martes, 27 de julio de 2021

CARTA A MARIANA, ENTRE ÁRBOLES

Querida Mariana: un día estuve bajo la ceiba. Ese fue mi privilegio. Claro, dirás vos, qué tiene que ver esta fotografía. Bueno, diré que en las ventanitas estamos Jorge Mandujano, Mario Samayoa y el arenillero. Y estamos reunidos en forma virtual, porque Jorge me invitó a participar en su programa de radio: “Bajo la ceiba”, que transmite en Radio Universidad, de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Gracias a la invitación, desde mi casa, me tumbé debajo del árbol sagrado de los mayas y me puse a platicar con Jorge. Jorge y yo nos conocemos desde los años noventa, tiempo en el que hemos platicado en ocasiones, pero jamás lo habíamos hecho bajo la pochota. La sombra de la ceiba es generosa, amplia. Generoso y amplio en sabiduría es, asimismo, el árbol que se llama Jorge Mandujano. Jorge me invitó una mañana para participar en su programa radiofónico. Dijo que había visto información acerca del libro que puse en venta en Amazon, mi libro de cuentos más reciente: “¿Y qué soñaré mañana?”. Ese fue el feliz pretexto para platicar bajo la ceiba. Yo recordé que, a pesar de no ser muy dado a salir al campo, en ocasiones he tenido el privilegio de recargarme sobre el tronco de un árbol o de disfrutar de la sombra. En mi infancia, de vez en vez, mi papá (Dios bendiga siempre su memoria) avisaba que hiciéramos los preparativos para ir a los Lagos de Montebello. A las ocho de la mañana ya estaban en la camioneta Willis las canastas con fruta, paquitos de frijol, tostadas, frascos de cristal con salsa molcajeteada, servilletas, refrescos y cervezas. A las ocho y media era la salida. En ese tiempo, querida mía, no existía la carretera asfaltada, el viaje tardaba más tiempo, pero, era más intenso, porque el camino serpenteaba entre un bosque lleno de pinos. El aroma de la juncia se untaba en nuestro espíritu. Al llegar a la zona de los lagos, caminábamos, mirábamos las orquídeas trepadas en los árboles y los pececitos nadando en el agua transparente. A la hora de la comida, las mujeres de casa colocaban manteles en el piso y la sombra de los árboles bendecía el aire y nuestro disfrute. Sí, he estado bajo pinos y, en una ocasión, lo consigno como cosa extraordinaria, trepado en un árbol de jocote. Hace muchos años, vencí mil temores y me atreví, motivado por los amigos, a trepar al árbol, cortar jocotes maduros y comerlos, mientras mis piernas temblaban alrededor de una rama. Y, bueno, debo decir que, también, en dos o más ocasiones, he recibido la sombra y la bendición de las pochotas que están sembradas en La Pila y en San Sebastián, pero jamás había estado “Bajo la Ceiba”, de mi admirado amigo Jorge Mandujano. Esa ceiba que él plantó y que crece espléndida abre sus ramas en Tuxtlita, la bella. Así llama Jorge a la ciudad capital, la ciudad donde está su casa, donde están los frutos sanos que siembra a través de su literatura. Esa noche platicamos un poco de todo, al final, hablamos de mi libro de cuentos. Ya tiene rato de eso. Por la pandemia, la plática fue en zoom. La vez más reciente donde coincidí con Jorge fue en la presentación de un libro de Miguel Ángel Godínez, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas. En esa ocasión, Jorge me obsequió un ejemplar de la espléndida revista que dirige: “Baktún. Turismo y cultura en el Sur de México”. Y para que no digás que soy díscolo, copio la definición que la revista trae: “El Baktún es la unidad más larga del sistema calendárico maya, conocido como cuenta larga. Equivale a 144 mil días, aproximadamente unos 394 años”. Postada: Mario y Jorge me recibieron en su casa de Tuxtla y yo viajé, en forma virtual, desde nuestro pueblo. Las ramas de esa magnífica ceiba me recibieron y yo, como tiuca contenta, volé hasta besar su fronda y bajar al piso, porque, la verdad, se estaba mejor bajo la ceiba que en la fronda. La amistad es como un árbol, se abre al viento. Jorge, enormísima ceiba de la literatura chiapaneca, crece altísimo. Agradezco su compañía, su amistad inmodificable.