viernes, 23 de julio de 2021

DE TRESCIENTOS SESENTA Y MÁS GRADOS

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como el círculo del zodiaco, y mujeres que son como un aro luminoso. La mujer aro luminoso, a la hora que despierta, se sienta sobre la cama, repliega sus piernas y las abraza. Así recibe el primer rayo de sol. Ya, durante el día, asoma su rostro en las ventanas del aire y pega carteles de Not disturb en todas las puertas del universo. Bebe gota a gota el agua del atardecer y bendice el anochecer con la cera del viento. La mujer aro luminoso sabe que la vida radica en el movimiento circular. Un aro forma la sonrisa del sol, un aro la luna, un aro la promesa del cielo y del árbol que concede sus frutos. No hace caras a la hora que la abuela le repite la historia mil veces contada; no hace pucheros a la hora que el abuelo exige un bastón para su tristeza. No canta en micrófonos, siempre lo hace con el viento a su favor, de esta manera la voz se vuelve barquito de papel en el cielo. No elude compromisos que suponen desgaste del cuerpo. El espíritu es la flor que crece en el desierto. Nada la desalienta, cualquier rama torcida la mueve a enderezar su personalidad de trescientos sesenta grados. Trepa a cimas como si fuera una nube en día de campo; baja a lo más profundo del alma, lo hace con espíritu de espeleóloga de arena. Se sienta sobre la piedra para saber que no es buena elección abandonar la tierra. Sabe que los sueños se derriten a más de mil metros de altura. Por eso, su rostro sabe que la tecla no debe abandonar la cuerda. La mujer aro luminoso da de comer al venado que pace en medio del bosque, da de comer al elefante sediento y deja que el polvo camine por su piel húmeda. Sabe que no hay peor cosa que un grano de arena sediento. ¿Cómo se calma la sed del árbol que no tiene hojas? ¿Cómo se calma la sed del mar que no tiene olas? Le encanta escuchar música a la hora que se desliza en patineta, a la hora que abre la ventana, a la hora que saluda la lluvia. Corre si los pies están contentos, pero procura que su caminar sea pulcro, como pulcro el vuelo del ave; sencillo, como sencillo el picoteo del aire en el tejado; armonioso, como armonioso el faro que guía el barco a mitad de la noche. La mujer aro luminoso coquetea con quien le sirve el helado o el café; coquetea con la mano que se estira para pintar el lienzo, con la cuerda que hace girar al trompo. Todo es circular. Arma un círculo de luz a la hora que aplaude, a la hora que toca la guitarra y a la hora que duerme en posición fetal. Desenreda lo que está intrincado y todo es como sueño de péndulo. Nunca ha disfrutado las citas a ciegas, pero sí le gusta, a la hora de estar con su amado, jugar a la gallina ciega, donde ambos se cubren los ojos con vendas. Le encanta firmar su círculo de luz en todas las avenidas del cuerpo de su amado. Por eso odia los tatuajes, porque los tatuajes llenan de manchas oscuras las pieles donde debería renacer la luz. Las imágenes que pinta con sus dedos luminosos son huellas para despertar las puertas y ventanas del alma. Le gusta cantar frente al espejo o frente a un lago. Le gusta imitar la voz del cenzontle y la de la pared a la hora que se queja. Le gusta bailar a mitad de un bosque, abrir los brazos y recibir la caricia de la hoja seca que es como abeja en el mar del aire. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como helado de fresa, y mujeres que se deshielan a la hora que hierve el agua.