martes, 1 de enero de 2019

CARTA A MARIANA, CON INGENIOSIDADES




Querida Mariana: No todo mundo puede responder de manera precisa a preguntas de bote pronto. Siempre he admirado a esas personas que apenas cae la pregunta en sus tableros ellas responden con movimientos de jaque mate. A mí me produce urticaria mental una pregunta lanzada al vapor. ¿Qué contestar si apenas la estoy procesando? Mi mente está acostumbrada al ritmo de la escritura y ésta posee un tiempo distinto. La escritura camina paso a paso, incluso admite pausas intensas. Los escritores se levantan, caminan, van al jardín, limpian excrecencias en las hojas del árbol de limón y cuando regresan al escritorio ¡aparece la palabra del texto que quedó pendiente! ¿Qué hace alguien que es entrevistado en la radio o en la televisión? Debe tener la sagacidad de un Winston Churchill o de la tía Amanda o de Groucho Marx.
La respuesta del viejo Churchill es sensacional. Cuentan que una mujer le dijo: “Si yo fuera su esposa le pondría veneno en su café”, Churchill respondió de inmediato: “Si usted fuera mi mujer, yo, con gusto, tomaba el café con veneno”. Bueno, la cita no es textual, pero como diría Juan, el queso mancheguito: “El árbol está torcido, pero es el mismo.” Como ahora dicen los jóvenes: Sólo se oyó que cayó la cabeza de la mujer, a la hora que Churchill hizo añicos su supuesta ironía.
Más o menos de la estirpe de Churchill era la tía Amanda. Ella odiaba el pueblo en que nació, el pueblo en que creció y el pueblo en que murió. Todo mundo sabía que odiaba el pueblo como si fuera un odio de Dios o más tremendo. Cuando alguien le preguntaba por qué seguía viviendo ahí, por qué no se iba y vivía tranquila, ella, dando una larga fumada a su cigarro sin filtro, respondía: “’Ca, si me voy, ya no tendré qué odiar” y seguía tan tranquila, echando pestes a ese pueblo de mierda.
Hay famosos que han trascendido por las frases certeras que han legado al costal cultural del mundo. A mí me encanta, de igual manera, el epitafio que, supuestamente, escribió el humorista Groucho Marx; cuentan que en su tumba estaría la siguiente inscripción: “Perdonen que no me levante.” Tal vez no sea cierto, pero la cita es una genialidad, muy acorde con la personalidad de Marx (Groucho, no Carlos).
Juan Villoro cuenta que el fabuloso cuentista francés Guy de Maupassant fue un férreo opositor a la construcción de la Torre Eiffel, por fea, pero cuando la torre fue erigida, una mañana, un amigo de Guy lo encontró desayunando muy feliz en el restaurante que estaba en lo alto de la torre. ¡Cómo!, ¿tú, que tanto te opusiste a la torre, desayunas acá? ¿Por qué? Y Maupassant respondió: “Es el único sitio en París en el que no puedo ver la torre Eiffel”. Es una respuesta rotunda.
Y si hablamos de epitafios, el que dicen que se encuentra en un panteón mexicano, también es ingeniosito: “Amada mía: acá descansas y descansas bien, tú descansas y yo también. Tu amantísimo esposo”.
Admiro a quienes son hábiles en el juego de la esgrima verbal. En esta rama está, sin duda, el albur, encantamiento verbal que exige la destreza, el ingenio y la prontitud en la respuesta, de lo contrario pierde el efecto buscado.
¿Yo? ¡No! Yo paso (y no es albur). Yo pertenezco al mismo árbol, pero mi rama es la rama en donde caminan los ciempiés y las orugas lentas. La otra rama, la de los de mente ágil, es la rama donde juegan los pájaros (e insisto no es albur).
Posdata: Yo soy como esos compas que, más o menos al mediodía, cuando uno les dice: Buenos días, ellos responden con el lugar común de: “Buenos días (dejan pasar dos o tres segundos y luego agregan) ¿o son ya tardes?”, y se quedan esperando que uno diga si son días o tardes, como si en resolver esta duda estuviera concentrado el futuro del universo.