sábado, 3 de julio de 2021

CARTA A MARIANA, CON EXCELSOS CRONISTAS Querida Mariana: el cronista Efraín Albores Cancino hizo público un acuerdo de Cabildo: el día 25 de agosto, de cada año, se celebrará el Día de La Crónica en Comitán. En esta administración 2018-2021, del presidente Emmanuel Cordero Sánchez, cupo el honor al presidente interino, Roberto Álvarez Solís, emitir dicho acuerdo. Con esto, se reconoce el trabajo de los cronistas comitecos y se reconoce a Lolita Albores, la primera cronista municipal del pueblo, ya que la celebración se realizará el día de su cumpleaños. El trabajo de los cronistas es esencial para la identidad de los pueblos. Recordemos, sólo como ejemplo, la presencia del gran cronista Bernal Díaz Del Castillo, quien realizó la crónica de la Conquista de La Nueva España. Desde entonces, a la fecha, grandes nombres se han impreso en el libro de la crónica de estas tierras, nombres que, a través de sus plumas (ahora modernos teclados de computadora), han impreso lo que sus miradas han visto, para gloria de los pueblos. No sé si en el mundo se celebra el Día de la Crónica, así como se celebra el Día del Libro; no sé si en el país existe un pueblo que haya realizado la iniciativa que aprobó el Cabildo Comiteco. El cronista Efraín nos dijo que en sesión ordinaria, de fecha 6 de mayo de 2021, el Honorable Ayuntamiento Constitucional de Comitán de Domínguez, como segundo punto del orden del día, aprobó la propuesta para la instauración del Día de La Crónica en Comitán. ¡Ah, qué desborde de luz! Dicha propuesta fue enviada por el cronista Efraín Albores, con respaldo del director de cultura municipal, Jesús Pedrero Guillén, y del Consejo de la Crónica Municipal de Comitán. Diana diana conchinchín en marimba y lluvia de confeti para este acto que ennoblece a la muy noble ciudad de Comitán. Hablé de Bernal Díaz Del Castillo, pero debo mencionar también a grandes cronistas de América, de tiempos modernos. Mencionaré algunos nombres de cronistas que he leído y son ejemplo de la crónica de estos tiempos, de la crónica literaria, quienes consignan los actos relevantes de la comunidad, pero lo hacen con tal destreza que llevan la crónica a grandes alturas. ¿Comienzo con un argentino? Empiezo con Martín Caparrós, destacado cronista de América del Sur, quien, sólo como ejemplo, tiene una exquisita crónica de un encuentro con el gran escritor Julio Cortázar, su paisano. Ah, deberías leer algo de Caparrós, y luego decirme qué te parece. Pero, ahora debo mencionar a mexicanos. Comenzaré con Carlos Monsiváis, el cronista que nos enseñó que la cultura popular es esencia de la identidad mexicana. Cuando todo mundo le hacía el feo a las revistas de monitos, él nos dijo que La Familia Burrón, de Gabriel Vargas, era un excelso retrato de la clase media de la Ciudad de México. Sugiero que leás la crónica del viaje que la recién fallecida Isela Vega hizo a Chiapas. Lo que sucedió en una de sus presentaciones es de antología. Continúo con las crónicas que escribió Juan Villoro en el libro “El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México”. Vos sabés que de Villoro he leído varias novelas y varios libros de cuentos y no termina de seducirme, como sí seduce a otros, pero debo reconocer que la mayoría de sus crónicas son sensacionales. Tres o cuatro son medianonas, pero muchas son de gran factura. Y qué decir de la crónica “Buscando a Nicanor”, de Leila Guerriero, donde cuenta su encuentro con el poeta Nicanor Parra. Leila no es mexicana y no sé su lugar de origen; lo único que sé es que es una excelente cronista. Y por ahí he leído crónicas de una mexicana soberbia: Alma Guillermoprieto, quien radica en Colombia. Leí de Alma una crónica donde habla de unas mujeres luchadoras “Cholitas”, de Bolivia. Es un texto genial. Pero, en nuestro pueblo también existen ejemplos sublimes de textos que rayan en la genialidad. La crónica contemporánea comiteca se viste de luces con la presencia de un escritor que está llamado a ser uno de los grandes escritores de esta patria: José Ángel Aguilar García. El otro día, José Ángel subió un texto suyo en redes sociales, un texto que es una pieza soberbia. Por inbox le pedí permiso a José Ángel para que me permitiera compartir esta pieza contigo. Dijo que sí. Por eso, ahora, sólo para honra de los grandes personajes de este pueblo te paso copia de su texto. Ya vos me dirás qué te pareció. A mí me parece un texto soberbio. Va. “El “Fidel Castro” de Yalchivol no era un comandante