lunes, 12 de julio de 2021

CARTA A MARIANA, CON NOMBRES EXTRAÑOS

Querida Mariana: hay un lugar en el mundo donde existe una calle que se llama Calle de la Intranquilidad. Parece broma, pero no lo es, así se llama. Bueno, no hay que ir muy lejos para encontrar un barrio que se llama Barrio de Los desamparados. No sé qué pensás vos, pero a mí se me hacen nombres intranquilos y desamparados de la mano de Dios. Son simples nombres. Cualquiera diría que es irrelevante, que nada tiene que ver con el lugar en sí. En la Ciudad de México hay una colonia que se llama Pedregal de San Ángel y lo de pedregal podría parecerle a alguien un término despectivo. Imaginá que alguien pregunta: ¿dónde vivís?, y el otro responde: en El Pedregal. El preguntón podría pensar que el otro vive en un lugar desamparado; pero si el compa agrega, después de una pausa hecha a propósito: …de San Ángel, el preguntón tendrá que buscar apoyo en una mesa para no caer, porque, vos y medio mundo lo sabe, en el Pedregal de San Ángel vive la gente de alcurnia de aquella ciudad. A mí me intranquilizan ciertos nombres. Pensé en ser el preguntón y preguntar en dónde vivís y temblar cuando el otro responde: en la Calle de la Intranquilidad, número 13. ¡Pucha! No suena muy alentador. Por eso, cuando alguien me platicó que en Comitán las calles tenían nombres de flores pensé que eso era muy buena señal. Sabés que las palabras tienen un embrujo especial. Cada vez que mencionamos una palabra llena de luz, el universo se ilumina; de igual manera, hay palabras que oscurecen. Todas las palabras sirven para nombrar las cosas, pero hay algunas que son bonitas y otras que no son tan bonitas. Hay cosas que son como cardos. Bueno, mirá lo que acabo de decir: cardo, esta palabra designa a una planta que tiene espinas. Si se trata de elegir elijo plantas que no sean espinudas, así como elijo a los chayotes que no tienen espinitas. Hay lugares en el país que aplican la palabra cardo a una persona fea. ¡Pucha! Así como las autoridades del antiguo Comitán decidieron nombrar a las calles con nombres de flores, el mundo debería tener cuidado al nombrar las calles y las colonias. Digamos que los nombres que tenemos en Comitán están en el territorio de lo decente; incluso, algunos están en el territorio de lo sublime. Si preguntás a alguien dónde vive y te responde que en Quijá, el oído se alegra, porque escucha un agradable tintineo: no tiene queja el nombre de Quijá. Bueno, con excepción de un visitante que vio el letrero con el nombre de la comunidad y en lugar de leer Quijá leyó Ouija, esa tabla de madera que invoca espíritus. ¿Mirás? Un ligero cambio provoca una gran torcedura, en mentes y, sin duda, en el universo. Y resulta que la Calle de La Intranquilidad es una calle bien bonita, con balcones llenos de flores y con macetones sobre las banquetas. La calle es peatonal, lo que, al contrario de lo que presagia su nombre, otorga una gran tranquilidad, pues evita el desasosiego que provocan los autos; lo mismo puedo decir del barrio de Los desamparados, es un barrio hermoso, lleno de árboles, cantos de pájaros y aire limpio. Pero, insisto, si alguien pregunta: ¿dónde vivís?, y el otro responde: en el barrio de Los desamparados, la respuesta no invoca luz. ¿A quién se le ocurrió bautizar con tal nombre a ese hermoso barrio? En Comitán tenemos un barrio que tiene un nombre simpático, porque es contradictorio, se llama Pilita Seca. ¿Mirás? Se supone que la bendición de las pilas es la de tener agua, si está seca pierde su vocación. Quienes bautizaron el barrio, ¡faltaba más!, para echarle un poco de agua bendita lo bautizaron con el término afectuoso, bien comiteco, de pilita. Somos pues cositías, estamos acostumbrados a usar el diminutivo para expresar nuestro cariño por la vida. Posdata: la tradición arrastra identidad. Si ahora a alguien se le ocurriera cambiar el nombre de la Calle de La Intranquilidad, el universo se quejaría, algún gozne de su maquinaria lo resentiría. Pero sí sería ideal que los bautizos del porvenir tengan nombres bellos, que echen luz; lo ideal sería que los bautizos del futuro arraiguen los modos propios y digan un no rotundo a la avalancha de la globalización; lo ideal sería que las muchachas bonitas tengan nombres benditos como el tuyo, querida Mariana de mi corazón.