martes, 20 de julio de 2021
CARTA A MARIANA, CON ÁNGELES SIN ALAS
Querida Mariana: ¿existen ángeles sin alas? Dicen que sí. No los imagino. Desde niño crecí con la idea de que los ángeles siempre tienen alas. En la casa paterna había un oratorio, mis papás al lado de imágenes de santos y de vírgenes tenían dos o tres ángeles. Recuerdo uno rechonchito, cachetón, sonriente, con alas blanquísimas.
Tengo un amigo que se llama Ángel. ¿Vos tenés amigos que se llaman así? Es un privilegio tener ese nombre, ¿no? Con mi amigo siempre bromeo, le digo que se llama Ángel, pero que no es un ángel, él responde que, con su carisma, espera confundir a San Pedro y entrar al cielo.
Ángel dice que no le gusta leer mis textos, porque cuando escribo (dice él) siempre caigo en la exageración, todo es increíble.
¿Yo, exagerado? Puedo caer en el chiste fácil y decir: ¡he dicho un millón de veces que no soy exagerado!
¿Yo, exagerado? Exagerado el pueblo de nuestro país. Yo crecí escuchando lo siguiente: ¡tiró la casa por la ventana!
Quisiera ver la cara de Luis Buñuel, genial cineasta surrealista, al oír que alguien tiró la casa por la ventana. Esto sí es exageración. ¿Cómo, digo yo, podés tirar la casa por la ventana? Para hacerlo real tendría que ser un proceso reversible genial.
Crecí escuchando eso. Tal vez por eso, la exageración me resulta algo común. Los surrealistas no tienen empacho en ver y escuchar la vida en forma inusual. ¿Has visto ese maravilloso cuadro de Salvador Dalí, otro surrealista locochón, que se llama “Las tentaciones de San Antonio”? En ese cuadro fantástico (en las dos acepciones) aparecen animales con los cuerpos armónicos que se sostienen sobre patas delgadísimas, como carrizos. En el plano de la realidad, tales animales son del estilo de los que tiran la casa por la ventana. Ningún elefante podría sostenerse en pie con tales patas. ¡No! Las patas de los elefantes son como troncos de ceibas para poder sostener el cuerpo. El tal Dalí era un exagerado.
En los años setenta, los comitecos vivimos en pleno parque central un ejemplo de exageración. Te cuento que un día colocaron una estatua de Belisario Domínguez, máximo héroe civil del país. No era una estatua sencilla, no, era la estatua que ahora está en la entrada de la carretera internacional y que recibe a los automovilistas que llegan de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Como ves, la estatua es monumental, en el lugar donde está se ve muy bien, en armonía con el entorno. En el parque central era un elemento que descollaba en forma exagerada. Tal vez por eso un día decidieron cambiarla de lugar y llevarla al entronque con la carretera a Tzimol, y luego al Mirador, hasta que la bajaron a un lugar donde fuera más visible.
El mundo no soporta la exageración, y, sin embargo, vive inmerso en ella. Todos los días hallamos ejemplos de la cultura popular que están adentro de esa burbuja. Medio mundo ama a la pintora Frida Kahlo y una de las características de ella es, precisamente, su propensión a exagerar sus peinados, cuando estaba más sublime se colocaba casi un florero encima de su cabeza. ¿Qué puede decirse de las cejas que nuestra Rosario Castellanos se pintaba?
Los chistes de exagerados van y vienen por nuestros cielos, como si fueran llevados y traídos por los ángeles (con alas). Se cuenta que un compa muy exagerado quiso remediar su mal, fue a visitar a un boticario y pidió si había un medicamento para sanarlo. El boticario bajó una caja del estante y le dijo que esas pastillas eran buenísimas. ¿De verdad me curaré?, preguntó el exagerado. Sí, dijo el boticario, lo garantizo. Bueno, dijo el exagerado, véndame cuatrocientas treinta y dos mil doscientas dos pastillas.
Posdata: Bueno, se entiende, el exagerado aún no había comenzado el tratamiento. Tal vez al final de tomar las cuatrocientas treinta y dos mil doscientas dos pastillas ya estaba curado.
No me estás preguntando, pero pienso que los angelitos con alas también son parte de esa propensión humana a la exageración. Mi amigo Ángel, para confirmar su nombre, fue con un artista del tatuaje y se tatuó dos alas en la espalda.
La naturaleza divina no le puso alas reales a mi amigo. Quienes tiran la casa por la ventana, digo yo, también ponen alas a su imaginación. Cuando la naturaleza no nos da un mundo satisfactorio, no queda más que exagerar tantito para que lo cotidiano tome otro rostro.