de la revolución cubana. Era un alfarero como mi padre. Vestía huaraches, pantalones de vestir y camisas por fuera que le ayudaban a cubrir su abultado vientre. Por las tardes, a veces, con un machete cruzado hacia la izquierda de su espalda, caminaba entre el llano y hacia los zanjones, buscando zacate para su jumento. Castro también fue padrino de bautizo de mi madre, mayordomo en las fiestas de la Virgen del Rosario, pionero en el servicio de meseros y aprendices, amigo de mi padre y a veces siento que hasta amigo mío. Acostumbraban pasar largas tardes platicando en compañía de una o dos botellitas de “Cañonazo”, un aguardiente fabricado en Chichimá, que después sustituyó uno nuevo llamado “Charrito”, también fabricado en Comitán. Así las cosas, mi padre y Castro, pasaban semanas cada quien en su “Galera” tal como entre alfareros y ladrilleros llaman al lugar de trabajo. Al amanecer, a punta de pico y pala arrancaban el barro de la mina; después, con la tierra removida llenaban enormes zurrones de cuero que atados con un mecapal de ixtle, eran levantados por la fuerza de los brazos y cuello hasta la altura de la espalda, y ya equilibrada la posición y peso, comenzaban el recorrido veinte metros cuesta arriba, a través de resbaladizas escaleras que ellos mismos habían esculpido previamente entre las paredes de la mina. Ya en el patio, como si de acariciarla se tratara, la tierra era revisada de no tener piedrecitas entre los terrones; después, con cuidado, ya limpia, toda iba siendo depositada en un mediano pozo donde habría de humedecerse primero, para después en perfecto rito “hombre-tierra”, ser batida con los pies hasta la preparación idónea para el día siguiente, en que habrían de hacerse tejas, ladrillos, petatillos, cuadrados, delgado, grueso e incluso pequeños caballitos y hombrecillos de barro para los hijos. La “Quema” era el día de la cocción de todo aquello. Un gigantesco horno con capacidad para cinco mil ladrillos, caballitos y hombrecillos incluidos, era prendido pasada la media noche para iniciar una jornada de casi veinticuatro horas hasta dar por cumplido el trabajo. El mínimo error en el cálculo de cocción, hubiese hecho que con la lluvia casas enteras se derrumbaran, por tanto, el acto de la “Quema” tenía en sí mismo, una alta implicación ética. Pero lo más relevante para un niño, sucedía justo a la tarde del día de la “Quema”, cuando Castro llegaba trayendo consigo una bolsita con algunas verduras, porque ya otro visitante había pasado con la tía Rosita, pidiéndole de parte de papá le enviara un cuajo de vaca para hacerlo en caldo. En un santiamén se corría la voz, la “Galera” se llenaba de semejantes buscando aquel manjar; recuerdo a don “Pinocha” en pleno acto de guisandero, rebanando las papas, cortando los chayotes, aplastando los tomates, poniéndole hierbas de olor a un cocido borbollante dentro de una caldera de lata dispuesta sobre la última capa del horno. Todos bebíamos del mismo tazón sin fobia alguna, la mayoría mordía un chile habanero y carraspeaba; no sé cuántas personas, pero si recuerdo muchos rostros, morenos todos de trabajar bajo el sol todos los días de su vida, arrancadores de tierra, cargadores, moldeadores, choferes de los camiones para entrega, todos fueron asumiendo un encargo en aquella tierra de alfareros y ladrilleros al sur de Comitán: “El guero”, “El Nery”, “El mátalo”, “La pinocha”, “El maderas”, “El jarocho”, “Fidel Castro” “ El chimuelo” “El general”, hasta un tal profesor “Chuma” que gustaba aparecerse de cuando en cuajo. Y también a veces, el entrañable “Rami” quién fallecería más tarde, pero que hacía el prodigio de traer consigo un chivito para asar, multiplicando con ello la presencia de acompañantes, pues rendía tal, que en ocasiones había hasta para llevar. Así era la “Galera” de mi padre “El hombre grande”, justo en los tiempos cuando con “Fidel castro” y “El general”, comandaron la “Quema” en la entrada Austral oriente del pueblo de Comitán, en donde día a día, resultaron sobrevivientes”. Posdata: vos tenés la última palabra, mi niña. Vos dirás si el texto de nuestro paisano está a la altura de los textos de Villoro, de Monsiváis, de Guillermoprieto y demás ajos del mundo, que sazonan el caldo literario de estos tiempos. Por ahí también hay una espléndida crónica del Pituca, personaje de Tuxtla Gutiérrez, escrito por mi amigo Mario Nandayapa. Hay más, muchos más. Hay excelsos cronistas en Chiapas, cronistas con talentos similares a los mejores del mundo.