Costa, ese famoso actor y cantante de los años sesenta, con carita de yo no fui, que puso de moda los suéteres que usó y que tenían muchas rayas y que las muchachas de aquel tiempo relacionaron con la época del rock and roll.
Los suéteres tuvieron, en algún momento de la historia, complejo de animal y usaron cuello de tortuga.
Y esto fue así, porque el suéter (hay que admitirlo) es una prenda de vestir que también es una prenda para ocultar la vergüenza. Cuando alguien comete un acto pecaminoso, con sus dos manos, agarra el cuello del suéter y lo sube hasta ocultar su cara, como si fuese, en efecto, una tortuga o un avestruz. El suéter tiene vocación de animal, porque los suéteres de César Costa tenían rayas como si fueran de cebra o de burro encarcelado.
Imaginá que sos suéter, que sos una prenda erótica, porque sos experto en dar calor, en mantener calientita a las muchachas. Sos una prenda que está cerca del corazón y que, siempre, a diferencia del pantalón, estás besando los pechitos de las chicas bonitas, acariciándoles el pezón.
Imaginá que sos suéter, que sos la prenda más sensual y la más sincera, la más honesta, porque la mujer bella que te usa no puede ocultar un par de tetas soberbias, dulces, sublimes. Vos, siempre, le das más consistencia, sos como un aparador para mostrar la rotundez de un par de pechos soberbios; y de igual manera, sos tan auténtico que con vos el tipo panzudo no puede ocultar su vientre de rotoplás, como sí lo hace cuando se desfaja y viste la camisa por fuera del pantalón.
Imaginá que sos un suéter. Que las chicas tocan tus pelitos, que juegan con tus hilos con los dedos pulgar e índice, que acercan sus mejillas, las pegan y dicen: “¡Ah, qué sabrosito!”.