martes, 6 de julio de 2021

CARTA A MARIANA, CON ATENTA PETICIÓN

Querida Mariana: ¿ya viste esta fotografía? Es una imagen bella, ilustró un texto que escribió mi amigo Carlos Rivas, quien es el Director Comercial de la Revista ARENILLA, en Guatemala. El texto lo tituló “La casa grande”, casa de los abuelos. Los escritores son constructores de edificios con palabras, por eso, Carlos, con gran pericia, describió la casa de los abuelos, desde los cimientos. Contó (lo contó bonito) del patio empedrado y de las macetas con colas de quetzal, que pendían de las vigas. Esto llamó mucho mi atención, porque el ave símbolo de Guatemala es el quetzal y pensé que tal vez ahí fue donde bautizaron a esos helechos, que en nuestro pueblo también son muy comunes y a los que muchas personas llaman colas de quetzal. ¡Ah, tal vez por eso siempre decimos que somos plumas de una misma ave! Cuántos puntos de contacto existen entre Comitán y pueblos guatemaltecos. Digo que llamó mi atención que Carlos contó que el patio central estaba empedrado. Nunca he visto un patio con tales características; en el pueblo, los patios centrales de las casas grandes, las casas de los abuelos, eran patios enladrillados, con arriates llenos de flores. Carlos contó que la casa de los abuelos tenía un pozo y una pila hecha con ladrillo y cemento, donde platicaban las señoras. Dijo que, en uno de los corredores, su abuelo Reynaldo tenía telares y había un horno artesanal. ¡Ah, qué prodigio! Con esas breves líneas nos regaló imágenes de la labor cotidiana. Me llegaron los colores de las hilazas, el abrazo de las formas y, encuachado, el aroma de los pastelitos con anís que ahí preparaban. Sí, qué casa grande tan hermosa, qué armónica, qué prodigiosa. Y Carlos contó más, mucho más, de una huerta llena de árboles de durazno, de naranja, de níspero, de granadas y de aguacates. ¡Ah, la bendición de los pequeños Paraísos, que había en las casas antiguas! Y contó del fogón de la cocina y de los candiles que usaban para iluminar las estancias en la noche. Disfruté mucho de su texto, pero conforme avancé en la lectura supe que algo me quedaría a deber y mi olfato de viejo perro lector ¡no me falló! Me quedó debiendo lo que acá se ve en la fotografía. Carlos no nos contó de ese maravilloso corredor museo. ¿Qué había en esos cuadros que se ven colgados en la pared? Veo una mesa con mantel y sillas fuertes. Deduzco que ahí se reunían los abuelos con los hijos para comer. Qué ambiente tan lleno de aire limpio. En algunas comunidades cercanas a Comitán he visto, desde la carretera, algunas casas donde, de igual manera, la mesa no está en el llamado comedor sino en el corredor principal de la casa, y veo a la familia reunida y da ganas de detener el carro, saludar y oír la invitación a pasar, a sentarse con ellos y aceptar un plato con frijolitos calientes, salsa molcajeteada y tortillas recién salidas del comal. Carlos me quedó debiendo. No contó el prodigio que desde acá veo. ¿Qué había en esa pared museo? Alcanzo a ver algo como un espejo horizontal, chunche que, colocado en esa posición privilegiada, permitía ver ampliado ese patio empedrado donde están sentados los nietos. Pero, ¿qué más había? El ojo atento de Carlos debe tener en su archivo el detalle de cada una de esas piezas. Desde acá veo la imagen de una virgen, pero puedo estar equivocado. No quiero inventar, no quiero modificar el catálogo de esa pared hermosa. Carlos debe realizar el inventario de esa pared museo, para decirnos a los demás, los amantes del Louvre y del Reina Sofía y del Tamayo, cuáles son las obras que los abuelos eligieron para colgar en esa pared fantástica, porque, eso lo sabés bien, los moradores de una casa, una vez que están hechos los patios de piedra o enladrillados, las paredes de adobe, las vigas de madera y los techos de teja, comienzan a llenar espacios con objetos que son como la firma de sus dueños y llenan los corredores con helechos y con margaritas, y, también (ah, qué maravillosa costumbre ancestral) cuelgan marcos en las paredes. Esos marcos son lo más íntimo. Posdata: Carlos sabe que en otras casas hubo helechos, piedras, ladrillos, vigas, pilares, pozos y pilas, pero, en ninguna otra casa del mundo, hubo el museo especial que sus abuelos diseñaron. Ahí el Reina Sofìa y el Tamayo y el de Arte Moderno salieron perdiendo, porque en esa pared hubo sueños colgados como nubes, sueños únicos, jamás vueltos a ser formulados. Carlos, en su magnífico texto, me quedó debiendo la descripción de esos sueños. Tal vez algún día se siente, cierre los ojos y recuerde cada uno de esos cuadros, cada una de esas ramas que subían al más alto cielo.