viernes, 11 de enero de 2019
PARTIDO O ENTERO
Me gusta jugar a los contrarios. Elegir entre blanco o negro; dulce o salado; mar o desierto; niño o niña.
Me gusta que el juego sea cerrado a dos posibilidades, que no permita más opción.
No todo mundo sabe jugar el juego. Algunos piensan en un término medio o en más posibilidades. No saben elegir entre isla o continente, entre grande o pequeño (trátese de lo que se trate).
No sé por qué a muchos se les dificulta este juego. Yo me recuerdo jugando este juego en la preparatoria: Beso o cachetada. La pareja se colocaba de espaldas y si ambos coincidían en ver hacia el mismo lugar les tocaba beso, ver hacia lados opuestos significaba cachetada. La cachetada también estaba sujeta al juego: Fuerte o despacio; lo mismo sucedía con el beso: en la mejilla o en los labios.
Todos jugábamos y nadie hallaba impedimento entre elegir uno u otro.
Pregunta o cachetada, era otra versión del juego. Muchos elegían pregunta, pero algunos se iban por la cachetada. Cuando aparecía alguien que prefería la cachetada sabíamos que estábamos frente a un tipo que tenía mucho qué esconder. ¿Cómo -decía alguien- equis prefiere recibir un cachetadón a responder a una pregunta inocente? Sabíamos que la cachetada era menos explosiva que la pregunta, porque ésta ubicaba al tipo casi casi frente a un pelotón de fusilamiento. Todo mundo tiene preguntas incómodas. No se sabe qué responder para ocultar la verdad, porque la verdad puede ser letal. La cachetada es un simple juego de manos, lo otro es un juego de conciencias y ya se sabe que la conciencia es el peor verdugo, es inclemente.
Los juegos, nos han dicho los que saben, revelan mucho de la realidad que vivimos. Todo juego es como un espejo.
Arriba o abajo, es otro de los juegos. Adentro o afuera, es uno más. Caliente o frío. Por adelante o por detrás.
Me gusta este tipo de juegos, los juegos que no permiten más opciones, que nos colocan ante una disyuntiva en que sólo hay de dos sopas: la de fideos y la de jodeos.
Hay momentos en la vida que ésta se nos complica porque abrimos muchas ventanas. La vida es más sencilla cuando sólo elegimos entre luz u oscuridad, entre abierto o cerrado, entre Comitán o Nueva York, entre Cortázar o Villoro, entre villano u honrado.
Todo es más simple cuando tenemos qué elegir entre voy o vengo, entre recto o circular, entre juego o trabajo, entre sigo durmiendo o me levanto.
Hay muchas personas que caminan con desgano, ellas deberían elegir entre vivir o morir, entre pesadumbre o alegría.
Los médicos comentan que la depresión (la famosa depre) es una carencia de serotonina, sustancia que mantiene en equilibrio el estado de ánimo. Los depresivos se mantienen en uno de los extremos, han agotado su capacidad de juego. De nada sirve presentarle alternativas: triste o contento. Si deciden jugar y optan por lo segundo; es decir, por estar contentos, la carencia de serotonina los enviará directamente al polo opuesto y verán el mundo de color gris, como de pato en estanque sin agua.
Cuando el depresivo está en estado avanzado, el juego entre vida y muerte pierde su capacidad de juego. Si el depresivo extremo decide por la vida, la carencia de la famosa sustancia lo azotará en la pared contraria.
¿Qué pasa entonces con el juego? El juego pierde su hermosa capacidad de juego, se convierte en un balancín que ya perdió su capacidad de resorte, es un simple columpio que tiene rotas las cuerdas.
Por esto, a mí me gusta jugar los contrarios, los extremos, porque me permite aún elegir entre nube o tierra, entre alcohol o jugo de limón sin azúcar.
El chiste de la vida es elegir entre uno o dos, entre mujer u hombre, entre niño o viejo, entre bicicleta o auto, entre cama o hamaca.
El juego pierde su capacidad de juego cuando no hay posibilidad de elegir entre izquierda o derecha. Es triste admitir que no hay más sopa que la de fideos o la de jodeos, sólo una. No es malo elegir la sopa de jodeos. ¡No! Ya lo dijo Borges: A nadie puede obligársele a ser feliz. Lo jodido es no poder decidir entre vida o muerte, entre árbol o fruto, entre azul o buenas noches, entre Roma o París, entre leer o dormir, entre despertar o no despertar.
Me gustan los juegos de contrarios, en los que no hay más opción que luz u oscuridad.