jueves, 17 de enero de 2019

LA CELEBRACIÓN




No sólo son los cuetes. Hay más cosas fastidiosas. Cuando hay fiesta en el barrio (de esas fiestas comunitarias tan frecuentes en México), muchos vecinos sufren con la música estruendosa de los puestos que colocan alrededor del parque.
En nuestro país hay celebraciones sacras todo el año. ¡Tenemos fiestas para repartir! ¿Cómo será en Inglaterra? ¿Qué harán los ingleses cuando es día de Nuestra Señora de Walsingham? ¿Quemarán cuetes? ¿Echarán traguito? ¿Orinarán las calles?
Cuando el tiempo del festejo se acerca los vecinos se dividen, de forma tajante, en dos grupos: Los que celebran que la fiesta ya esté cercana y los que odian tal cercanía. Los del primer grupo preparan su vestido y camisa nuevas, pintan la fachada de su casa, colocan festones con rosas hechas con papel crepé, ven en qué pueden ayudar a la celebración y los días de la fiesta gozan la rueda de caballitos, los algodones, los encurtidos, el tiro al blanco, el juego de las canicas, la rueda de la fortuna, el chingolingo, la mistela en botellas de plástico, que quién sabe si estuvieron bien lavadas. Los del segundo grupo lamentan la molestia, la peste de los ríos de orines, la imposibilidad de guardar los carros en las cocheras, el olor de los tacos de quién sabe qué carne, el tufo del aceite quemado, la música que vomitan las enormes bocinas del puesto que vende discos piratas, las enormes carpas de los puestos que dejan en penumbras las entradas a las casas, la inseguridad, los borrachos que duermen en las banquetas, las prostitutas que son como un enjambre de abejas y los cuetes que todas las noches quiebran el vaso de la tranquilidad.
Los vecinos se dividen en dos grupos: Los que piensan ¡Ah, qué hermosa es la fiesta de la virgen!; y los que piensan ¡Ah, qué joda con estas fiestas tercermundistas!
Los vecinos se dividen en dos grupos antagónicos: Los que disfrutan la fiesta y los que la odian. ¿Qué pasa con los animalitos que tienen su casa en los árboles del parque del festejo? ¿Qué sucede con todas las mascotas de los vecinos? ¿Qué con los pajaritos que a diario revolotean a las seis de la tarde en las copas de la tarde para buscar el sosiego de la noche? ¿Qué con los pajaritos que a diario a las seis de la mañana hacen su festín coral para ir a buscar gusanitos para alimentar a sus polluelos? ¿Qué pasa con los gatos viejos que han acompañado por tantos años a sus dueños? ¿Qué les sucede a los perritos, a los chihuahueños, a los dálmatas, a los poodle, que son la compañía de los niños de la casa? Todos los animales son del segundo grupo. Si uno llegara con el micrófono y le preguntara al señor gato, al animal que, como maharajá, está tendido en su cojín, él respondería: “¡Es un tormento!”
Ya nos han explicado que los animalitos tienen más desarrollado el sentido del oído. Oyen lo que el oído del ser humano no detecta, por esto, cuando la cuetería asoma en el cielo, el sonido se magnifica y les molesta y les produce un profundo estrés. Si a los humanos les incomoda el ruido de los cuetes, a los animales les provoca temor. Debe ser como cuando los niños de Jordania escuchan el bombardeo en las guerras que se dan con frecuencia en su país. Los niños se cubren los oídos, se acuclillan en un rincón, en sus caritas hay temor, el temor de la muerte. Sus papás les han explicado que esa grieta enorme es la guerra, que esas explosiones son bombas que destruyen edificios y ocasionan la muerte de miles de seres humanos. Los papás han explicado a sus hijos los horrores de la guerra. Pero, ¿quién ha explicado a los animalitos que esa cuetería es un festejo humano? ¿Que sólo es una fiesta? ¿Quién les ha explicado que esa bulla infernal es dedicada al santo o a la virgen que celebran?
Es imposible explicar qué sucede con los pajaritos que llegan a buscar su casa y despiertan con el tremendo rebumbio de la cuetería? ¿Qué pasa con las crías? ¿Emigran las aves, buscan otros parques, otros árboles? ¿En dónde se esconden los gatos y perros de las casas vecinas? Como niños de Jordania ¿se arrinconan y ponen la cara del miedo? ¿Por qué tiemblan? ¿Qué sucede con sus oídos? ¿Por qué no se cubren sus orejas?
Mientras tanto, en las calles de la periferia del parque, las bocinas están a todos los decibeles que dan y el cielo se llena de destellos y de explosiones de cuetes para celebrar al santo o a la virgen que, adentro del templo, está inmovible, indiferente en apariencia. En el cielo, los cuetes se abren en flores de fuego, se deshacen en pétalos pestilentes, como si fueran bocas de cañones. Y los borrachos orinan detrás de los puestos, frente a las puertas de las casas y ahí defecan y ahí besan a las prostitutas que fingen abrazar a los tipos mientras les buscan la cartera.
Todo es un festejo humano, un ritual eterno; todo es en honor a la virgen o al santo de la devoción; todo es como una farsa teatral, que a veces se convierte en tragedia.
Mientras tanto, los animalitos, los pájaros y las ardillas del parque, se confunden. Brincan de una rama a otra, no saben qué hacer en la guerra, nadie les ha explicado.
Los vecinos se dividen en dos grupos: Los que gozan el festejo y los que odian la celebración. Los animalitos conforman un solo grupo: el de niños confundidos, temerosos.